Debates

El mercado como expresión de la vida cotidiana: análisis del entramado de relaciones para pensar un Trabajo Social situado

The Market as an Expression of Daily Life: Analysis of the Network of Relationships to Think About a Situated Social Work

Elena Espíndola
Universidad Nacional de Jujuy, Argentina

Escenarios. Revista de Trabajo Social y Ciencias Sociales

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 2683-7684

Periodicidad: Frecuencia continua

núm. 37, e008, 2023

escenariosftsunlp@gmail.com

Recepción: 02 Mayo 2022

Aprobación: 03 Abril 2023

Publicación: 02 Octubre 2023



DOI: https://doi.org/10.24245/26837684e008

Resumen: Este trabajo se ubica en el campo del Trabajo Social y la Psicología Social, el cual forma parte de un trabajo de investigación en el marco de lacátedra de Psicología Social dela Universidad Nacional de Jujuy -FHYCS. Puntualmente aquí presentaremos un análisis exploratorio en torno al espacio físico y simbólico del mercado ubicado en Tilcara, provincia de Jujuy (Argentina). El mercado es un espacio donde la gente local vende sus productos (verduras, frutas, comidas, ropa, hierbas medicinales, plantas y más), se reúnen y socializan. El análisis realizado aborda la categoría de vida cotidiana y sus mediaciones con la intervención profesional, lo cual da cuenta de la importancia de contemplar la singularidad de las comunidades, esto es conocer sus propias lógicas, los sentidos y significados de sus prácticas sociales, para construir una intervención situada que permita direccionar la práctica profesional en la consecución de un proyecto profesional crítico, basado en la transformación social. La investigación se realizó desde el enfoque etnográfico a través de entrevistas y observación participante.

Palabras clave: Trabajo social, Psicología Social, Vida cotidiana, Intervención social.

Abstract: This paper is located in the field of Social Work and Social Psychology, which is part of a research work within the framework of the Social Psychology Department of the National University of Jujuy -FHYCS. Specifically, here we will present an exploratory analysis of the physical and symbolic space of the market located in Tilcara, province of Jujuy (Argentina). The market is a space where local people sell their products (vegetables, fruits, food, clothes, medicinal herbs, plants and more), meet and socialize. The analysis carried out addresses the category of daily life and its mediations with the professional intervention, which shows the importance of contemplating the singularity of the communities, that is, to know their own logics, the senses and meanings of their social practices, in order to build a situated intervention that allows directing the professional practice in the achievement of a critical professional project, based on social transformation. The research was conducted from the ethnographic approach through interviews and participant observation.

Keywords: Social work, Social psychology, Everyday life, Social intervention.

Introducción

“El estar siendo en un lugar, en el suelo que habitamos, punto de convergencia entre el pa’mi y el mundo exterior. Configurando la cultura como decisión, acontecer, expresión de su vivir, enajenado por el sueño occidental, idealizado y avergonzado de su propia identidad, cultura y creencias”.

Rodolfo Kusch

En el presente artículo presentamos un análisis realizado en el marco de una investigación de la cátedra de Psicología Social de la Universidad Nacional de Jujuy -FHYCS.El objetivo de este trabajo se centra en analizar las esferas existentes en la vida cotidiana y sus mediaciones con la intervención profesional. La investigación se realizó desde el enfoque etnográfico a través de entrevistas y observación participante y no participante. Esta perspectiva etnográfica, incluye herramientas propicias para “documentar lo no-documentado” y para comprender situaciones cotidianas (Achilli, 2005). La etnografía se sostiene en el trabajo de campo que implica la producción de registros, y la problematización del tema y el marco de análisis a partir de la información producida. Además, el sentido de la etnografía reconoce la agencia de los/as sujetos implicados/as en la investigación, y su capacidad para apropiarse y resignificar usos y prácticas (Rockwell y Ezpeleta, 1983). Se realizaron entrevistas en profundidad a 15 trabajadoras del mercado, a partir de los ejes: desarrollo de la vida cotidiana: ámbito familiar (dinámica y organización) y ámbito laboral – trabajo. También se utilizó la técnica de observación participante y no-participante (Guber, 2001), a través de las cuales se pudo observar sistemática y controladamente lo que acontece en torno a la investigadora, participando en actividades llevadas a cabo por parte de las personas – mujeres trabajadoras del mercado. A partir de estas observaciones y entrevistas se construyeron registros y escritos que se cruzaron con los enfoques teóricos.

El análisis que se plantea en este artículo, se realizará desde la mirada de la Psicología Social que aborda la Crítica de la Vida Cotidiana planteada por Ana P. de Quiroga. La categoría vida cotidiana nos invita a romper con las lógicas de las ideologías dominantes (somos producidas/os en el interior de una estructura de clases a la que individual o colectivamente, contribuimos a perpetuar o a transformar). Hacer crítica a la vida cotidiana es analizar lo vivencial, la experiencia de cada persona, de cada comunidad, leer los cuerpos y sus posturas, las palabras y los discursos, el interjuego entre lo dicho y lo no dicho. Es preguntarnos acerca de las concepciones de mundo que conviven en un mismo espacio, y sobre cómo las personas representan el mundo, su sociedad, cómo conocen esa sociedad, cómo la desconocen, cómo legitiman lo dado, cómo buscan cambiarlo en el plano de las representaciones y cómo la critican.

Desde el campo del Trabajo Social y la Psicología Social dentro del cual se ubica esta propuesta, es posible abordar la categoría vida cotidiana y sus mediaciones con la intervención profesional, ya que esta categoría expresa la trama social, en la cual los sujetos articulan su existencia y donde se da el saber cotidiano, el saber instrumental, validado en la práctica social. En este sentido el mercado, representa ese lugar donde todo se entrelaza, donde la identidad está en un movimiento constante, donde la vida cotidiana se manifiesta con sus esferas: trabajo, tiempo libre y familia, en un mismo tiempo y ritmo (Quiroga, A. P., y Racedo, 1988). En este espacio todo, al decir de Rodolfo Kusch (2020), está siendo. A partir de aquí pretendo plantear un análisis para mostrar cómo se relacionan las esferas de la vida cotidiana desde el espacio físico y simbólico del mercado y a su vez reflexionar acerca de la necesidad de superar el cotidiano para lograr una intervención situada, que permita direccionar la práctica profesional en la consecución de un proyecto profesional crítico, basado en la transformación social.

En un primer momento, se pretende avanzar en un proceso de reconocimiento y de relación de las esferas de la vida cotidiana expresadas en el espacio físico y simbólico del mercado ubicado en la localidad de Tilcara, provincia de Jujuy. Para luego, a partir de ello, indagar qué aspectos de ese cotidiano se particularizan en el escenario de la intervención profesional del Trabajo Social. Es decir, mediante la comprensión de los aspectos centrales del cotidiano y cómo estos se presentan en el accionar profesional.

Finalmente, es importante decir que estas reflexiones no son un producto acabado, por el contrario, son algunas síntesis iniciales de un proceso investigativo que busca captar las particularidades de la vida cotidiana, y cómo a partir de ella es posible construir estrategias de intervención profesional críticas y situadas.

1. El Cotidiano Expresado en el Espacio Físico y Simbólico del Mercado

Analizar las esferas de la vida cotidiana y la intervención profesional del Trabajo Social requiere inicialmente profundizar y reconocer la categoría de vida cotidiana y qué formas adopta en determinados territorios. Teniendo en cuenta que en esta investigación se trabajo con la experiencia del mercado, pensaremos la categoría vida cotidiana desde ese sujeto de estudio.

Heller (1987), recuperando los aportes de Lukács, ha señalado que la vida cotidiana es el ámbito de la vida del hombre y, por ende, es una determinación insuprimible de la vida social. Es decir, sin cotidiano no hay posibilidades de existencia y desarrollo del hombre y la sociedad y, al mismo tiempo, el hombre y la sociedad -y por ende el cotidiano- adoptan formas particulares según el momento histórico y la clase social a la que se pertenezca. En referencia a ello, Vida cotidiana y Trabajo Social: límites y posibilidades en la construcción de estrategias de intervención profesional Netto recalca que “…la estructura de la vida cotidiana es distinta en referencia a su ámbito, a sus ritmos y regularidades y a los comportamientos diferenciados de los sujetos colectivos” (2012).

En el marco de la Psicología Social, Pichón Riviere define que las condiciones concretas de existencia, hacen referencia a que cada uno/a vive en un habitad, uno/a tiene un lenguaje, hay costumbres, hay instituciones, hay religiones. “Somos sujetos producidos en una organización social y a la vez productores de esa organización, y tenemos la posibilidad de cambiarla” (Riviere, 1997). Esto da cuenta de que nuestra vida como parte de una organización es concreta, y que dentro de esa organización hay una estructura social, donde el par satisfacción–necesidad es la base de esa estructura, de lo cual resulta el vínculo. Vínculo que se construye en procesos de comunicación y aprendizajes, a través de la socialización, del encuentro con el otro/a. Este proceso, a partir del cual el sujeto se apropia de las condiciones sociales concretas que le permiten reproducirse, se realiza en diversos ámbitos, debiendo actuar acorde a cada uno de ellos.

Esto significa que las personas se objetivan de diversas maneras y esas objetivaciones constituyen el mundo humano, su entorno, su cotidiano, del mismo modo en que las personas los produce, éstos actúan sobre el propio sujeto, modificándolo. En este sentido el mercado se presenta como el espacio donde transcurre la vida cotidiana, siendo un espacio de sociabilidad, donde diferentes modos de vida cotidiana se entrelazan en un mismo tiempo. Es un espacio donde el encontrarse, saludarse, es una forma de sentirse parte de la comunidad, de reconocerse. Es un lugar donde es visible la comunidad con su cultura, con sus formas, con sus tradiciones, costumbres, sus sentidos y significados. Es el espacio donde se manifiesta el mundo andino, visibilizado en los lazos comunitarios, donde se tejen redes entre las mujeres, ellas como “dueñas del mercado”, soberanas de sus vidas y de sus economías, donde se construyen sus bases concretas de existencia. En este espacio las condiciones concretas de existencia se manifiestan desde la vida cotidiana, donde se pone en juego la tensión entre las esferas: trabajo, familia y tiempo libre. Todo esto se conjuga en un mismo tiempo, en un mismo ritmo.

Habiendo reconocido, desde el trabajo de campo y desde los marcos teóricos, que el cotidiano es un ámbito esencial de la vida humana y el escenario en el cual se desarrolla la historia y el proceso de producción y reproducción individual y social, Heller subraya que

La vida cotidiana es la vida del hombre entero, o sea: el hombre participa en la vida cotidiana con todos los aspectos de su individualidad, de su personalidad. En ella se ‘ponen en obra’ todos sus sentidos, todas sus capacidades intelectuales, sus habilidades manipulativas, sus sentimientos, sus pasiones, ideas, culturas, prácticas, ideologías. La circunstancia de que todas sus capacidades se ponen en obra determina también, como es natural, el que ninguna de ellas pueda actuarse, ni con mucho, con toda su intensidad. (1987:39).

Entonces podemos definir a la vida cotidiana como el espacio y tiempo en que se manifiestan de forma inmediata las relaciones que las personas establecen entre sí y con la naturaleza en función de sus necesidades, configurándose así sus condiciones concretas de existencia. Por lo tanto, la cotidianidad es la manifestación inmediata de las complejas relaciones sociales que regulan la vida de las personas en una época histórica determinada. La vida cotidiana reclama una crítica, una indagación que arribe al conocimiento objetivo de las leyes que rigen su desarrollo, lo que implicará problematizar los hechos, interpelándolos, para conocer sus leyes internas, corriendo el velo de la familiaridad acrítica y asumiendo al sujeto como cognoscente, en tanto sujeto reflexivo.

Esto es, siguiendo a Ana Quiroga y Josefina Racedo (1988) hacer crítica de la vida cotidiana, lo que implica interpelar a los hechos, interrogarlos, problematizarlos -a lo obvio, a lo natural, que por ser incuestionado pueden ser lo más desconocidos -. Sería la actitud opuesta a la familiaridad acrítica. Implica romper con nuestras obviedades (mitos, estereotipos, prejuicios, automatismos) que encubren, ocultan, invisibilizan siempre otras perspectivas de la realidad, e ir en busca de lo esencial que está en los hechos, en la realidad diversa y no en la representación mental que de esos hechos construimos, es decir en la representación social -en el pensamiento común y compartido- que naturaliza, ideologiza y mistifica los hechos.

En función de poner en práctica la crítica a la vida cotidiana, veamos las esferas de la vida cotidiana, expresadas en el espacio del mercado, para eso tomaremos las esferas: trabajo y vida familiar.

El trabajo, desde esta perspectiva se concibe como una acción previamente planificada y social, las mujeres y hombres producen y reproducen sus vidas en una doble relación: con la naturaleza y con las otras personas, y lo que producen en esta acción se denomina trabajo. Esta doble relación no sólo determina la vida en su posibilidad, sino que la determina en su forma, en relación al qué se produce, cómo se produce, con qué medios, qué instrumentos, cómo es la inserción en el proceso productivo y cómo se distribuye socialmente. Tomamos esta definición para analizar cómo se configura el trabajo en el espacio del mercado.

Por un lado, el trabajo aparece como un medio de autonomía de las mujeres, donde se recupera y reivindica su rol activo en la economía y en sus vidas. Por otra parte, el trabajo pone en cuestión lo público y lo privado, bien sabemos que la mujer ha sido inscripta en la esfera privada, “ámbito de la necesidad”, espacio vinculado al hogar, la reproducción y las actividades domésticas, a la vez que aislada del “ámbito de la libertad”, asociado a la actividad política y laboral. Este esquema ordenador de espacios, prácticas y sujetos ha sido revisado y discutido no solo desde la teoría feminista sino que también desde la propia experiencia histórica y las transformaciones sociales, lo que permite reconocer una ruptura que está dada fundamentalmente por la conquista de distintos espacios de la vida social por parte de las mujeres; en este sentido la mayoría de las personas trabajadoras del mercado son mujeres habitando el espacio de lo público, pero sin evadirse de la “responsabilidad” sobre sus tareas de cuidados, como algo que se adosa a sus rutinas cotidianas en un continuo dentro de la jornada laboral.

El trabajo pone de manifiesto lo que se produce, el cómo lo producen; los medios que utilizan dentro de este mismo espacio son múltiples, ya que cada una de las personas se organiza con modalidades distintas en relación con las concepciones de vida, en línea con las cotidianidades que se ponen en juego; por ejemplo nos podemos encontrar con mujeres que producen desde la elaboración artesanal, con mujeres que se organizan con otras y se insertan al proceso productivo desde la reventa, mujeres que son campesinas y producen desde el trabajo con la tierra y nos encontramos con mujeres que no son campesinas y revenden frutas y verduras que llegan desde la zona de valles de la provincia. En cada una de estas mujeres la concepción de trabajo aparece de forma distinta, la cual está en relación con la construcción de su identidad y de las matrices de aprendizaje, propias de sus trayectorias de vida.

Si tomamos el concepto de “Modo de producción” que emplea Marx (2019) para referir al complejo proceso por el cual las personas interactúan simultáneamente con la naturaleza y entre sí, el trabajo se compone de dos partes: relaciones de propiedad y fuerzas productivas. Con la primera Marx quiere señalar que en el proceso de la producción las personas trabajan con otros y para otros. Bajo el capitalismo los que poseen y controlan los medios de producción tienen poder sobre los que no. Estos, que han sido separados de sus medios de producción y que sólo poseen su fuerza de trabajo, sirven y obedecen. En la expresión fuerzas productivas se incluye, ante todo, a la fuerza de trabajo real de las personas que trabajan. Incluye a las/os trabajadoras/es, a los instrumentos de producción que emplean y a la forma definida de cooperación, condicionada por los instrumentos y medios de producción.

Al analizar el trabajo desde el enfoque que propone Marx, podríamos decir que las lógicas que se conservan en el mercado en cuanto a la organización del trabajo, son formas que de alguna manera resisten a la cultura del capitalismo, ya que la mayoría de las personas que trabaja en el mercado no trabaja para un “patrón”, sino que es dueña de sus medios de producción, maneja sus tiempos, produce para sí misma y no para otros. Por lo tanto la persona se identifica con su producto, en el sentido de encontrarse en él, de allí la importancia en la constitución y el reforzamiento de la identidad. “Es la cultura de la despensa en contra de la cultura del mercado” (Silvia Rivera Cusicanqui, 2010). Esto nos refleja que “el estar en la obra” (Lefévre,2015) por simple y elemental que sea, enriquece los sentimientos de autoestima y de valoración del YO. Entonces el trabajo, en tanto superación de necesidades, en tanto transformación de lo real, en tanto creación es lúdico, tiene un profundo sentido de libertad.

En la experiencia analizada en este estudio, el trabajo como esfera de la vida cotidiana se relaciona activamente con la esfera vida familiar, siendo que el trabajo en la vida familiar aparece como un eje ordenador del cotidiano, con la función de sostener y generarla economía, así todas/os las/os integrantes de las familias participan y son parte de la distribución de tareas que implica el trabajo, por ejemplo: atender el puesto, encargarse de las compras, colaborar en el armado y desarmado de los puestos, cocinar para llevar la comida al trabajo, sembrar – cosechar las verduras para vender, o bien encargarse de la compra para la reventa, etc. Las mujeres en este sentido se encuentran desfavorecidas a causa de las desigualdades estructurales, vale a aclarar que si bien son las gestoras de las actividades económicas, esas actividades están en un plano de precariedad laboral en cuanto a derechos sociales. Ser las protagonistas en el ámbito de lo público desde el trabajo no las liberas de las “responsabilidades” naturalizadas socialmente por su condición de mujer, ósea que las tareas domésticas y las tareas de cuidado se trasladan de alguna manera a su espacio de trabajo, el mercado. En este habitar de lo público las mujeres producen sus condiciones concretas de existencia, ocupando dentro de la vida familiar un rol activo de producción de bienes y conocimientos. Entonces se comienza a romper con la lógica patriarcal y se cuestiona el modelo tradicional hegemónico de familia, ya que se pone en juego un modelo de familia desde la diversidad, integral y desde una unidad de relaciones.

Por otra parte, el mercado como lugar de trabajo construye lazos comunitarios fuertes, que se visibilizan en la organización de las redes que se tejen entre las familias en diversas situaciones como por ejemplo, colaborar ante alguna necesidad material de la comunidad, juntar dinero por el fallecimiento de alguien, participar de propuestas de ahorro colectivo “pasa mano”, etc. Estas relaciones se vinculan con el concepto de Capital Social de Bourdieu (1980) ya que para él las redes de relaciones son producto de estrategias individuales o colectivas, conscientes o inconscientes, que buscan establecer o reproducir relaciones aprovechables en el corto o el largo plazo. Es así que el mercado se nos presenta como un espacio de sociabilidad donde el capital social se pone en juego desde la colaboración que existe en este colectivo humano, como así también el afecto, la confianza mutua, las redes sociales y los vínculos que de alguna manera se tejen a partir de este espacio.

Entonces la cotidianeidad del mercado está marcada por el traslado de la vida familiar al espacio de trabajo, ya que muchas de las mujeres (mientras trabajan) están con sus hijas/os. Esto implica que de alguna manera los/as niños/as interioricen este espacio como un ámbito cercano y familiar, donde sucede el momento (muchas veces) para hacer las tareas, para jugar, para vincularse con otros/as niños/as. Esta cotidianeidad de alguna manera va construyendo parte de la matriz de aprendizaje de estas infancias. Situación que sucede, desde este análisis, por dos cuestiones: una relacionada al género ya que se sigue naturalizando el rol de la mujer, que, aunque este en un espacio de trabajo se traslada su “tarea” de madre. Y otra cuestión tiene que ver con la situación económica que impide que estas mujeres puedan acceder a contratar a una persona que se ocupe del cuidado de sus hijas/os, por lo cual en la mayoría de los casos no cuentan con redes familiares que puedan colaborar con el cuidado, por otra parte, resulta importante aclarar que la mayoría de las mujeres son las únicas responsables del cuidado y crianza de sus hijas/os.

Esta situación nos lleva a preguntarnos por las familias, lo cual supone varias cosas. Por un lado, pensar las circunstancias que resultan de la propia dinámica y mutación de las modalidades vinculares. Consiste también en dar cuenta de aquellas relaciones que se ven reformuladas a fuerza de avatares históricos y políticos. Y, sin dudas, también exige recoger las experiencias complejas de lo familiar en contextos hostiles. Se trata, en definitiva, de aprovechar estos acontecimientos para interrogar problemas de vieja data, tan antiguos que intentan reflotar lo instituido, esa idea de normalidad en cuanto al ser familia, este instituido amparado en las ideas conservadoras sobre la familia está en constante tensión con lo instituyente, esa fuerza transformadora que busca desnaturalizar viejas estructura que impiden, cuestionan y obstaculizan las nuevas formas de familias. El término “nuevas familias” implica considerar una cadena de transformaciones sociales relevantes, que superan las fronteras simbólicas y permiten pensar un espacio multidimensional de realización de los sujetos en su vida privada, pero que a la vez encarna la realización de los derechos humanos y sociales correspondientes. Pensar en las familias tiene hoy, diferentes connotaciones, donde, el sentido de ésta no pasa por su conformación, ni por la permanencia de sus integrantes dentro de un ciclo definido, con tramas de relación claramente pautadas, y papeles construidos en forma armoniosa. De algún modo, las estructuras familiares actuales, develan circunstancias que las muestran a partir de la diversidad y desde un espacio de tensión en términos de poder, así las familias se “arman” y “desarman” de acuerdo complejidades internas y externas, apareciendo como consecuencia su conformación con claras características heterogéneas e inestables. Se constituyen desde diferentes biografías, narrativas, experiencias y relatos que trascienden ampliamente la esfera de las clasificaciones demográficas. (Gómez-Rojas, g. v., & Riveiro, m., 2014).

Retomando el rol de las mujeres en la esfera de la vida familiar y del trabajo, observamos que en el proceso de deconstrucción, reconstrucción y construcción del rol social, aún podemos observar que siguen naturalizadas algunas formas de ocultamiento, ya que siendo la mujer quien organiza y administra la economía, y es “dueña del mercado”, quizás en sus discursos y sus prácticas se denota una falta de empoderamiento en cuanto a asumir el rol activo y protagonista en la esfera de lo público, a causa del poder patriarcal que insiste en perpetuarse. Esto puede estar relacionado con un cierto colonialismo interno (Rivera Cusicanqui, 2010) como modo de dominación que se reflejan en las relaciones, en los vínculos, porque se internaliza en los cuerpos, en las palabras. Lo vemos en la lógica que sigue la matriz cultural e ideológica de los horizontes coloniales para reducir a los pueblos indígenas y a las mujeres a un nivel subalterno, revalorizando las practicas occidentales, como idea de progreso en pos de la modernidad y no se profundiza en las practicas andinas, en el trabajo colaborativo, en la vida en comunidad, como aspectos fundantes de la cultura andina.

En el texto “Identidad como emergente histórico social” (José María Galli, 2006) se hace referencia a la desvalorización de lo propio, la oligarquía terrateniente necesitó que lo “nuestro” siguiera caracterizándose como salvaje, ignorante, bárbaro, atrasado, sin historia ni cultura. A la vez que lo de afuera fue ungido con valores positivos: blanco, bello, poderoso, sabio, inteligente. Allí era y es donde deberíamos mirarnos, pero a sabiendas de que nunca esa meta podría ser alcanzada. Es interesante relacionar esta idea con el concepto de colonialismo interno ya que muchas veces en el discurso de las personas que habitan el mercado, encontramos ciertos ocultamientos, negaciones (inconscientemente) de su cultura, de sus formas de vida y de su producción en pos de alcanzar cierto progreso impuesto por el capitalismo.

Este colonialismo interno (como forma de ocultamiento), atraviesa las matrices de aprendizaje, ya que estas al actuar desde lo implícito llevan muchas veces a accionar sin problematizar los pensamientos y formas de hacer, por lo cual se va construyendo una forma de interpretar el encuentro con el mundo, una hipótesis de quiénes somos en este proceso de aprendizaje. Las matrices son entendidas como estructuras internas, están ligadas a nuestra identidad ya que condensan nuestra experiencia y nuestra historia. Están determinadas por diversos factores, es decir están multideterminadas (Ana Quiroga, 1998). Se constituyen en los ámbitos en los que se desarrolla la experiencia de aprender y de la modalidad particular con que estas experiencias se inscribieron en nosotros/as.

Desde este análisis crítico sobre las matrices de aprendizajes “internalizadas” podríamos decir que son las crisis las que rompen con la familiaridad encubridora, son ellas las que abren un espacio para revisar las matrices y –quizás- reconfigurar nuestra subjetividad. Es desde este repensar que se abre la posibilidad de nuevas formas de aprender a aprender, de constituirnos en sujetos del conocimiento. Las crisis no generan sólo confusión, abren espacios para buscar nuevos caminos alternativos, creaciones individuales y colectivas.

Otro aspecto que resulta importante pensares la noción del tiempo y ritmo dentro de la vida familiar y del trabajo, como parte de la vida cotidiana. En el mercado podemos observar cómo se pone en juego esta noción (tiempo y ritmo) en cuanto a que el espacio de alguna manera esta ordenado en función de los ciclos naturales y de la cultura. En relación a los ciclos naturales es evidente como el mercado según la época de siembra, las estaciones del año, las fechas culturales está atravesado por este acontecer. Este espacio está inmerso en una zona donde el tiempo se sigue midiendo a través del desarrollo de los ciclos de la naturaleza: es esperada la lluvia, se espera el tiempo de la sequía, la salida del sol, las fases de la luna para la siembra, etc. La cultura se manifiesta como una expresión viva en el mercado, ya que al acercarse diferentes celebraciones (Pachamama, día de las almas, etc.) el mercado se tiñe de esa celebración. Esto a la vez da cuenta de la identidad, y de cómo estos aspectos organizan la vida cotidiana. La identidad se manifiesta en el mercado desde el encuentro, el entrelazamiento, desde la identificación en y con otros/as; es ese entrelazamiento el que da apoyatura a la identidad, entendida ya como integración y continuidad del “sí mismo”, en una dialéctica de interdependencia y autonomía. En este proceso de identidad hay cambios y continuidad, que permiten al individuo y a una comunidad identificarse y a la vez diferenciarse. La identidad de cada uno de nosotras/os contiene aspectos de resistencia y lucha, que permiten ir construyendo una identidad independiente.

Estos elementos que componen la identidad aparecen visibles en el espacio del mercado, por un lado se manifiestan los aspectos de una identidad impuesta: dominante, la cual se puede observar, por ejemplo en algunas prácticas, como la elaboración de comidas “chatarras”, hamburguesas, Coca-Cola, ropa importada (es importante aclarar que estos objetos dejan de circular en el mercado capitalista occidental y en nuestro territorio se la resignifica como “nueva”), y aspectos de una identidad gestada en resistencia y lucha: identidad independiente, que se expresan en las comidas típicas, la disposición de las mesas para comer (es una misma mesa, donde el almuerzo se comparte con otros/as), en los tejidos artesanales, en la música, la vestimenta, los lazos comunitarios propios del mundo andino, de la cultura. Esta identidad en resistencia y lucha, esta internalizada en los cuerpos, en las palabras, en las formas de ser y hacer; internalización que de algún modo genera que esta identidad (ancestral) este en movimiento, continua en el tiempo y resiste a la cultura impuesta. Estos dos aspectos de la identidad entran en tensión permanente, pero ambas a la vez conviven en un mismo espacio y tiempo: el mercado.

Siguiendo el análisis de Alicia Stolkiner, en cuanto a la dimensión temporal, hay una relación deseable entre los ritmos y tiempos de producción y la representación de la temporalidad, la construcción social de la temporalidad. La aceleración de los ritmos globales y la cuantificación cada vez más estricta expresan una sensación de vértigo permanente. La flexibilización o precarización de las condiciones de empleo y el carácter crónico del desempleo se corresponden con unas variaciones en la construcción representacional del futuro, tendiendo a sobredimensionar el presente, con una referencia sutil al pasado y un descreimiento en el porvenir. Para unos, el presente acelerado del sobre trabajo y el consumo compulsivo, para otros la temporalidad cotidiana de la subsistencia en los márgenes.

2. Vida Cotidiana y sus Mediaciones con la Intervención Profesional

Luego de plantear las esferas de la vida cotidiana como conocimiento situado del territorio, reflexionaremos acerca de la intervención profesional en función de avanzar en la construcción de una intervención situada.

Guerra (2007) afirma que en el cotidiano predominan demandas instrumentales, que exigen del profesional un accionar inmediato, capaz de resolver las múltiples situaciones que se le presentan. Por lo tanto, lo que le aparece al profesional en su intervención, son demandas atravesadas por las determinaciones propias del cotidiano, dadas por la superficialidad extensiva, la heterogeneidad y la inmediatez.

Esto exige del profesional un proceso de superación de la pseudo concreción, que le permita captar las determinaciones presentes en la intervención profesional. Para ello, es necesario incorporar una dimensión investigativa (Iamamoto, 2002), que no sólo rompa con el pensamiento práctico-mental, sino también con aquellas posiciones teóricas que en sus explicaciones quedan aprisionadas en apariencias ideológicas, sin captar el significado y las conexiones existentes entre los fenómenos sociales. Sólo de este modo es posible construir estrategias de intervención situadas.

Este proceso investigativo debe reconstruir las determinaciones concretas presentes en el cotidiano -en sus diferentes dimensiones, institucional, profesional y de los sujetos demandantes- para a partir de ello acentuar la direccionalidad estratégica de la intervención profesional.

Esto implica pensar la intervención profesional en el marco de la atención de diversas situaciones de la vida cotidiana. Conocer, observar y comprender la cotidianidad del espacio físico del mercado, donde se conjugan las diferentes esferas de la vida cotidiana, nos aporta información significativa a cerca del ritmo de vida, de prácticas sociales y culturales, de la dinámica y la organización familiar y del rol en la comunidad de las mujeres. Esta información colabora en construir diagnósticos situados para pensar la intervención profesional, tener en cuenta la forma que adquiere la vida cotidiana en un territorio particular es una posibilidad de hacer una construcción compleja del quehacer profesional y no partir de generalizaciones a la hora de intervenir con el territorio, la comunidad, los grupos y las familias. Situarnos, leer el territorio y sus prácticas permite enmarcarnos en un análisis de la “cuestión social” lo cual carga de sentido y de una particularidad a la intervención social.

El pensar situado en términos de intervención social implica un nuevo diálogo con el territorio, con la cultura y el sujeto de intervención intentando aproximarse a la realidad sin pre conceptos, es decir partir de la cotidianeidad para pensar la sociedad. (Carballeda, 2008). Pero por otro lado, implica el ejercicio critico de desentramar para producir conocimientos sobre las prácticas sociales que habitan a una comunidad, situándonos en el territorio, aprehendiendo sus lógicas e interpretando sus significados presentes en sus vidas cotidianas, por eso es interesante pensar el mercado como una expresión de la vida cotidiana, que nos brinda coordenadas acerca de los entramados sociales, culturales, económicos que conviven en un espacio determinado, para poder pensar desde lo situado las futuras intervenciones que realice el Trabajo Social desde su especificidad. La intervención en lo social, de este modo, se asienta en una forma de comprender desde el Otro/a, entendiéndolo como un sujeto en construcción constante dentro de un contexto socio histórico.

De esta manera, el Trabajo Social se construye en una relación necesaria con la cultura, teniendo desde allí nuevas oportunidades de reconocer la construcción de procesos discerniendo acerca de las diferentes formas de comprensión y explicación de los problemas sociales desde lo micro social reconociéndolo como atravesado y condicionado por lo territorial, lo macro social y fundamentalmente lo histórico.

La relación con lo cultural muestra la posibilidad de acceder a diferentes planos de conocimiento de ese Otro que se presenta en el lugar de la demanda. Así, la escucha, la palabra y la mirada, involucran reconstruir, contextualizar, el sentido de la acción de aquello que fue reprimido, obturado, limitado por condicionantes de orden social, cultural, histórico y político. En otras palabras, la intervención en lo social se transforma en un proceso que intenta reconstruir para comprender, visibilizar las causas que construyeron la demanda yendo desde lo micro social hasta lo macro. (Carballeda, 2010).

En este sentido mirar en profundidad un espacio del territorio, como el mercado, que resulta parte de una identidad latinoamericana, significativo como espacio de encuentro y de redes para la comunidad, un espacio donde se expresa la vida cotidiana y la expresión de la cuestión social, resulta importante y necesario para pensar y hacer un Trabajo Social que construya la intervención en y con la vida cotidiana, ahí donde las personas interactúan con su contexto micro social.

Así la construcción de la vida cotidiana entendida como espacio de intervención social donde lo cultural tiene un lugar relevante, implica que en la cultura los significados fluyen, interactúan, se mueven y constituyen tanto el escenario de intervención como los problemas sociales. En este sentido la obra de Rodolfo Kusch: el acto de pensar reclama la recuperación del sujeto americano. Ésta se puede construir a partir de la dinámica, de la movilidad que genera el diálogo entre sujeto, cultura e identidad, al analizar la singularidad de la territorialidad, la intervención social también puede ser pensada y reconstruida si se inscribe en su memoria la posibilidad de reorientarla a América, a la identidad local, sin dejar de lado su condición originaria, como tampoco los sucesivos mestizajes que la construyen como modo de hacer, pero también de comprender los nuevos desafíos, las nuevas manifestaciones de la cuestión social, los procesos de cambio de cada territorio, es decir, repensar la Intervención Profesional desde la reconstrucción del sujeto a partir de su condición histórica, cultural y social, en una forma de ida y vuelta con él mismo y con los otros (Carballeda, 2010).

Consideraciones finales

El análisis de las esferas que configuran la vida cotidiana, sus formas y modos de organización develan un entramado de relaciones complejas, donde las prácticas sociales cargadas de significaciones culturales con implicancias históricas y sociales, definen un modo de habitar el territorio, el cual es dinámico y no está determinado por las condiciones de existencia de las personas, sino que el contexto moldea una forma de hacer y pensar en vínculo con las/os otras/os y con el territorio que se habita. El mercado, como espacio físico y simbólico se enmarca dentro de un territorio, el cual puede ser entendido como una especie de relato cartográfico, donde la acción se despliega a través de los lazos sociales que lo articulan y cargan de sentido. Allí es donde confluyen en relación con las diferentes formas de subjetividad, los lazos con uno mismo, los otros, lo sagrado y la naturaleza.

Así, siguiendo a Carballeda (2015) la mirada hacia lo territorial se ratifica desde un pensar situado, donde las coordenadas que marcan su cartografía son socioculturales y espaciales, pero también nos hablan de ritualidad, significaciones y vida cotidiana.

La intervención en lo social desde una perspectiva territorial implica salir a buscar y despertar las historias que recorren las calles. Las historias del territorio también son las puertas de acceso a los barrios, las calles, los mercados y las plazas. En cierto sentido, el arraigo y la vinculación con los espacios territoriales se basa en que vivimos de historias, narraciones y recuerdos del lugar (propios o ajenos). Contemplar las singularidades de los territorios motiva las posibilidades de definición de la acción profesional revalorizando el plano de las acciones concretas que pueden generar procesos de transformación desde lo cotidiano, resignificando "lo social" en la disciplina.

Lo territorial, la pertenencia, los vínculos, cuál es su expresión en una situación de fragmentación, de precariedad, de heterogeneidad en las estrategias para subsistir, constituyen interrogantes orientadores en el proceso de análisis e interpretación de los acontecimientos actuales desde lo singular. Posibilita el acercamiento a diferentes modalidades de comprensión de los hechos sociales sin dejar de lado los aspectos macrosociales que los signan, enriqueciendo lo macro desde lo singular, al decir de Ágnes Heller desde "la unidad viva de particularidad y especificidad: la cotidianidad, la forma en que se particulariza lo genérico social."

La intervención se construye a partir de la caracterización precisa de las condiciones de vida de los sujetos y su reproducción, en la comprensión de la particularidad: cómo expresa el sujeto, cuáles son los sentidos asignados, cómo se construye desde la mirada del otro el "problema" y a partir de su saber cotidiano cómo estructura las formas de enfrentamiento y resolución, configurando en la acción profesional la constatación de la complejidad, aceptando la diversidad de lo real.

La experiencia de investigación realizada en el mercado de Tilcara, nos muestra una particularidad de ese territorio atravesada por prácticas sociales y culturales propias de ese territorio pero que no están ajenas a la cuestión social, esto es a la estructura económica-social y cultural, que va configurando una forma y organización de esa vida cotidiana. Comprenderla situadamente nos marca las coordenadas para construir una intervención transformadora. En este sentido la significación que los sujetos le dan a su situación actual, marca para el Trabajador Social un camino a recorrer y develar, al mismo tiempo que implica el reconocimiento de la estructuración de nuevas formas de enfrentamiento de esta "cuestión social".

El Trabajo Social resignifica su práctica profesional revalorizando acciones que impriman procesos de transformación desde lo cotidiano. Es en este sentido donde encontramos la centralidad de la vida cotidiana como espacio privilegiado en la intervención, no sólo por la cercanía con los sujetos y sus necesidades, sino porque en ella se traducen los aspectos más significativos para comprender la metamorfosis de lo social. (Lugano, C., 2002).

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