Nota Clínica

Un feliz cumpleaños ¿En si, si♭o si♯? Nota acerca de un recorte clínico en Musicoterapia

Javier Carlos Torres
Universidad del Salvador, Argentina

ECOS - Revista Científica de Musicoterapia y Disciplinas Afines

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN-e: 2718-6199

Periodicidad: Semestral

vol. 6, núm. 1, e001, 2021

revista.ecos@presi.unlp.edu.ar



Resumen: Existen situaciones en el contexto de atención clínica en Musicoterapia que, en cierto modo, se ubican al borde del espacio de consultorio. Una de ellas, sobre la que versa el presente trabajo, se liga al recibir la invitación a concurrir al cumpleaños de un paciente, con la consiguiente necesidad de poner en juego algún tipo de respuesta por parte del profesional, la cual no será sin consecuencias: sea afirmativa, negativa o evasiva. A partir del planteamiento de una serie de preguntas que me fueron surgiendo ante el encuentro con una situación de esta índole, se intentará otorgarle a la cuestión el carácter clínico que estimo merece ya que, si bien no se desarrolla puertas adentro del consultorio, no por ello carece de las condiciones y direccionamientos que en él se buscan sostener.

Palabras clave: invitación, clínica de niños, elección.

Abstract: There are situations in the context of clinical care in Music Therapy that, in a way, are located on the edge of the office space. One of them, about which this work is concerned, is linked to receiving the invitation to attend a patient's birthday, with the consequent need to put into play some type of response from the professional, which will not be without consequences: be affirmative, negative or evasive. Based on the formulation of a series of questions that arose in the face of a situation of this nature, I try to give the question the clinical character that I believe it deserves since, although it does not take place inside the office, not for that reason it lacks the conditions and directions that it seeks to sustain.

Keywords: invitation, children´s clinic, choice.

Resumo: Existem situações no contexto do atendimento clínico em Musicoterapia que, de certa forma, se localizam na beira do espaço do consultório. Uma delas, da qual se trata este trabalho, está ligada ao recebimento do convite para assistir ao aniversário de um paciente, com a consequente necessidade de se colocar em jogo algum tipo de resposta do profissional, que não será sem consequências: seja afirmativa, negativa ou evasivo. Partindo da formulação de uma série de questões que surgiram face ao encontro com uma situação desta natureza, procuro dar à questão o carácter clínico que julgo merecer, visto que, embora não aconteça dentro do consultório, não por isso carece das condições e orientações que procura sustentar.

Palavras-chave: convite, clínica infantil, escolha.

“… la puntuación justa depende de cómo el analista fija la posición subjetiva. No hay palabra más especial que la que dice el analista para fijar la posición subjetiva. Se puede, en ese punto, reconocer una palabra de verdad.” (Miller, 1997, p. 51)

Introducción

En la clínica de niños encontramos diversas situaciones que plantean encrucijadas. Una de ellas, de apariencia sencilla y modesta, es cómo responder ante la invitación a concurrir al festejo de cumpleaños de un paciente. En ocasiones, esta exhortación toma por sorpresa y, para más, podemos quedar compelidos a tener que dar una respuesta veloz.

No se halló, en una búsqueda -a vuelo de pájaro, por cierto-, bibliografía al respecto; y es que tal vez se trate de una cuestión trivial para muchos, mas no resulta de ese modo para mí. Ante ello, se intentará desplegarla un poco en pos de hallar una orientación o, al menos, precisar la mira del interrogante; ya que el contenido y la modalización de la respuesta que se dé a una invitación de esta índole, proveniente de un paciente en tratamiento, no es sin consecuencias: adquiere el estatuto de una intervención; pasible de ser puesta en línea con aquellas otras llevadas a cabo puertas adentro del consultorio.

Para desarrollar esto se propone la referencia a un recorte del devenir clínico del tratamiento de Augusto -un niño que responde a la estructura de la psicosis-, buscando pesquisar elementos a partir de la invitación, el saludo por el cumpleaños, el festejo, y la sesión previa.

Desarrollo

Preguntas y, ¿respuestas? Hace un tiempo, en una charla informal con colegas planteé esta temática, y me encontré con una respuesta que me convocó a reflexionar: “yo voy -me decían- si el nene me invita; llevo regalito, hago acto de presencia, y me voy”. Sin saber bien por qué, de primeras, esta respuesta, esta secuencia, compartida por mis interlocutores, me resultó generalizadora, estandarizada, al modo de un decálogo de procedimiento del profesional de la Salud por fuera del ámbito de consultorio. Atisbo que otrora probablemente me hubiera puesto del lado de esta suerte de protocolo, pero aquí, desde el punto de mira de la escena actual, éste me resultó un tanto soso, y construido de modo independiente a lo particular de la situación.

A partir de este disparador intenté plantearme las coordenadas en que esta cuestión se podría enlazar con la clínica -al menos con la que busco construir-, urgido en cierto punto porque había recibido la invitación al quinto cumpleaños de un niño en consulta y, además, ¡había confirmado que iría!

Varias preguntas surgieron en este intento. Entre las destacadas, una de ellas era ¿para qué iría? Desde el vamos resonó en mí como una pregunta tramposa, normalizadora, ya que así planteada suponía que, de concurrir, era para algo en específico; y es más, como si ese algo tuviera el carácter de un objetivo a alcanzar -¿alcanzable?-, al igual que en una batalla. Si la misma pregunta me fuera planteada respecto al momento previo de concurrencia a atender en una sesión cualquiera, respondería quizá, simplemente: para jugar, señalando un camino abierto en múltiples sentidos posibles. Jugar, o el juego, “… tiene una función constituyente para el sujeto, entiendo esta constitución en términos de operaciones que delimitan una «posición subjetiva»…” señala Lutereau respecto al concepto (2016, p. 17). Se retornará luego sobre esto.

Entonces, ¿por qué el fuera del consultorio debería sostener un para qué diferente? Claro está que las condiciones no son las mismas en un espacio que en otro: tiempos, recursos, etc., es más que obvio. Cambia el encuadre, podría arriesgarse tibiamente. Pero, ¿acaso el encuadre no cambia, no se construye, para cada caso? ¿Acaso el encuadre no cambia, no se subvierte, en el recorrido de un mismo caso?

De todos modos, retornando al principio, la elección del ejemplo de la batalla que ubiqué no me resultó casual. Pronto lo enlacé con el ejemplo de “la iglesita” de Freud (1980, p. 101) como objeto meramente táctico en una batalla, al alcance de la mano de la resistencia. ¿Qué podía estar resistiendo? No lo sé, pero ya el texto de la invitación que me había sido enviado por mensaje iniciaba con cierta concesión a la resistencia: un “yo no sé si corresponde”, de parte de la madre, que continuaba con una alta estima por la labor realizada en el año, los logros de su hijo, etc. Invitaba “a celebrar la vida”, aunque sin nombrar en particular a Augusto -así nominaré al paciente- Marcaba finalmente un status de importancia: a la par de amigos y familia.

Probablemente, el “yo no sé si corresponde” hizo eco, invocando al formalismo, una suerte de rictus obligatorio en el fuera del consultorio, una etiqueta, un “dress-code” diferente, y una referencia a la frase que cité de mis interlocutores. Pero había algo más, que quizá invitaba a flanquear esta barrera con que llegaba la invitación: “celebrar la vida”. Esto, despegado del caso en cuestión no dice nada, es palabra vacía, un slogan; pero puertas hacia adentro se enlazaba con una posible reversión, una articulación entre un S1 (Augusto vino al mundo en medio del duelo por la muerte de una mascota que ocupaba un lugar de “hijo” para la pareja parental, hueco que, hasta que no se produjo, no habilitó la concepción pese al tiempo de búsqueda. También, el nacimiento de Augusto quedó emparentado con la muerte del abuelo materno en el discurso. Y finalmente, la irrupción de Augusto convocó a la “muerte” de la pareja parental en lo que respecta a lo placentero, común e individual) y un S2, nuevo (“celebrar la vida”).1

Dejo allí esta primera pregunta, seguramente con mucho por desbrozar, y me dirijo a algo que mis interlocutores citados habían subrayado como excluyente: “voy si el nene me invita”. ¿Estaba este paciente en condiciones de sostener, digamos por propia voluntad, una invitación? Estimo que no, él mismo era un invitado en su festejo. No estaba encargado de cuestiones de la organización ni participado en la elección -aquí hay un punto central- de invitados u otros condimentos. Una invitación por él pronunciada, es ese tiempo, no podía advenir sino por la vía del ser hablado por el Otro, cumpliendo el niño una función semejante a un mero eco del decir del Otro, careciendo incluso de la función del je -es decir, del “yo” como pronombre, como sujeto del enunciado; y en tanto opuesto al “tú”- (Lacan, 1981, p. 247). En esta ocasión, la invitación la había puesto en palabras la madre.

Continuando, con una nueva pregunta, busqué una interpelación desde, aparentemente, otro ángulo: ¿por qué no iría? Ante ello hallé excusas personales, del orden de la resistencia. Como dice Lacan (1983, p. 341): “Resistencia hay una sola: la resistencia del analista.”. El año anterior, la invitación había llegado el mismo día del festejo y, por tener otras cuestiones que atender previamente fijadas, me excusé por no poder concurrir. Pero en esta ocasión, la convocatoria había llegado al estilo “save the date”. Ante todo esto, entonces, y dando lugar al hecho mismo de que había dicho que asistiría -sin sopesarlo en el momento-, opté por aportar mi presencia. No como “acto de presencia” coloquialmente hablando, sino figurándola como un lienzo en blanco sobre, o a partir del cual, podrían o no esbozarse algunos trazos.

Sobre el recorrido. El saludo. El día del cumpleaños propiamente dicho -no el del festejo al que me habían invitado- envié un mensaje de voz al celular de la madre de mi paciente, saludándolo. Fue un mensaje breve, conciso, con pocas palabras. Y para hacerlas quizá más cercanas a Augusto incluí, desde mi voz, una onomatopeya que él utilizaba desde un breve tiempo, en sus juegos en sesión, para “asustar” al otro, lo cual lo llevaba a reírse y buscar repetir la secuencia. Aclaré, en otro mensaje, esta vez de texto, dirigido a la madre, que Augusto no tenía que responder al saludo si no tenía ganas.

No respondió él, pero sí su madre, quien marcó que el efecto de risa que generó en su hijo la inclusión de esa onomatopeya fue grande, y que había escuchado repetidas veces la grabación. Posteriormente, compartió algunas fotos del festejo acaecido en el jardín, a partir de las cuales le señalé interrogativamente el hecho de que Augusto estaba escondido en aquellas en que las velitas se hallaban encendidas. La madre confirmó esto y refirió que su hijo “no quería que le canten el feliz cumpleaños, ni tampoco soplar las velas”. Cabe destacar que en las demás fotos enviadas, de otros momentos del mismo festejo, se lo notaba aparentemente a gusto o, al menos, se lo podía ver en las tomas, aparecía en ellas. Cerré ese intercambio de mensajes con otro señalamiento, esta vez afirmativo: “es algo a tener en cuenta para el festejo en el salón”.

La sesión previa. Al día siguiente, el niño concurrió a sesión en Musicoterapia. Por primera vez no quiso entrar al espacio, firme en su negativa como consecuencia de haber dejado olvidados en el auto unos muñecos que pretendía mostrarme. Acompañando este momento en el pasillo (¡claramente puede cambiar el encuadre! -aquí en la variable espacial- como mencioné más arriba) y conversando en paralelo con la madre, surgió el tema del disfraz que ella había confeccionado para Augusto, aparentemente por solicitud de él, para utilizar en el festejo en el salón (el recorte central del niño acerca del personaje del disfraz -Talking Tom- era que repetía aquello que se le dirige, devolviéndolo con una modificación a nivel de la voz).

Lo caro de las telas, el trabajo y tiempo de costura, y el hecho de que A. le había manifestado en los últimos días que no quería usarlo en el festejo, tensaban a la madre, quien marcó que se lo iba a poner de todos modos a su hijo. No intervine directamente sobre ello, pero sí señalé, a ella -que estaba aquejada por los “desplantes” de Augusto- que en ese momento él estaba triste por olvidarse los muñecos, pero actualmente pudiendo ubicar allí palabras y su llanto; no golpes sobre sí, como acontecía tiempo atrás. Este señalamiento, debo mencionar, produjo cierto efecto de distensión en ambos. Augusto ingresó a sesión brevemente y marcó que quería irse, lo cual fue escuchado y alojado. Algo del orden de la pérdida se estaba poniendo en juego de una manera cruda: el niño carecía de los muñecos, y la mamá parecía buscar reduplicar esa pérdida por medio de su negativa a ir a buscarlos, de quitarle el celular como castigo por llorar. A la vez, el efecto de pérdida caía sobre ella en tanto Augusto se oponía a tres indicaciones suyas: renunciar a tener los muñecos, ingresar al consultorio, y acceder a utilizar el disfraz. ¿Tendrá acaso esta lógica algo que ver con lo referido a las muertes, más arriba? Es probable, ya que la pérdida tiene un peso central en este caso, como la muerte: una quizá versión de la otra.

El festejo. En el festejo de cumpleaños, Augusto sonrió al verme, se acercó a saludarme y continuó jugando con los compañeros de jardín. Tiempo más adelante volvió a acercarse, usó la silla donde estaba sentado como túnel, y me solicitó que repitiera, ahora en vivo y en directo, la onomatopeya del saludo.

Junto a otra terapeuta que concurrió -por motivos diferentes a los míos- conversamos con la madre sobre algunas generalidades del jardín y escuchamos cómo enmarcaba los avances de su hijo en relación al modo de acercarse a los pares, lo cual iba enumerando mientras lo observaba en diversos momentos de la animación y el juego libre in situ.

Quedó demarcado en la charla, también, el hecho de que optó por no forzar la puesta del disfraz que había confeccionado, ya que Augusto había continuado sosteniendo su negativa. A la vez, anticipó que no se le cantaría “el feliz cumpleaños” ni soplaría las velitas (ya que lo había aceptado sólo para lo íntimo del festejo en su hogar). Había en el salón torta, sí, pero sin velitas.

A modo de cierre

Cuál será el efecto de mi presencia en el festejo de cumpleaños es algo sobre lo que no se puede concluir en este tiempo, en las postrimerías. Lo que resulta sí posible evaluar es la posición ocupada en este recorrido, en un pasaje de una distancia aparentemente profesional, erigida desde una “buena voluntad teórica”; hacia una nueva, ligada a la escucha y la interrogación. Esta invitación al cumpleaños surgió, concibo, en el plano de la transferencia, y haberla rechazado hubiera sido probablemente un error. Reinterpretando palabras de Freud (1980, p. 167): “Sería lo mismo que hacer subir un espíritu del mundo subterráneo, con ingeniosos conjuros, para enviarlo de nuevo ahí abajo sin inquirirle nada. Uno habría llamado lo reprimido a la conciencia sólo para reprimirlo de nuevo, presa del terror.” Claramente, la referencia a la técnica psicoanalítica y la resistencia del analista no es ociosa en el asunto que comento.

Uno de los elementos que se hizo presente, a través de la citada construcción vía mensajes, fotos, y charla en aquella sesión en que Augusto rehusaba ingresar al consultorio, y que se certifica vía mi presencia en el festejo del cumpleaños, es la escucha por parte de la madre de la negativa sostenida por el niño a disfrazarse y soplar las velitas, el recorte de una posible elección, la cual no remite a la mera anécdota, sino a la apertura hacia la dimensión subjetiva; hacia una posible escucha de la dimensión subjetiva. En las proximidades se esto se ubica la anterior referencia a Lutereau.

Este elemento trae a colación una rudimentaria hipótesis, un boceto, que diseñé mucho tiempo atrás, en relación a otro caso: se trataba allí de un niño que había llegado a consulta porque no había comenzado a hablar aún, teniendo una edad en la cual era esperable que lo hiciera. Tras un tiempo de tratamiento, este niño comenzó a dirigir algunas palabras. Resumo, ya que no es la intención relatar en extenso este caso: un día la madre me llamó por teléfono, nerviosa, porque su hijo estaba “teniendo una crisis”. No sin cierto descreimiento la interrogué respecto a las características del episodio, ante lo cual relató que el niño estaba diciendo repetidamente “no” frente a la reiterada indicación parental porque fuera de cuerpo. Tras señalar esto y buscar morigerar la situación en pos de que se escuchara la palabra de su hijo -¡habían consultado porque no hablaba!, mas esto no dejaba el plano de la demanda signado en un solo sentido, obviamente (Torres, 2020)- sopesé que se habla, -o al menos este niño lo hacía, apartando un tanto el matiz generalizador- para decir que “no”. Es una tesis criticable desde muchas aristas, pero aun así puedo sostener su utilidad en el campo clínico en tanto ese acto de hablar, de poner en juego la palabra, supone cierta distancia respecto al ser hablado por el Otro, aplastado por sus significantes, que trasmudan esa dimensión hacia el campo del significado. Al menos, la distancia podría enmarcarse como un yo-no yo, una diferencia, frente al efecto de intrusión de aquellos padres. La negativa, la elección, en este ejemplo no alcanzaba a ser oída en tanto enlazada a un sujeto.

En este breve camino de digresión, me permito transmitir otro recorte de un caso clínico, en donde la temática del cumpleaños tuvo injerencia, aunque en otra versión. Por aquel entonces, el dispositivo de atención hospitalario, al ser también formativo, comprendía la atención en la modalidad de co-terapia. Los padres de este niño no lograban llamar al co-terapeuta por su nombre (que era justamente el mismo que el mes de nacimiento del niño), ellos marcaban su olvido o buscaban otros modos de nombrarlo. El recuerdo del nacimiento de este niño convocaba en los padres una multiplicidad de situaciones ominosas, no dialectizables. A su vez, el mes y la figura del co-terapeuta -no llamado por su nombre- hallaban en el discurso una ligazón directa con el significante “discapacidad”. En muchos aspectos, esta familia respondía de un modo marcado a la literalidad. Fue un trabajo de mucho tiempo en el tratamiento arribar a la apertura necesaria para que la familia lo habilitara a tener un festejo de cumpleaños junto a otros niños, dando cuenta a la par del efecto de posible historización que este acto suponía. A dichos festejos, si bien fui invitado, me abstuve de concurrir ya que estos padres habían relatado en diversas entrevistas el efecto de intromisión que los terapeutas (particulares, de ellos) habían tenido en su vida doméstica en tiempos pretéritos, explícitamente de modo presencial. Frente al recorte en la escucha de esto es que busqué no ocupar lugar alguno en dicha serie, buscando propiciar estos eventos desde espacios de entrevista a padres, pero sin aportar mi presencia física en ellos.

Retornando al caso de Augusto, concibo que la aceptación de la invitación al festejo abrió las puertas a nuevos intercambios con la madre, a ubicar palabras sobre aquello que rodeaba, con sus puntos no enlazados y las dificultades concomitantes; y permitió que, progresivamente, la elección del niño alcanzara a ser oída, recortada y alojada. Ubico aquí el retorno a la frase que da apertura a este texto.

A la luz también de los otros fragmentos relatados, creo no se puede concebir la aceptación de una invitación a un cumpleaños como algo a lo que no se puede rehusar. La respuesta, en todo caso, debe estar articulada al particular recorrido de tratamiento llevado a cabo, al caso por caso, buscando sopesar cuestiones de orden clínico, transferencial, que orienten nuestra intervención; ya que ir o no, a uno de estos festejos, no es obviamente lo mismo, y no es sin consecuencias. El encuadre, se torna así conceptualizable de un modo más vasto, incluyendo toda intervención que se tiene -en el caso de la clínica de niños- para con el paciente, y toda escucha, señalamiento o interrogación respecto al grupo parental. No es viable, en consecuencia, una diferente dirección de las intervenciones dentro y fuera del consultorio; ni una posición profesional diversa en uno u otro espacio. El campo clínico impulsa a sopesar en relación a cada caso todos los elementos o situaciones que se presentan en ligazón.

Para finalizar, y en relación al título de este texto, puedo referir que a la invitación a un festejo de cumpleaños de un paciente en tratamiento, podemos responder con un “si” -natural, sin modificaciones, el cual equiparo con la frase de los colegas referida al inicio, sin cuestionamientos-; con un “si♭” -que equivale metafóricamente a descender del “si”-; o con un “si♯” -se lee: “si sostenido”-, que si bien no está comprendido por la notación musical, podemos sí fundamentar y dar existencia en el plano clínico (no se nombra de tal modo a un semitono por sobre la nota “si”, elevar esa distancia la nota “si” correspondería, estrictamente, con un “do”; pero la utilización en este contexto es alegórica, se centra en el par “si sostenido”, acentuando el aspecto de adjetivación que otorga un nuevo matiz a la afirmación).

Referencias

Freud, S. (1980). Sobre la dinámica de la transferencia, Obras Completas (Vol. XII, pp. 93-105). Amorrortu.

Freud, S. (1980). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia, Obras Completas (Vol. XII, pp. 159-174). Amorrortu.

Lacan, J. (1981). El Seminario. Libro I. Los escritos técnicos de Freud. Paidós.

Lacan, J. (1983). El Seminario. Libro II. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Paidós.

Lutereau, L. (2016). Los usos del juego. Letra Viva.

Miller, J. A. (1997). Introducción al método psicoanalítico. Eolia-Paidós.

Torres, J. C. (2020). La demanda en Musicoterapia. ECOS - Revista Científica De Musicoterapia Y Disciplinas Afines, 5(1), pp. 30-46. Recuperado a partir de https://revistas.unlp.edu.ar/ECOS/article/view/10399

Notas

1 El término Significante se emplea en tanto unidad básica del lenguaje (lo cual comprende no sólo palabras, sino también sonidos, frases, síntomas, etc.), es decir, como unidad constitutiva del orden simbólico. Partiendo de allí, la referencia al S1, se liga con una suerte de aproximación al carácter cerrado del Signo en el campo de la lingüística de Saussure, punto en que se presenta una cristalización, un fenómeno de univocidad. El recorte de un S2 propone una apertura al campo de la significancia, al deslizamiento del sentido; por ello su importancia en lo relatado en este trabajo, en tanto opuesto a la gelificación que colma lo que se dice -o se sabe- acerca del sujeto en cuestión. El Significante adquiere su estatuto en tanto opuesto a otro; y es de este modo de donde parte la potencia de articulación.
Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R