Tema Central

Pandemia: efectos y papel en la formación, en la investigación y en la producción de conocimiento desde el Trabajo Social.[1]

Marcelo Lucero
Universidad Nacional de San Juan, Argentina

Escenarios. Revista de Trabajo Social y Ciencias Sociales

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 2683-7684

Periodicidad: Semestral

núm. 35, 2022

comunicacionftsunlp@gmail.com



Mi propuesta de reflexión tiene que ver con una mirada centrada en la formación. Lo que planteo son ideas, desafíos. Es nuestra función empezar a por lo menos iluminar el hacia dónde vamos, o hacia dónde creemos que vamos. Por lo tanto ese es el tenor de mis planteos.

Retomando como contexto lo que planteó ya Sandra [Arito], todavía estamos atravesando el proceso de comprender todo lo que implicó en términos de impacto en la subjetividad, en nuestras vidas, los duelos que todavía no terminamos de hacer, tanto institucionales como sociales. En ese marco, me gustaría repensar y agregar una cuestión que me parece importante, desde donde voy un poco a empezar. Me gustaría agregar que la pandemia y los efectos de la pandemia llegaron a nuestros países en América Latina, en Argentina, en un contexto político particular. Quisiera señalar fundamentalmente uno, que es el neoliberalismo. Si uno mira los últimos cuarenta años, el neoliberalismo como expresión política plasmada en gobiernos (es decir expresado en políticas públicas o en intervenciones estatales), se ha dado en lo que algunos autores han llamado tres oleajes o tres formas. Se pueden encontrar tres momentos si uno mira el neoliberalismo como proyecto de gobierno: un primer momento que en el caso Argentina estuvo claramente dado con los procesos dictatoriales, pero en todo América Latina también durante los años 70, en donde las transformaciones neoliberales, sobre todo en lo económico, estuvieron acompañadas de gobiernos dictatoriales. Fue necesario el gobierno dictatorial para poder implementar transformaciones inspiradas en el neoliberalismo.

Un segundo oleaje sucede en la década de los 90. Es aquel momento en donde el desmantelamiento del Estado y de sus regulaciones fue a través de gobiernos democráticos, pero en donde se dio un debate abierto respecto a una necesidad de que estos gobiernos necesitaban fundamentar los porqué de sus medidas. Ahí encontramos todo lo que denominamos la tecnocracia neoliberal, la idea de la eficiencia, descentralización, privatización; ideas que fue necesario inventar y recrear para fundamentar las políticas de reforma del Estado. Pero luego, muchos años después, encontramos lo que se denomina un tercer oleaje del neoliberalismo, en donde las políticas de ajuste de reforma y restricción del Estado se aplicaron con cierta dureza y cierta fuerza, hasta cierta brutalidad, pero en donde parece ser que la característica central esta vez era que esas políticas no necesitaban de un andamiaje discursivo de fundamentación que las legitimen, sino que eran parte del supuesto de que “es lo que se debe hacer”.

Uno mira la experiencia del macrismo en los últimos años y no encuentra muchos fundamentos de por qué. Simplemente era lo que había que hacer, había que ajustar para reducir el déficit fiscal, había que generar más eficiencia en el Estado por lo tanto había que achicar la planta del Estado. Los fundamentos tienen que ver con lo que se “debe” hacer.

Frente a estos tres oleajes la pregunta que indudablemente surge es: ¿cómo es posible que estas ideas neoliberales, que hace más de 30 o 40 años necesitaron de gobiernos dictatoriales para imponerse, hoy no solo ya no necesitan a estos gobiernos dictatoriales, sino que además la democracia electiva se convierte en una herramienta para llegar al poder del Estado y en la cual parece ser que el esfuerzo simbólico o la energía que estas ideas neoliberales necesitaron de los funcionarios gubernamentales ya no la necesiten? Y en este punto quisiera también agregar, para empezar a pensar una respuesta a esto, una idea que algunos autores han denominado “el neoliberalismo desde abajo” (y que me parece importante retomar a Foucault cuando habla de neoliberalismo), la idea que el neoliberalismo gobierna desatando lazos, alentando la libertad y por ende, más que pensarla en términos negativos hay que pensarla como una producción de poder positiva. Y quizás la famosa frase de Margaret Thatcher dicha ya en los años 80 sirva para iluminar esto: “la economía es el método pero el objeto es cambiar el corazón y el alma”, y por ello es que quizás hoy el punto de partida para pensar el neoliberalismo sea el reconocimiento de que el mismo ha penetrado en el sentido común. Podría decirse que su éxito central justamente está allí. En tanto proyecto económico, cada vez que sus ideas se han plasmado en políticas gubernamentales el resultado ha sido en general la bancarrota y la crisis. Hay muchísimos ejemplos, no solamente acá sino en todo el mundo, de que como proyecto de Estado, como proyecto económico, el neoliberalismo ha fracasado generando mayor desempleo y crisis económica. Ahora, en términos de filosofía política y moral, en cambio, parece que se ha logrado naturalizar en las sociedades ciertos imaginarios alrededor de lo que es la sociedad, el Estado, y el individuo. Y aquí encontramos una paradoja, señalada hace mucho tiempo ya también por los autores, que es una de las claves para preguntarse sobre el neoliberalismo en la actualidad: si por una parte la historia económica de las experiencias neoliberales hablan de un rotundo fracaso, y por la otra nos encontramos hoy frente a una exitosa implantación de valores centrado en un individuo racional guiado por la competencia y la acumulación, ¿cómo es posible que en términos de proyecto económico el neoliberalismo fracase, pero siga vigente como proyecto político y moral, y siga siendo de alguna manera reivindicado por algunas democracias electivas?

Frente a esta paradoja y en este contexto llegamos a la pandemia. La pandemia y los efectos de la pandemia en los países de América Latina, y en Argentina en especial desde un lugar particular. Cuando pensamos deberíamos, al menos en principio, señalar algunos efectos o consecuencias sociales que han transformado nuestra vida cotidiana, de una manera permanente han venido para quedarse. Señalaría en principio dos que me parecen importantes pensar: en primer lugar los efectos socioeconómicos y económicos de la pandemia en la agudización de la desigualdad. El capitalismo en su fase actual utiliza las crisis financiero-económicas como una herramienta para una mayor concentración de riquezas. La pandemia fue una oportunidad fenomenal para que los grupos económicos aumentaran su riqueza y la concentración de la misma. Por lo tanto la desigualdad, como efecto de la pandemia en el marco del neoliberalismo, ha aumentado más de lo que podía pensarse antes de la misma. Pero en segundo lugar, me parece importante pensar qué efectos ha tenido lo que titularé “virtualidad”, que puede no ser el término más adecuado.La virtualidad no sólo se ha acelerado, sino que ha acelerado fundamentalmente procesos que ya estaban en sus primeros pasos. ¿Pero qué efecto ha tenido la virtualidad en nuestra vida social y cotidiana? Sobre estos dos grandes ejes pueden pensarse tres grandes desafíos que es importante abordar desde la formación para el Trabajo Social. En primer lugar, los desafíos referidos justamente a la virtualidad. Se ha desnudado y agudizado la desigualdad material de acceso a la virtualidad. Muchas veces nos preguntamos sobre los efectos positivos o negativos de la misma, pero en América Latina también hay que preguntarse indefectiblemente sobre el acceso material a la posibilidad de que un hogar tenga acceso a la virtualidad. En segundo lugar, debemos problematizar el acceso material de acuerdo a las regiones. No es lo mismo el acceso a la virtualidad en provincias donde hay una alta concentración de inversión tecnológica para redes de Internet, a otras provincias en donde esto no es así, y eso es una primera cuestión: la desigualdad de acceso, y la desigualdad a nivel regional. Por otro lado, también la formación al recurrir a metodologías referentes a la virtualidad supone formas de enseñanza y evaluación diferentes, frente a las cuales en nuestro país estamos algunos más y otros menos avanzados. Allí hay una idea que trabajé hace tiempo bajo esta idea de aulas desbordadas pero me parece que con la virtualidad adquiere mayor fuerza, y es la idea de que en realidad en nuestras aulas, como en nuestra vida cotidiana, el cúmulo de información que tienen nuestros estudiantes es absolutamente diferente al que tenían hace tiempo atrás, y con la virtualidad ese cúmulo de información se ha diversificado y aumentado de una manera muy considerable.

Frente a nosotros tenemos estudiantes con un cúmulo de información, o si ustedes quieren, carga de subjetividad muy diferente. Nuestros estudiantes tienen acceso a niveles y posibilidades de información que muchas veces no tenemos siquiera los docentes, y por lo tanto no estamos compitiendo ya como tradicionalmente, con la información que tienen de la familia o la información que tiene de los grupos de amigos, vecinos, sino también estamos compitiendo con todos aquellos espacios de información y de construcción de subjetividad que tienen que ver con el acceso a partir de las redes sociales, entonces nuestro diálogo ya con los estudiantes no es un diálogo simple, es un diálogo muy complejo. En este sentido, si pensamos cómo el neoliberalismo ha penetrado en el sentido común, hay un debate muy fuerte para pensar cómo pensamos, o contrarrestamos o repensamos nuestra formación frente a subjetividades colonizadas por las ideas neoliberales del individualismo como fuerza fundamental. Pensar la intervención profesional para la formación profesional implica comenzar a reflexionar sobre aquellos aspectos simbólicos de la intervención. No solamente de trabajo social, sino quizá las ciencias sociales como fruto de la tradición de la que venimos originalmente: tradiciones positivistas en la ciencias sociales. Había un peso excesivo en la mirada sobre las cuestiones materiales, y en Trabajo Social se ha traducido fuertemente durante mucho tiempo en esa mirada de lo material como un elemento central.

En los últimos años (sobre todo en trabajo social, aunque en las ciencias sociales también), estamos comenzando a tomar el guante del papel de lo simbólico en la intervención, y para pensar la intervención. Es en ese papel de lo simbólico donde está el mayor margen de maniobra para la intervención profesional, más que en el material. No me voy a detener en esta división de lo material y lo simbólico, que es una división epistemológica, pero la planteó en términos pedagógicos para entenderlo y si este papel de lo simbólico es importante, entonces la virtualidad ha venido a poner en el tapete esa cuestión, a pensar como nosotros ejercemos una intervención en el papel de lo simbólico y cómo empezamos a mediar en nuestra intervención toda la cuestión de la virtualidad. La relación presencial es un valor para muchos de nosotros, es algo que hay que rescatar. Sin lugar a dudas, parece que la virtualidad se nos ha colado en el medio y nos está desafiando a pensar cómo es posible una relación social (en este caso, una relación de intervención profesional) mediada por los instrumentos tecnológicos que permiten la virtualidad, y cómo desde allí es posible hacer intervención social, cómo es posible pensar el cambio, la transformación. Yo creo que es una pregunta que está en el aire hoy. La virtualidad ha venido para quedarse. Debemos empezar a pensar cómo mediar una intervención profesional a través de lo que denomino como virtualidad.

Un segundo eje o desafío es la cuestión de la desigualdad y la política social. Sin lugar a duda, el trabajo social se ha forjado en Argentina, en América Latina, al calor del Estado de Bienestar centrado en el trabajo asalariado, en la sociedad salarial, que tenía una articulación muy virtuosa con el sector informal, especialmente en nuestro país, y con un modelo de protección familiar nuclear claro. Ese modelo de Estado de Bienestar comenzó a sufrir serias transformaciones, fruto de las políticas neoliberales a partir de los años 70. Hoy sin lugar a dudas ese modelo se ha resquebrajado, y nos encontramos frente a,otras formas de políticas social, otra arquitectura que en el caso de nuestro país está en ciernes. Allí es necesario repensar el debate sobre desigualdad y redistribución del ingreso. Es importante que el trabajo social comience a pensar la idea de cómo abordar estas nuevas transformaciones sociales económicas y políticas, una política social que piense la desigualdad.

Hay dos cuestiones cuando hablamos de desigualdad. Una de ellas refiere a cómo articular la idea de igualdad-desigualdad con el respeto por las diversidades. Es necesario comenzar a analizar desde allí cómo repensar la cuestión de la diversidad. Pero en segundo lugar me parece que el trabajo social tiene que plantear, como lo está haciendo en algunos lugares del mundo, un fuerte debate respecto a algo que sí es universal (y allí no es posible hablar de diversidad): la igualdad o desigualdad en términos económicos. En América Latina la desigualdad material es lo primero que debe abordarse, antes de hablar de cualquier otro tipo de desigualdad. Si no están resueltas las desigualdades materiales, las siguientes formas de desigualdad adquieren un tono diferente. Hablar de desigualdades o diversidad sexual en América Latina no tiene nada que ver si uno lo habla en sociedades “un poco menos desiguales” como es el caso de Europa. La desigualdad material es el primer elemento que el trabajo social debe abordar.

Hay un debate que sería interesante introducir, que es el cómo se financia la política social. A veces olvidamos que ese debate es de absoluta incumbencia del trabajo social, a menos que sigamos pensando que somos el último eslabón de la implementación de la política social. Los operadores de la política social estamos abordando espacios de decisión, de decisores, por lo tanto eso habla de cómo nos pensamos en el trabajo social. Eso implica también que el trabajo social en su formación debe incluir no solamente el hacer de la política social, sino también el diseño y la definición de algo tan importante como es el financiamiento de las políticas sociales, porque allí se define justamente lo que denominamos la retribución secundaria del ingreso, y se define la posibilidad de que una política social sea más o menos igualitaria al menos en términos materiales. En ese sentido, la idea de un ingreso universal es un planteo que los trabajadores debemos retomar. Lo que demostró el 2020 fue que el trabajo social estaba en condiciones de debatir este tema. Fue una de las pocas profesiones que como tal lo tomó, lo abordó, y se instaló fuertemente. Es un debate que parecía haber desaparecido, pero hoy nuevamente se impone como debate en nuestro país y en el mundo, porque tiene como trasfondo el debate impositivo. Esta cuestión va al núcleo y al hueso de la distribución de ingreso, que es la redistribución a través de una reforma impositiva.

Por último, el tercer punto que quisiera colocar como desafío, es la cuestión del trabajo de cuidados, revitalizado por la cuestión de la pandemia. Era un debate casi invisible, salvo por la experiencia de algunas compañeras y compañeros y sus esfuerzos por instalar el tema. Hoy, la cuestión de los cuidados ha adquirido muchísima visibilidad pública y el trabajo social tiene que abordar ese tema de manera decidida. En primer lugar porque el área de los cuidados es de la incumbencia profesional, y esto lo digo con la fuerza de ser presidente de la Federación Argentina de Unidades Académicas de Trabajo Social (FAUATS), pero también con la fuerza de ser un trabajador social que cree que la disciplina debe abordar campos profesionales y debe hacer una defensa irrestricta de ciertas temáticas. Tenemos que abordar la cuestión de los cuidados como una incumbencia profesional, y para eso es necesario que en la formación se comience a ser parte de ese espacio. Felicito y aliento apuestas como la de la Universidad Entre Ríos que ha implementado la Tecnicatura Universitaria en Cuidados, porque somos los trabajadores sociales, entre otros profesionales, quienes debemos abordar y formar a los cuidadores. Es una muestra de cómo ir priorizando y de alguna manera primereando el campo de lo profesional. La cuestión de los cuidados trae un debate muy interesante que es el del trabajo, en primer lugar, y ese debate acerca de que el trabajo de cuidados es trabajo, y por lo tanto allí hay una cuestión que es muy importante para el trabajo social, primero porque somos una profesión de mujeres, a veces lo olvidamos, pero somos una profesión de mujeres y con lo que yo implica, por lo tanto, para visibilizar el trabajo femenino. Y eso es una cuestión central para el trabajo social, visibilizar el trabajo femenino es crucial en el caso del trabajo social como trabajo, y en ese sentido, y allí es el segundo desafío que dejo planteado, es introducir la cuestión de cuidado, pero no sólo en términos de reivindicación como forma de trabajo, sino lo que implica en cuestiones éticas, pensar el trabajo de cuidado implica pensar una ética diferente, y creo yo que allí que es pensar la ética del cuidado, hay una vertiente filosófica, moral, una muy importante también para pensar el mundo y la economía desde otro lugar. La ética de cuidado trae fundamentalmente a la agenda del debate no la cuestión de la productividad, no la cuestión de la eficiencia, éticas muy ligadas a ciertas formas masculinas de hacer, sino que trae justamente la idea de pensar en el otro, pensar en los sentimientos, cosa que a veces olvidamos, y pensar en que el otro debe formar parte en mi hacer una intervención frente a un contexto de individualismo exacerbado creo que la ética del cuidado debería comenzar a ser un elemento central para pensar el trabajo social y la formación profesional hacia el futuro. Para cerrar quisiera decir que creo que trabajo social en todo este contexto tiene un proyecto político, vamos a decirlo en términos que nos enseñó Margarita un proyecto ético político muy claro en nuestro país que reivindico y reivindicamos aquellos que formamos parte de FAUATS pero también desde las organizaciones profesionales, que es justamente los derechos humanos. La ley Federal de Trabajo Social 2014 tiene a los derechos humanos como el eje de actuación y como el eje de las incumbencias profesionales, creo que allí está el horizonte desde el cual el trabajo social puede y debe pensar los desafíos que ha planteado la pandemia y cómo enfrentar al neoliberalismo desde otro lugar. Muchísimas gracias.

Notas

[1] Lucero, M. (18 de octubre de 2021). Procesos de formación e intervención profesional y producción de conocimiento [Panel Central]. Jornadas de Investigación, Docencia, Extensión y Ejercicio Profesional, Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Modelo de publicación sin fines de lucro para conservar la naturaleza académica y abierta de la comunicación científica
HTML generado a partir de XML-JATS4R