Producción artística

El señor Galli

Juana Galli

Plurentes. Artes y Letras

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 1853-6212

Periodicidad: Anual

núm. 15, e101, 2024

plurentes@bba.unlp.edu.ar



DOI: https://doi.org/10.24215/18536212e101

Mi papá siempre cuenta que cuando su padre cumplió cincuenta años a él ya le empezó a parecer “un viejo”. Ahora tiene noventa y seis años, y eso quiere decir que mi abuelo (que por hoy llamaré El Señor Galli) es viejo desde hace más de cuarenta años. El Señor Galli va muy seguido a ver a diversos especialistas de la salud que le dicen siempre más o menos lo mismo: que para la edad está bárbaro, que tiene un poquito de anemia, que tome todos los medicamentos en especial el corticoide, que coma lo que quiera, que haga un poco de actividad física, que no se preocupe, que anda bárbaro. Nunca fumó, siempre hizo deporte, jugó al básquet en el Club Universitario (tenemos recortes de diarios de esa época), durante años después de cenar solía tomar un vasito de Fernet como noble digestivo. Tiene una memoria y una lucidez impresionantes para la edad, resuelve crucigramas, todavía puede mentir jugando al truco, hace chistes. A mi papá le gusta decir “está sordo desde que lo conocí”, y es verdad, desde hace décadas que usa unos audífonos carísimos que apaga cuando quiere dormir o leer sin que lo molesten. Estos audífonos no sólo le son fundamentales para comunicarse, sino que también le permiten hacer una de las cosas que El Señor Galli más disfruta en la vida: escuchar tango. Cada vez que viene algún domingo a almorzar a mi casa hace de cuenta que somos una rocola y nos pide específicas canciones en específicas versiones de concretas orquestas, porque se acuerda de todas, las sabe todas. Sabe los nombres de todos los músicos medianamente importantes de todas las orquestas típicas que hubo en Buenos Aires.

El Señor Galli enviudó hace dieciocho años. La Señora Galli no estaba enferma ni nada, simplemente tuvo un infarto. Esto presentó algunas dificultades técnicas en la vida del Señor Galli, porque fue criado en una casa donde se le pagaba a una mujer por vivir ahí y cocinar para la familia, y cuando salió de ahí ese rol lo pasó a cumplir su esposa y, como consecuencia, El Señor Galli hasta el día de hoy no sabe ni hervir un huevo. Pero es muy bueno resolviendo la claringrilla, eh.

El Señor Galli no es el mismo desde que enviudó. Más o menos un año después murió su mejor amigo, y después a lo largo de los años fueron falleciendo cada uno de sus tres hermanos, el último en 2015. Fallecieron sus primos, la mayoría de sus amigos, algunos sobrinos incluso. Se acuerda de todo, quizá en desorden, pero los recuerdos están todos ahí. En mi cabeza lo tengo archivado en la categoría “Personajes que podría inventar Alejandro Dolina”, porque todo respecto a él es completamente dolinesco: su humor, su vocabulario, sus historias, su relación con la música, su manera de mirar, su sonrisa, tiene una sonrisa dolinesca.

El Señor Galli siempre fue lo que se dice un hedonista. Come de todo lo que le gusta como un animal, viajó muchísimo, se metió al mar siempre que pudo, se enamoró, hizo regalos caros, los recibió, fue a la cancha a ver a Gimnasia, un día casi murió por la excesiva ingesta de churros caseros. Con sus hermanos en la década del sesenta compraron un terreno en Punta Mogotes, Mar del Plata, y construyeron dos casas idénticas pegadas para irse de vacaciones. Pasaron muchísimos veranos ahí, a él le encantaba. Le gustaba hacer largas caminatas a la orilla del mar (a veces lo acompañé), tomar café leyendo el diario en el patio grande de la casa, ir a comer a un restorán italiano muy bueno que había cerca. La casa la vendieron cuando yo tenía once o doce años, en 2016 creo. Me acuerdo que fuimos unos días mis papás, mi tía, El Señor Galli y yo. Paseamos por el centro, fuimos al restorán italiano, visitamos la casa por última vez, tomamos mates en el patio, y nos llevamos algunas cosas que queríamos guardar, como las fotos y los cuadros. Después entregamos las llaves y el número de la alarma. Nunca más volvió a Mar del Plata.

El cuerpo del Señor Galli se rehúsa a morir. Todas las enfermedades lo eluden, todas las dificultades las supera, se lo lleva a hospitales únicamente para hacerle análisis. No importa la opinión que tenga El Señor Galli, porque su cuerpo se empecina en seguir con vida. Ahora se cansa mucho caminando, tiene que usar siempre bastón, cosa que juró toda su vida que jamás haría (por coqueto, por qué más va a ser), se agita fácil, tiene el termostato roto, va a todos lados abrigadito como hijo único. Si le sacamos el corticoide decae muchísimo, no puede moverse del cansancio, sufre, duerme mucho, pero con una mínima dosis ya puede recibir al kinesiólogo que le hace hacer ejercicios. Protesta un poco, pero los hace igual.

Hace un par de meses El Señor Galli empezó a insistir con que quería llevarnos a sus tres hijos, sus nietos y sus bisnietos a un hotel en Mar del Plata un fin de semana, que no importaba, que él pagaba todo. La primera semana pensamos que era un delirio de un momento, pero siguió insistiendo, nunca se olvidó. Y aquí estamos, hoy es miércoles y este viernes nos vamos todos a Mar del Plata a un hotel frente al mar en la zona de Punta Mogotes. Y ahora yo voy a escribir acá un secreto, que no es ni bueno ni malo pero por ahora es un secreto: me parece que El Señor Galli está planificando su muerte. Creo que espera morir en Mar del Plata mirando el mar, cerrando los ojos, o en todo caso a la vuelta después de subir a su departamento, durmiendo la siesta, con el sonido del mar todavía en sus oídos. Si es así, espero de todo corazón que su cuerpo lo sepa entender, que ceda un poco. Él no tiene miedo, yo lo conozco, es un exagerado, pero miedo no tiene. Él está en ese momento de la vida en que el miedo le empieza a dejar paso a la curiosidad.

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