Tema Central

Democracias en tensión. Estado y políticas de protección social.[1]

Carlos Raimundi
Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Escenarios. Revista de Trabajo Social y Ciencias Sociales

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 2683-7684

Periodicidad: Semestral

núm. 35, 2022

comunicacionftsunlp@gmail.com



Buenas tardes. Muchas gracias a las autoridades de la Facultad de Trabajo Social por comunicarse conmigo e invitarme a estas jornadas. Además, quisiera felicitarlos y decir que para mí es un gran gusto porque estoy viviendo fuera de la Argentina y la verdad que los extraño mucho; extraño mucho ir a dar clases a la facultad, no tengan ninguna duda que prefiero las dificultades para encontrar estacionamiento cerca de la facultad cuando tenía que ir a dar clases yendo desde City Bell (por eso las últimas veces ya iba en tren). Pero siempre, aún con dificultades, la patria es más linda.

No soy de los que se enamoran cuando van a un lugar extranjero y mucho menos un lugar como este en el que me toca estar a mí. Esta Organización de Estados Americanos (OEA) que tiene una historia de mucha más oscuridad que de claridad con relación a las democracias y los pueblos de la región, así que lejos de seducirme el hecho de estar más cerca, todo lo contrario, me reafirma lo que siempre pensé de esta organización.

Resulta imposible abordar ningún fenómeno social por fuera de la pandemia. Es decir, la pandemia no es un hecho sanitario, es un hecho social, un acontecimiento social. Quizás uno de los más profundos, porque tanto desde la dimensión temporal como espacial no hay un solo ser humano para el cual no sea inédita esta situación. No hay ninguna persona con vida (por más anciana que sea) que recuerde un contexto similar. Esto implica que no hay antecedentes en el tiempo vital de cada uno de nosotros ni tampoco hay una sola persona que pueda sentirse aislada o desinvolucrada desde el punto de vista geográfico espacial, así que desde las dos dimensiones, tanto en la temporal como la espacial, la pandemia es omnicomprensiva.

La pregunta esencial es si se trata de un hecho disruptivo, una suerte de anomalía respecto de la marcha que tenía el proceso de desarrollo a nivel mundial o si, por el contrario, es un eslabón más en la cadena de un modelo de desarrollo. La respuesta a este interrogante determinará el lugar desde donde se aborden el presente y el futuro, ya que, si lo tomáramos como un hecho disruptivo, debíamos aliviar la fase más aguda, luego sortearla y finalmente retomar el rumbo. Por el contrario, si consideramos la pandemia como una consecuencia del rumbo, es necesario utilizar esta etapa tan conmovedora, tan socavadora de los cimientos, de la forma de organización social presente que nos obliga necesariamente a intervenir para que el rumbo posterior sea diferente del anterior. De no modificar dicho rumbo, no habremos terminado con la pandemia como fenómeno, habremos terminado con este virus, pero entraremos en una especie de cuarto intermedio hasta que venga el próximo.

Entonces, ante la reiterada pregunta de “¿cómo saldremos de la pandemia?”, mi respuesta debido a mi propia matriz formativa (que es la matriz política) es: depende de cuánto intervenga la política. Recientemente escuché uno de los discursos políticos más extraordinarios de los últimos tiempos. Paradójicamente, hubo un discurso anterior del mismo carácter extraordinario pronunciado por la misma persona y en el mismo marco, me refiero al discurso del Papa Francisco en el marco de su reunión con los movimientos sociales. Ya lo había hecho en Bolivia de manera presencial hace seis años, dando un discurso extraordinario, pero el más reciente también lo fue, puesto que se trató de un profundo discurso político, donde habló de los empresarios, los medios de comunicación, las formas de producción, e instó a reducir la jornada laboral. Hay políticos que temen pronunciarse en referencia a la posible reducción de la jornada laboral dentro del sistema capitalista y el Papa lo dice. A pesar de que él podría disimular su rol como líder político opta por decirlo abiertamente y, además, en su última encíclica en fratelli tutti, donde expresó “de las crisis nunca se sale iguales, se sale mejores o se sale peores, pero iguales no”. Precisamente, esa diferencia entre salir mejor o peor se relaciona con la capacidad de intervención de la política. Pero entendida en el sentido de liderazgo pedagógico (y no en el sentido menor partidario) para así ayudar a organizar la convivencia social y la vida comunitaria desde la perspectiva de ciertos valores, desde la organización y administración de los bienes públicos y universales con un sentido generalizado y no de élite, ni de sector, ni tampoco de interés particular. El interés particular no se refiere al interés íntimo de cada uno, sino a los intereses privados de las grandes corporaciones. Quién gobierna a quién es lo que está en juego.

Es cierto que el actual momento geopolítico se traduce como una suerte de disputa entre los Estados Unidos y China, pero hay algo más profundo detrás de eso y se trata del litigio entre dos modelos de gobernanza. Esto tiene que ver con si la administración de lo público la van a seguir haciendo los Estados a partir de la voluntad de sus pueblos, es decir, si la política va a mantener su capacidad para fijar reglas al interés privado, o si por el contrario serán los grandes monopolios quienes subordinen definitivamente al Estado y, así, incluso eliminen y arrasen lisa y llanamente con la categoría del Estado. Es decir, el Estado entendido como una manera de abordar la administración de los bienes universales desde una perspectiva colectiva, social y no individualista, y no la noción de un estado o forma de gobierno particular. Eso es lo que está el juego, y me atrevo a decir que lo que cada uno de esos dos liderazgos geopolíticos (el de los Estados Unidos y el de China) representa, en tanto representantes de un sistema, cambia las cosas, ya que uno se corresponde con un modelo de organización y un sistema de valores, y otro con sistema de valores armado a partir de la corriente y la potencia arrolladoras del capital financiero globalizado. Frente a este último habrá que tomar una postura como región y como país, pero más como región por una cuestión de escalas y de magnitud de los desafíos. Sin ir más lejos sufriremos, inexorablemente, las consecuencias de lo que suceda en la Amazonia más allá de que la Amazonia no esté en el territorio nacional argentino (al menos la parte más importante) por ende es un tema que deberemos afrontar con los grandes países de la Amazonia, Brasil, Colombia, etc. a escala regional, puesto que no hay forma de resolver individualmente situaciones tales como el enfrentamiento al crimen organizado, a los intereses del narcotráfico y muchas más.

Esto podemos vincularlo, por ejemplo, con lo acontecido recientemente en torno al afán de Uruguay de negociar un tratado bilateral con China. En cierto sentido, sería posible hacerlo rompiendo las reglas del Mercosur, fácticamente es posible, y tal vez repercuta positivamente a corto plazo en términos del crecimiento de algún indicador económico. Sin embargo, alejarse de las reglas comunes del Mercosur le implicará a Uruguay una pérdida debido a los beneficios de pertenecer a un ente de ese tipo y de tener aranceles comunes con Argentina y Brasil que son justamente sus principales contrapartes económicas. Esto se torna absurdo. No obstante, vista la otra cara de esa medalla, resulta tanto o más absurdo todavía que, después de 30 años de Mercosur, Brasil (la sexta o séptima economía mundial) y la Argentina no hayamos encontrado un camino común de desarrollo que contenga a Uruguay, y que Uruguay se tenga que ir a China, o refugiar en una papelera finlandesa que le exporta tecnología obsoleta y le chupa toda el agua para el cultivo de los eucaliptos y de los árboles que necesita para el papel. Es un error de carácter imperdonable que Uruguay se tenga que ir, pero también lo es el haber llegado a la situación en la que Uruguay esté pensando en que es mejor irse.

Retomando el tema que nos convoca (la pandemia), podemos decir que llevamos ya un año y seis o siete meses en los cuales la hemos pasado muy mal, algunos infinitamente peor que otros, que otras. Pero desde una perspectiva más de clase media creo que hay un punto en común y es que durante este tiempo hemos consumido mucho menos de lo que consumíamos con anterioridad (menos en indumentaria, en combustible, en transporte público, en consumos superfluos, etc.), y hemos sobrevivido. Entonces me pregunto si lo que estábamos consumiendo antes tenía que ver con nuestras verdaderas necesidades o si tiene que ver con las necesidades de toma de ganancia de los grandes capitales. En un momento donde se está discutiendo el cambio climático, sus consecuencias y la necesidad de dosificar el uso de las energías escasas hasta tanto puedan ser reemplazadas por energías limpias, nosotros llevamos un nivel y forma de vida que son irracionales.

Tomemos, por citar un ejemplo conocido por la mayoría, el ingreso a la ciudad de Buenos Aires en una mañana normal de trabajo. Este contexto de crisis energética mundial se combina además con precios altos, insuficiencia en la producción de ciertas fuentes de energía (incluso en el propio primer mundo) y guerras para el control de los puntos de inflexión por donde pasan y se entrecruzan los principales gasoductos y oleoductos. Todo para sostener el nivel de consumo y de producción industrial del Norte desarrollado. Y nosotros no somos ajenos a eso. Justamente porque ante el factor de tensión y de crisis mundial relacionada a los hidrocarburos, en el acceso a la Capital vemos centenares de miles de automóviles que llegan con un solo conductor o dos en el mejor de los casos, trasladándose a paso de hombre. Todo esto implica: Malgasto de los motores, sobreutilización de la energía, pérdida de horas de trabajo/esparcimiento. Esto último no es algo menor, porque uno en esas horas no necesariamente tiene que trabajar, en su lugar podría mirar la naturaleza y tratar de ser un poco más feliz y eso no está mal ni es un valor ajeno a un modelo político. Por eso mismo, reitero la importancia de los dichos del Papa en torno a la reducción de la jornada laboral en un mundo que está dividido entre sobreexplotados y desocupados; hay unos que trabajan más de lo que deberían trabajar y otros que no están integrados socialmente a través del trabajo. Es necesario engarzar eso y ensamblar esos dos universos contradictorios y complementarios en una reducción global de la jornada de trabajo. Nadie dijo en el Siglo XIX que la clave para la felicidad, para el bienestar y para el desarrollo humano tenga que ser una jornada de trabajo de ocho horas. Lo dijo una correlación de fuerza y una ecuación tecnológica, pero no hay ninguna ley natural que diga que hay que trabajar ocho horas. Es más, en aquel momento las luchas sociales y políticas se dieron en torno a una jornada laboral mucho más extensa y había quienes decían que iba a colapsar el mundo industrial si la jornada se reducía. Ahora pasa lo mismo, el mundo está ante estos dilemas, pero la jornada laboral se tiene que mantener como está. ¿Por qué? Porque es la que garantiza una tasa de ganancia. El factor fijo es la tasa de ganancia, y ahí hay que adaptar todas las demás ecuaciones, pero fundamentalmente subordinar la aspiración de cualquier ser humano de poder ser un poquito feliz, nada más y nada menos que eso, de estar un rato más con la familia, leer un poquito más, tener un esparcimiento, contemplar la naturaleza, estar en una plaza. ¿Por qué la política se tiene que negar a ubicarse en esa dimensión humana? ¿Por qué? ¿Quién dijo? ¿Dónde está escrito?

Como mencioné anteriormente, resulta increíble que un país derroche esta energía como sucede en los grandes conglomerados urbanos. Uno de los desafíos es volver a la escala humana muchas cosas. Siguiendo con los ejemplos de Argentina, se suele decir que el país tiene una producción agropecuaria eficiente porque la variable que toma es la cantidad de toneladas que exporta o la cantidad de hectáreas que están cultivadas. Sin embargo, el precio para exportar es descomunal, porque son más de 7 millones y medio de viajes en camión por cosecha, lo que torna ineficiente el sistema, o, mejor dicho, lo torna eficiente para la élite que maneja el negocio exportador, pero no para la naturaleza, ni para la preservación de la fuente de energía, ni para el desarrollo humano es eficiente ese modelo. Hay que volver a la escala humana, no tiene sentido que un productor de un producto agrícola o alimenticio lo produzca acá, pero lo tiene que mandar a 500 kilómetros, y después tiene que hacer otros 500 kilómetros de vuelta, sumado a todo lo que tiene en el medio de marketing, de packaging, de propaganda, de intermediación, de logística, etc., y le llegue 100 veces más caro de lo que él lo produjo ¿Dónde se vio? ¿Cuál es la racionalidad? Esa es la racionalidad a la que hay que retornar a partir de la pandemia, si consideramos que la pandemia nos impone la necesidad de que el modelo post pandemia esté construido sobre paradigmas diferentes.

Tercer punto, los empresarios no desaparecieron. Hubo un detenimiento abrupto (pongámonos en el corazón del año 2020) de la economía industrial, de la producción industrial con excepción de los insumos fundamentales. La producción industrial en general cayó, la industria del turismo, de la aviación, de la navegación, y todo lo que eso implica en términos de tecnologías de trabajo humano, de industria textil, de aprovisionamiento de todo lo que se les imagine corrió la misma suerte. Pero los empresarios no desaparecieron. Entonces ¿Por qué sucedió el parate económico? Porque los trabajadores no pudieron ir a la fábrica, eso fue lo que generó la pérdida de riqueza. Quiere decir que la riqueza no la genera el capital, la riqueza la genera el trabajo. Por eso mismo cuando el empresario se desentiende de la empresa, el trabajador se hace cargo, asume la conducción y la convierte en una fábrica recuperada y la producción sigue. El trabajo genera capital, no el capital trabajo.

¿Por qué no se desplomó el sistema financiero mundial a pesar de esa caída abrupta? Porque se compensó con el impacto del crecimiento económico de dos grandes sectores beneficiarios de la pandemia: Por una lado los grandes servidores de la tecnología digital, gracias a los cuales en este momento podemos estar conversando y gracias a los cuales mis hijas e hijos se pudieron conectar con sus abuelos, los estudiantes siguieron con sus cursos en la Facultad, y además pudimos comprar algunas cosas en pleno aislamiento, traídas a través del comercio electrónico. Y, por otro lado, el segundo sector fue el de los grandes laboratorios y proveedores de insumos sanitarios que se enriquecieron colosalmente a partir de una tragedia del conjunto de la humanidad. Entonces, me pregunto ¿Tan difícil es que entendamos, que justifiquemos y que le demos legitimidad a que los Estados, en nombre de lo público, le impongan una tasa de impuestos extraordinarios a estas ganancias que se pudieron acumular a partir de una tragedia? ¿Tan difícil es entenderlo? Segundo ¿Por qué no se hace? Es ahí donde veo el déficit de intervención de la política. No me estoy refiriendo a un presidente, ni a un gobierno, ni a un Estado ni a alguien en particular, sino a la política, a la administración de la Universal en nombre de la Universal.

Ahí noto el gran desafío en este momento y vuelvo al principio, el problema central, la crisis de los Estados que se ve por dónde se lo mire. Voy a poner dos ejemplos, el primero que tiene que ver con las vacunas. La Organización Mundial del Comercio, Organización Mundial de la Salud, Organización Panamericana de la Salud, Naciones Unidas, G20, esta misma OEA aunque parezca mentira, se han pronunciado por mayorías abrumadoras y en algunos casos por unanimidad en favor de nominar a la vacuna como bien social universal y exigir a los laboratorios que levanten los derechos de propiedad intelectual. No lo han podido hacer, quiere decir que ahí tenemos dos problemas de debilidad o de dependencia en nuestra región que reafirman una especie de reactualización de la teoría de la dependencia. Primero la distancia que hay entre Estados poderosos y Estados débiles, pero en segundo lugar la imposibilidad aún de los Estados poderosos de lidiar contra los intereses del capital financiero globalizado. Porque aún los países que habían firmado contratos de vacunas por varias veces su población no las pudieron adquirir, no pudieron acceder. Qué distinto hubiera sido el mundo sostenido desde un paradigma ético diferente de decir “el problema es que se nos están muriendo los familiares, los seres queridos”, y que además la tenemos que abordar desde una ética y una práctica solidarias porque yo me puedo cuidar todo lo que pueda a mí mismo, pero si viene una persona que está al lado mío y me tira el aliento en la cara me contagio, quiere decir que no alcanza con lo que haga yo solo. Era el momento de reconstruir la solidaridad como eje organizador de la convivencia, eso sí, si hubiera intervenido suficiente la política, porque si la política no interviene lo suficiente de donde tendríamos que haber sacado más solidaridad terminamos sacando más individualismo.

El otro ejemplo es cuando hace 60 días, en Naciones Unidas se puso en discusión el levantamiento del bloqueo a Cuba. 184 países votaron a favor, 2 votaron en contra, pero el bloqueo no se levantó. Entonces hay una crisis del multilateralismo a expensas de los grandes poderes que es extraordinaria y es el gran desafío, por eso la unidad y la integración. A veces me pregunto, volviendo al ejemplo de Uruguay ¿Cómo es posible que todavía estamos discutiendo la integración, si ellos están completamente integrados? ¿Cuántas vacunas tenemos? ¿Cinco? ¿Cuántas empresas gobiernan esos 1.500 productos que Feletti ahora está tratando de congelar? ¿Tres? Ellos están integrados, integradísimos. Y nosotros todavía estamos discutiendo si Mercosur, si Unasur, si Prosur, si Alianza del Pacífico, grupo de Lima. Es decir es una reedición de cuando de 13 colonias en América del Norte se convirtieron en Estados Unidos, y de tres virreinatos del Río Bravo para abajo los convertimos en 32 estados desunidos.

Es un momento difícil, ya que hay determinados fenómenos que, como nos tocan más de cerca a los argentinos, creemos que son de Argentina exclusivamente, pero no es así. Tampoco diría que son de alcance mundial, sí alcanzan a lo que podríamos llamar “la cultura de Occidente”, que es Europa Occidental y América colonizada por la cultura anglosajona o eurocéntrica, y es una forma de organizar las relaciones sociales, de trabajo, interpersonales, de producción etc., de una manera que contribuyen permanentemente a romper los lazos. Es decir, si yo antes tenía una empresa o un conglomerado de empresas, tenía enfrente un sindicato que representaba a los trabajadores de esa empresa, pero si yo ahora tengo completamente desarticulado ese proceso productivo lo que rompí también es la cadena de Solidaridad Obrera, así se van rompiendo los lazos. La terciarización, la delegación, la descentralización que es buena para algunas cosas en este sentido lleva a quebrar esas grandes estructuras más unitarias, más sólidas que teníamos en la etapa de capitalismo industrial. Es necesario ver cómo se rediseña eso.

La otra cuestión es la tecnología del descarte. Desde la pieza de un automóvil hasta los elementos de consumo cotidiano tienen una determinada vida útil, se usan y se tiran. Creer que eso no va a modificar todo el conjunto de las relaciones es erróneo. Si creemos que el hecho de que podamos tirar la hojita de afeitar solamente incide en nuestra relación con ese objeto, nos estamos equivocando. Es un fenómeno que estructura el conjunto de las relaciones sociales e interpersonales, y el otro factor que se cruza ahí es el de las redes. Las redes son herramientas y, me guste o no me guste, el avance de la humanidad es indetenible y la humanidad se readapta a vivir en las nuevas condiciones. Ahora ¿Cuáles son esas nuevas condiciones? ¿Qué es lo que hacen las redes? Inciden en la cultura del malestar, no en el malestar de la cultura, es decir el impacto, la reacción, la indignación, no el análisis, no la perspectiva, no la reflexión, no la contemplación. Sino el impacto, el título. Así como me convierto en un Dios en un minuto porque puse una palabra que le gustó a alguien que me leyó en Twitter, si a los cinco minutos puse una palabra que no le gustó, soy la peor porquería. Eso fomenta el odio.

Voy a decir tres cosas de Jorge Alemán. Primero, el odio no necesita argumentación porque es un sentimiento, yo odio, no argumento por qué odio. Segundo, en la historia más reciente los sectores de izquierda o los grupos progresistas, como le quieran llamar, siempre fuimos los que intentamos cuestionar con mover el statu quo y el orden social porque estaba administrado por un determinado poder. Hoy en día estas ultraderechas (que ya no son las derechas que intentan disputar con la izquierda la administración del Estado desde determinados intereses, sino que buscan la destrucción del orden social) son las que se encargan de preparar anímica y espiritualmente a nuestras sociedades para que se pueda decir “blanco” y a la fracción de segundo decir “negro” sin que el orden ni la situación se conmuevan. Del mismo modo, hacen que en las puertas de Brandenburgo los neonazis se manifiesten junto con los libertarios, algo impensado desde nuestras categorías porque los neonazis justifican los peores crímenes en nombre del Estado mientras que los libertarios quieren destruir el Estado, pero están juntos para disolver el orden político y la relación de la autoridad pública con la sociedad. ¿Para qué? Para crear un caos tan absoluto, un pandemonium en términos de Jorge Alemán, que se necesite un orden totalitario para resolverlo, pero ya no un orden totalitario estatal sino un orden totalitario privado. Sin ir más lejos, hay un país vecino (Brasil gobernado por Bolsonaro) que expresa lo peor del fascismo en términos ideológicos combinado con lo peor del neoliberalismo en términos económicos. En una nota Ricardo Aroskind mencionaba que el fascismo te dejaba un Estado fuerte en lo económico, un Estado soberano, un Estado que disciplinaba el mercado, pero este fascismo te destruye, disuelve la autoridad pública y la entrega a merced del liberalismo económico y de los intereses privados que quieren gobernar el mundo. Es muy sencillo, el peor Estado que ustedes imaginen si quiere una política de salud, va a tratar de que el pueblo no se enferme. Ahora bien, ¿Cómo maneja un laboratorio una política de salud? Manteniendo la enfermedad para poder sostener su negocio, es así de simple. Un Estado se supone que quiere la paz, el fabricante de armas necesita la guerra. Esa es la diferencia entre lo público y lo privado, cómo se organiza el mundo, cómo se organiza la convivencia social.

Para terminar, tomo el tercer elemento de Alemán. Él dice que en las elecciones de la Comunidad en Madrid la alcaldesa que ganó las elecciones (y es de extrema derecha) fue capaz de crear una subjetividad política a partir de la libertad de tomar cerveza. Es decir convocó a los madrileños y los interpeló al decirles “¿¡Cómo nosotros, como madrileños, no podemos permitirnos la libertad de tomar cerveza!?” La derecha construye esos valores en un solo paso. La libertad es la ausencia de restricciones, cuando nosotros tenemos que explicar la libertad, tenemos que tomarnos más de un paso y la manera que está organizado el mundo hoy implica que los pasos sean cada vez menores, y no admite analizarlos desde una perspectiva mayor. Entonces estamos en un momento donde está creciendo esa corriente ¿Es mayoritaria? Todavía no, pero está creciendo. Los datos preelectorales de Francia dicen que el 30% de la clase obrera sindicalizada vota a la ultraderecha, no al socialismo, ni al PC que deberían ser quienes representen sus intereses de clase. A mí me tocó estar en la campaña del año pasado de Trump con Biden en Estados Unidos. Se produjo el crimen de Floyd y los demócratas y la gente “común “de ciertos lugares urbanos (porque Estados Unidos es muy heterogéneo en su composición demográfica y también ideológica y religiosa) decían “Están matando negros (o afrodescendientes para ser políticamente correctos)”. Del otro lado no le decían “No, no estoy matando negros”, en su lugar decían “Matar negros está bien”. Y la comunidad latina, por tomar la comunidad más cercana, pero podría decir lo mismo de la oriental, de la hinduista o de la árabe, no votaban en conjunto, no tenían un voto homogéneo. El latino incluido, el que lograba tener la tarjeta para quedarse legalmente en el país, votaba a quien excluía a los otros, porque no veía al otro latino como miembro de su propia comunidad sino como un competidor. Hay una ofensiva muy fuerte del hiperindividualismo. Nosotros tenemos que seguir luchando por nuestros valores, eso sí, con la inteligencia de saber que hay herramientas nuevas, así como también una juventud, una adolescencia y una niñez que no razonan con los mismos parámetros que nosotros, pero a la cual tenemos no que contener ni que representar, sino incluir. De esa forma evitaremos que queden a la deriva de las consecuencias catastróficas a las cuales llevaría un mundo construido únicamente desde una visión de la salvación individual.

Referencias

FRANCISCO, Carta encíclica Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad social (04 de octubre 2020), n. 18 (Santiago: Ediciones UC, 2013), p. 21.

Notas

[1] Raimundi, C. (21 de octubre 2021). Democracias en tensión. Estado y políticas de protección social. [Panel Central]. Jornadas de Investigación, Docencia, Extensión y Ejercicio Profesional, Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
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