Artículos de investigadores jóvenes

Los gatos, los conejos y la esfinge: dos debates en torno a la lectura en tiempos digitales

Cats, Rabbits, and the Sphinx: Two Debates on Reading in the Digital Age

Mauro Kein
Centro de Teoría y Crítica Literaria. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Plurentes. Artes y Letras

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 1853-6212

Periodicidad: Anual

núm. 15, e084, 2024

plurentes@bba.unlp.edu.ar

Recepción: 10 Septiembre 2024

Aprobación: 23 Septiembre 2024

Publicación: 29 Octubre 2024



DOI: https://doi.org/10.24215/18536212e084

Resumen: Con su artículo “Is Google Making Us Stupid?” (2008), Carr inició un debate sobre los efectos nocivos que las nuevas tecnologías comenzaban a producir en los lectores de la era digital. Las réplicas a esa postura señalaban la virtud del nuevo escenario en darles libertad a los lectores para elegir qué y cómo leer. Este trabajo revisa las posturas tomadas en el debate desde nociones de la historia de la lectura y examina reflexiones del escritor Fabián Casas sobre nuevas formas de escritura y de lectura que pueden ser analizadas a la luz del debate del norte.

Palabras clave: historia del libro, texto digital, humanidades digitales, modalidades de lectura, Fabián Casas.

Abstract: With his article “Is Google Making Us Stupid?” (2008), Carr sparked a debate about the harmful effects that new technologies were beginning to have on readers in the digital age. Responses to this position highlighted the virtue of the new scenario in giving readers the freedom to choose what and how to read. This paper reviews the positions taken in the debate through the lens of the history of reading and analyzes reflections by writer Fabián Casas on new forms of writing and reading which can be interpreted in light of the northern debate.

Keywords: Book, Digital Text, Digital Humanities, Modalities of Reading, Fabián Casas.

Introducción

La lectura como objeto de estudio estuvo largamente relegada de la investigación académica por la dificultad para registrar la huella de su acto. Sin embargo, los estudios de Roger Chartier (1996, 2006) formaron la base para una historia social de la lectura que puso en el centro de la escena la recepción lectora de los textos, sin perder de vista sus formatos y materialidades específicas. Algunos autores encontraron en esa propuesta un marco para realizar análisis históricos y literarios desde una perspectiva renovadora, dejando atrás los enfoques descriptivos y cuantitativos de la historia tradicional del libro (Acha, 2000). Asimismo, los avances tecnológicos de la Tercera Revolución Industrial (Anders, 2011) supusieron nuevos modos de producción, circulación y transmisión de textos escritos, derivados de los primeros proyectos de digitalización, lo que entrañó nuevas formas de apropiación y de lectura (Chartier, 1996). Esto último entra en consonancia con la rama de estudios actuales que busca dar cuenta de los cambios producidos por la creciente inserción de la pantalla en la vida cotidiana (lo que Albarello (2019) define como un “ecosistema de pantallas”) y de cómo las formas digitales de producción y consumo han modificado los “pactos de lectura” (Zalba, 2003).

En relación con este ecosistema, Roger Chartier (1996) había realizado hace casi tres décadas una primera evaluación del pasaje del texto escrito del códice a la pantalla, al que definía como una revolución de alcance mayor que el de, por ejemplo, la creación de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg: “Con la pantalla como sustituto del códice, la revolución es mucho más radical, ya que son los modos de organización, estructuración, consulta de lo escrito los que se hallan modificados”. Por otra parte, la ocurrencia de la pandemia por COVID desde el año 2020 agudizó la omnipresencia de las pantallas como soportes de textos escritos y puso en evidencia las tensiones entre la facilidad de acceso que aquellas propician y el orden tradicional de lo impreso (con su aparato legal y normativo) (Kovač y Philips, 2022) en el contexto abierto por las nuevas tecnologías (Abdala, 2020).

El objetivo de las siguientes páginas es reflexionar sobre cómo las modificaciones en la organización, estructuración y consulta de las formas escritas, dentro de un maleable entramado de espacios físicos y virtuales (Kalpokas, 2021) y de un ecosistema híbrido de textos editados en papel y en digital se asocian con las modalidades de lectura específicas con las que convivimos actualmente. El análisis se enfoca en dos debates acerca de los modos como se articulan la tecnología, la escritura y la lectura y de los efectos que esos vínculos provocan. El primero, entre dos escritores y académicos norteamericanos, tuvo lugar en el año 2008; el segundo, pocos años antes, se había producido entre dos escritores argentinos. Los temas planteados en esas discusiones nos permitirán esbozar algunas reflexiones respecto de cómo escribimos y leemos en el presente.

El debate en el norte

En un año tan lejano del COVID como el 2008, un artículo publicado en la revista literaria The Atlantic (fundada por Ralph Waldo Emerson, un filósofo de los Estados Unidos iniciador de la corriente trascendentalista y amigo, entre otros, de los escritores canónicos de la literatura norteamericana Nathaniel Hawthorne y Walt Whitman) generó un pequeño revuelo en el aún más pequeño ambiente literario. El artículo, titulado "Is Google making us stupid?", partía de la siguiente premisa: el autor del texto, un escritor norteamericano llamado Nicholas Carr, empezó a percibir una creciente falta de concentración en la lectura de textos largos, y señalaba una de las causas en el cambio cognitivo que la proliferación de Internet había empezado a generar en los propios modos de lectura del autor:

Desde hace algunos años he tenido la incómoda sensación de que alguien, o algo, ha estado jugando con mi cerebro, remapeando sus circuitos neuronales, reprogramando su memoria... me pongo inquieto, pierdo el hilo, empiezo a buscar algo más para hacer. Siento como si tuviera que arrastrar de regreso al texto a mi cerebro rebelde. La lectura concentrada que solía ser natural se ha convertido en un esfuerzo (Carr, 2008, traducción nuestra).

De este modo Carr, un académico que había recorrido las aulas de Harvard y que había sido reconocido como miembro de la Enciclopedia Británica, daba cuenta de una ruptura entre sus formas de apropiación de los textos y establecía así una pequeña tipología entre ellas: por un lado, una lectura concentrada, sin interrupciones, a la que podríamos pensar en términos de lo planteado por Kovač y Philips (2022, p.63) como “lectura profunda”: una forma de lectura que reinó durante la época estable del formato del libro y cuyos beneficios principales podrían resumirse en potenciar habilidades cognitivas tales como la ampliación del vocabulario y la atención sostenida. Del otro lado del espectro, una lectura fragmentada, suspendida de manera constante por múltiples estímulos que, como en un efecto de enfoque y desenfoque permanente, dibujan los contornos de un lector inquieto, siempre enfrentado al peligro de verse interrumpiendo la lectura para retornar luego, una y otra vez, en un proceso muy alejado de la linealidad constitutiva que el formato del libro propone, y forzando también una capacidad que el cerebro por sí mismo no logra resolver de manera inmediata: retornar al estado de concentración. En un análisis que contempla los diferentes formatos digitales a los que el libro tradicional fue adaptado, Kovač y Philips (2022, p. 63) señalan esa linealidad narrativa, reforzada por la reticencia del lector a salir del texto por medio de hipervínculos, como posible causa del triunfo comercial del e-book por sobre las otras formas de edición digital conocidas hasta ahora.

Esta preocupación esbozada por Carr sobre el desarrollo del ecosistema digital y su algoritmia, que son las que hoy parecieran marcar el pulso de nuestra vida cotidiana, y sobre cómo ese desarrollo estaría modificando las capacidades cognitivas de las personas, no es ya algo novedoso. Griffey (2018), por ejemplo, menciona una investigación llevada a cabo en el Instituto de Psiquiatría de Londres, cuya conclusión fue que las interrupciones constantes de llamadas telefónicas y correos electrónicos hacían descender 10 puntos el coeficiente intelectual (IQ) de las personas entrevistadas. Por su parte, McSpaden (2015) señala que una investigación de Microsoft demostró que el umbral de atención promedio se redujo a 8 segundos.

Sin embargo, más allá de la figura de un lector desconcentrado, lo que dejaba sin contestar la pesimista visión del artículo de Carr era qué tipo de lecturas estaría erosionando el nuevo mundo digital. De hecho, en un foro de discusión virtual generado tras la publicación del artículo, Clay Shirky, otro escritor estadounidense, puso el foco sobre la elitista visión de la lectura que estaría implícita en el lamento del primero. Si bien los autores en disputa coincidían en que las facilidades de transmisión de Internet habían disparado las posibilidades de acceso a materiales escritos a niveles muy superiores a cualquier otra época histórica, lo que se estaba viendo minado por la lógica de lectura emergente era, en especial, el texto novelístico decimonónico, cuyo epítome y caso testigo para el debate en cuestión fue Guerra y paz, la novela del escritor ruso León Tolstoi. Shirky, como buen polemista, se encargaba de avivar el fuego de la discusión: ¿es en verdad relevante en el mundo actual leer los vaivenes políticos y amorosos de la aristocracia rusa entre los ecos distantes de las guerras napoleónicas, o es más bien un imperativo impuesto por cuestiones de esnobismo o de estatus académico?

En este punto nos gustaría detenernos en dos de los temas centrales que vemos surgir en el debate: primero, nuestra capacidad de atención y de concentración como lectores; segundo, la efectiva relevancia que podrían tener ciertas lecturas en la actualidad.

Desde los años '60, al calor del aumento en cantidad y velocidad del movimiento de información a escala global (con la televisión en primera instancia y después con Internet como los máximos exponentes de la comunicación masiva), la atención como concepto de estudio empezó de a poco a ganar terreno en disciplinas tan diversas como la psicología y la economía política. En la primera se discutían aspectos que aún hoy permanecen en debate: ¿Hay una definición única para el fenómeno de la atención o, así como se plantea la existencia de inteligencias múltiples, habría que pensar también en diferentes clases de atención? ¿Es un acto de la voluntad consciente o es más bien un inevitable acto reflejo -o es en parte ambas cosas? ¿De qué modos se vinculan la atención y la memoria? (Styles, 2006). En el terreno de la economía, por otra parte, se empezó a pensar en la dicotomía tecnocrática de una superabundancia de información enfrentada a la potencial escasez de recursos mentales para procesarla. A diferencia de los procesadores capaces de analizar ingentes cantidades de datos en una fracción de segundo, los seres humanos tenemos limitaciones cognitivas que vuelven imposible una eficiencia de procesamiento equivalente. Una cuestión que preocupaba a los gurúes en gestión de organizaciones en una época todavía germinal en cuanto a desarrollos digitales era cómo hacer que la sobreabundancia de información no clausurara la capacidad interpretativa de los técnicos en análisis de datos (Celis Bueno, 2017).

¿Cómo podemos pensar estos interrogantes y presupuestos en torno a la atención en el marco de la lectura y los lectores? El concepto señalado de “lectura profunda” tiene una larga tradición en el campo disciplinar de la historia del libro. Tenemos que remontarnos a la Edad Media y al progresivo y lento pasaje del rollo al códice entre los siglos II a V d.C. para rastrear un pasaje en varios aspectos inverso al que acabamos de describir para la cultura de la información que viene desarrollándose desde los años ´60. A diferencia de la superabundancia de datos que desborda los espacios digitales, lo que implicó ese pasaje fue una concentración unívoca de un cuerpo textual en un formato dado. De la lectura en voz alta se pasó paulatinamente a aquella a la cual el formato libro iba a abrir paso, y que sería la forma dominante de leer durante más de quince siglos: la lectura silenciosa. Cavallo señala bien las motivaciones y los efectos de estas transiciones:

A la lectura del otium literario, que recorría el libro en una ininterrumpida secuencia de columna en columna recitada por la voz lectora, le sucedía una lectura concentrada y atenta, en voz cada vez más baja, con el sentido impuesto por dispositivos precisos, adecuada para una captación total del texto, orientada a condicionar fuertemente los modos de pensar y de actuar. De una lectura libre y recreativa se pasaba a una lectura orientada y normativa. El ‘placer del texto’ fue sustituido por una labor lenta de interpretación y de mediatización (Cavallo, 2004, p.151).

Como bien señala Cavallo, el nuevo formato del códice reclamaba una atención particular. Y es justamente la atención el rasgo humano que ha sido convertido en un concepto clave para pensar los nuevos modos de organización del capitalismo postindustrial: términos como “capitalismo del conocimiento”, “economía de la atención” (Celis Bueno, 2017) y “siliconización del mundo” (Sadin, 2018) hacen referencia a la intersección entre las posibilidades tecnológicas abiertas por los desarrollos en la industria informática, las nuevas estrategias que las empresas comenzaron a adoptar para continuar extrayendo valor en el nuevo contexto político-económico abierto tras la Segunda Guerra Mundial, y la cada vez más escasa (y por tanto más valiosa) atención en un contexto sobrecargado de estímulos (ya sea en forma de notificaciones en el celular, de emails promocionales o de repetitivas publicidades emergentes en cualquier pestaña del navegador).

En este sentido, Beller (2006) llega a sostener que prestar atención es un nuevo modo de trabajo, en tiempos cuando las fronteras entre el trabajo y el ocio cada vez se vuelven más difusas, y que como tal permite nuevas formas de extracción de plusvalía. El ejemplo más evidente son las invasivas publicidades de YouTube que se adueñan de la pantalla antes de dar inicio a la reproducción del video. Ese ejemplo es la punta de un iceberg que guarda en sus profundidades un entramado de datos: su construcción, desde nuestros focos de atención como usuarios digitales (una búsqueda en Google, un like en Facebook o Instragram); su análisis, que permite diseñar un abanico heterogéneo de audiencias segmentadas; y, como última etapa del proceso, su venta con fines publicitarios. En Malleable, Digital and Posthuman (2021), Ignas Kalpokas concluye que el ámbito del consumo digital se convirtió en un campo de batalla cuyo único objetivo es captar, retener y controlar la atención de la mayor cantidad posible de internautas. Así, podríamos concluir, al menos de forma provisoria, que la "incómoda sensación" de Carr al vivenciar la hiperactividad y falta de atención en la lectura bien podrían ser un posible corolario de la conjunción de estos procesos.

El segundo tema en el debate del foro que “Is Google Making Us Stupid?” había disparado era la relevancia actual de leer novelas como Guerra y Paz. Clay Shirky, el antagonista de esta historia, escribió un artículo en respuesta a ese texto, titulado convenientemente “Why Abbundance is Good: A Reply to Nick Carr”. En menos de veinte párrafos incisivos y cargados de ironía, Shirky estimaba el lamento de Carr sobre la pérdida generalizada de la capacidad de concentración necesaria para leer la obra cumbre de Tolstoi como el signo de un cambio cultural más profundo: la elegía de Carr, planteaba Shirky, no estaría acotada a una serie de libros o autores en particular, sino que incluiría a todo un régimen cultural cuyos ejes centrales durante casi cinco siglos habían sido la figura del escritor-intelectual-iluminado y el objeto-libro de su creación. Para Shirky, el argumento de que Google disminuyó nuestra capacidad para leer a Tolstoi resultaba anacrónico: ya la televisión había hecho lo suyo para desplazar al libro (y a los textos escritos en general) como medio de comunicación principal, y ya hacía rato que el público lector en general había dejado de leer a Tolstoi. Lo que sí habría cambiado, sin embargo, con Internet y la sostenida modificación en los modos de consumo cultural que su desarrollo trajo aparejado es el prestigio y la reverencia que, aun cuando no se lo leyera, se le seguía brindando al libro en cuestión. Como en una reedición, 70 años después de la “pérdida del aura” de la obra pictórica que Walter Benjamin (1989) analizó como resultado de la aparición del cine y la fotografía, este sería para Shirky el verdadero plot twist en la historia literaria:

Esta es la ansiedad real tras el ensayo [de Carr]: habiendo perdido su real centralidad hace tiempo, el mundo literario está perdiendo ahora también su influencia normativa. La amenaza no es que la gente deje de leer Guerra y Paz. Eso ocurrió hace rato. La amenaza es que la gente deje de reverenciar la idea misma de leer Guerra y Paz (Shirky, 2008, traducción nuestra).

De este modo, parece decir Shirky, el lamento por la falta de lectura de las grandes obras oculta en parte la aflicción por el descentramiento cultural de la literatura como discurso capital y del escritor como su venerado creador. Si este descentramiento cultural fuera definitivo (pero nada indica aun que este sea el caso), podríamos estar asistiendo al final de lo que Kovač y Philips (2022, p. 36) denominan “el orden del libro”, un régimen especial definido por las formas impresas que surgieron desde la Baja Edad Media y que difieren de todas las previas tradiciones de transmisión oral. Esas formas escritas tomaron un papel central en el surgimiento de la Modernidad y en la difusión de las ideas del humanismo primero y de la Ilustración después. Por eso consideramos necesario, para dar término a la sucinta recapitulación de este debate, retomar a Chartier cuando apunta que

la biblioteca del futuro debe ser también el lugar en que se pueda mantener el conocimiento y la comprensión de la cultura escrita en las formas que han sido y son todavía mayoritariamente las suyas hoy en día. La representación electrónica de todos los textos cuya existencia no comienza con la informática no debe significar … la relegación, el olvido, o peor, la destrucción de los objetos que los han portado… Solamente si es preservada la cultura del códice podrá existir, sin matices, la “extravagante felicidad” que promete la pantalla. (Chartier, 1996)

Lejos de toda nostalgia por una irremediable pérdida de lo impreso, el esfuerzo crítico se torna indispensable para repensar en qué modos las formas escritas, en un ecosistema híbrido de papeles y de bytes, alcanzan a los lectores, y cómo los lectores leen y piensan, o leen y vuelven a escribir aquello que han leído. La “extravagante felicidad” que menciona Chartier podría ser ajena tanto al códice como a la pantalla. Podría encontrarse sencillamente en el acto de lectura.

El debate en el sur

El segundo debate que deseamos retomar está íntimamente ligado al primero, aunque dislocado en el espacio (viajando a la Argentina), y desplazado en el tiempo (el año 2013, primero, y 2006, después). El escritor argentino Fabián Casas, de modo lateral (como casi todo en la obra del autor de la novela Ocio), tomó un pequeño lugar en la polémica que aborda este trabajo. En un libro de artículos y ensayos titulado La supremacía Tolstoi, el trabajo más extenso y el que da nombre al libro trata, justamente, sobre la obra del escritor ruso que Shirky había tomado como ejemplo para sostener su punto de vista en el marco del debate iniciado por Carr. Gran parte de las apreciaciones de Casas en el contexto de ese ensayo pueden leerse, de hecho, en la línea de las ideas expuestas por Carr:

No se puede hacer [con las obras de Tolstoi] una lectura de superficie, hay que ponerse el traje de buzo y bajar a las profundidades. Es una experiencia riesgosa y contundente, de la cual emergemos a la superficie con algo ya casi en extinción como la experiencia (Casas, 2022, p.186).

Aquí notamos que para Casas la lectura profunda se contrapone a una “lectura de superficie”, algo que Carr había sugerido en esa lectura fragmentaria que la falta de atención lo llevaba a realizar sobre los textos. Por otra parte, Casas reconoce, aunque con sesgo negativo, las apreciaciones de Shirky sobre el cambio cultural al que seguimos asistiendo:

Es probable que actualmente muchos escritores jóvenes se vean influenciados no tanto por la lectura de otros libros sino por la influencia de otros formatos. No sólo las historias sino la forma de narrar, la velocidad de la virtualidad, el fraseo del twitter, el balbuceo de los mensajes de texto, los power points empresariales, los formatos histéricos de los videojuegos y el facebook (Casas, 2022, p.185).

Estos nuevos formatos son parte de lo que Shirky juzgaba positivo del contexto actual, puesto que brindaban herramientas sencillas de utilizar para que cada quien hiciera su contribución a una nueva esfera de abundancia informativa. En este sentido, en un gesto que remite a "Las tretas del débil" (un artículo de Josefina Ludmer sobre cómo Sor Juana construía su fortaleza como escritora y figura intelectual desde la asunción de sus supuestas fragilidades), el primer párrafo del ensayo de Casas parece tomar los argumentos de Shirky (sobre el lugar cada vez más invisible del escritor) como arma a su favor:

En Argentina el escritor no ocupa ningún lugar, a nadie le importa lo que dice un poeta o un novelista y ni hablar de los filósofos. Este ninguneo es una bendición, sirve para que los escritores se pongan a escribir con la boca cerrada, sólo pensando en sus trabajos, sea esto un ensayo, una novela o un cuento. O den a luz una nueva forma de escritura que no tiene nombre (Casas, 2022, p.179).

En esta postura resuena, a su vez, el Borges de "El escritor argentino y la tradición", en el que el autor de “El Aleph” bendecía el lugar descentrado de la cultura argentina porque sin la referencia directa de una herencia literaria canónica a la cual acudir, el escritor tenía la libertad de tomar influencias de donde quisiera.

Curiosamente (o no tanto), el propio Casas había anticipado la disputa literaria de los autores del norte, pero como en un cuento borgeano de paradójicas repeticiones espejadas, esa vez Casas había ocupado el rol opuesto. Había ocurrido lo que sigue: en el año 2006 otro escritor argentino, Marcelo Cohen, había publicado un artículo bastante poco elogioso para con la literatura de Casas. La definía (dentro de una taxonomía bastante barroca que incluía "prosa de Estado", "hiperliteratura", entre otros géneros por lo demás arbitrarios) como una "infraliteratura" que representaba los estereotipos de "la chabonería barrial de rock y fútbol". En "Rita y Bertoni" (2006), un breve artículo primero publicado en su blog personal y luego en formato de libro (Ensayos Bonsai), Casas replicó a Cohen de una forma con la que el herético Shirky hubiera estado bastante de acuerdo:

No veo que haya que estar en contra de ningún escritor, en contra de ninguna forma narrativa, en contra de ninguna manera de venderse como escritor. Se les puede robar a todos, se puede aprender de todos. En su casita de Aberdeen, donde vivía de manera muy pobre, Kurt Cobain tenía muchas mascotas. Había, entre otros, un conejo y un gato. El gato se empeñaba en fornicar con el conejo. A Cobain le causaba risa imaginarse qué podría salir de esa unión. A mí también… (Casas, 2006).

Podemos notar en esta postura de Casas parte del gesto crítico que planteamos desde las reflexiones de Chartier sobre los preceptos para una biblioteca del futuro: la lectura como forma de apropiación. Esta apertura del escritor argentino remite a lo que Shirky veía positivo en el contexto digital en que vivimos, la abundancia: multiplicidad de escrituras y de formas narrativas. Posibilidad total de apropiación, algo que también resuena de la optimista postura de Sharky respecto de los efectos que las nuevas tecnologías son capaces de propiciar. Podemos preguntarnos entonces si los nuevos formatos que influencian hoy las nuevas escrituras (y de los que Casas renegaba en 2013) no serán como esos gatos y conejos cuya bizarra descendencia hacían reír al otro Casas, al del año 2006. Si Tolstoi no será, en este contexto, más parecido a un animal mitológico, como una especie de esfinge, inabarcable y enigmático en su estatuto canónico, pero que, como advertía Chartier, conserva aún para nosotros un secreto que no deberíamos dejar en el olvido.

Conclusión

Un repaso por el debate en torno a la lectura en papel frente a la lectura en línea iniciado hace más de quince años nos ha servido para repensar el actual estado de la cuestión en donde un ecosistema de pantallas convive con la edición impresa para construir modalidades híbridas de lectura. Estos modos de leer conviven, a veces separados, a veces superpuestos, nutriéndose unos a otros para cristalizar las experiencias lectoras contemporáneas. Si el futuro de la tradicional edición literaria puede intuirse en suspenso permanente, la lectura seguirá marcando el pulso de nuestras formas de comprensión del mundo: desde la inmersión total generada por las obras de Tolstoi hasta los efímeros destellos reflejados en la brevedad de un hilo de Twitter.

Referencias

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