Avances de investigación

Mirada herméutica al Trabajo Social contemporáneo

A Hermeneutical Look at Contemporary Social Work

Víctor R. Yáñez Pereira
Universidad Nacional de La Plata, Argentina

Escenarios. Revista de Trabajo Social y Ciencias Sociales

Universidad Nacional de La Plata, Argentina

ISSN: 2683-7684

Periodicidad: Frecuencia continua

núm. 37, e010, 2023

escenariosftsunlp@gmail.com

Recepción: 20 Abril 2023

Aprobación: 17 Agosto 2023

Publicación: 01 Septiembre 2023



DOI: https://doi.org/10.24215/26837684e010

Resumen: Este artículo se desarrolla en el marco del Postdoctorado en Trabajo Social de la Universidad Nacional de la Plata – Argentina, a partir de construcciones teórico-metodológicas derivadas de la investigación doctoral del autor, quien asume como foco de análisis la matriz hermenéutica y el potencial de comprensión que la disciplina ostenta en su condición contemporánea. Desde esa base, se propone una lectura a los lenguajes de la investigación e intervención, enclave una lógica capaz de complejizar su capacidad crítica y deconstructiva de la realidad. Se concluye que el posicionamiento de la profesión, en sus apuestas sociopolíticas por el desarrollo de la sociedad, reclama fundamentos de una práctica intelectual contrahegemónica, que nos adentre en las tensiones e intersticios dejados por la cuestión social, sin alejarnos de lo real, lo concreto, lo cotidiano.

Palabras clave: Hermenéutica, investigación, intervención, Trabajo Social contemporáneo.

Abstract: This article is developed within the framework of the Postdoctorate in Social Work of the National University of La Plata – Argentina, from theoretical-methodological constructions derived from the doctoral research of the author, who assumes as a focus of analysis the hermeneutic matrix and the potential of understanding that the discipline holds in its contemporary condition. From this base, a reading of the languages of research and intervention is proposed, enclave a logic capable of complicating its critical and deconstructive capacity of reality. It is concluded that the positioning of the profession, in its socio-political bets for the development of society, demands foundations of a counter-hegemonic intellectual practice, which takes us into the tensions and interstices left by the social question, without distancing ourselves from the real, the concrete, the everyday.

Keywords: Hermeneutics, research, intervention, Contemporary Social Work..

INTRODUCCIÓN.

Más que una epistemología, un enfoque o un método para Trabajo Social, vemos en la hermenéutica (hermeneutike) una lógica mediante la cual el sentido y la crítica permiten desarrollar el dominio de decir, explicar y traducir las complejidades del mundo (Ferraris, 2010;Palmer, 2002). En ella se van forjando opciones de análisis comprensivo sobre diversos ambientes, niveles y objetos que, de uno u otro modo, instituyen campos semánticos respecto de los cuales se abre “el conflicto de las interpretaciones” (Ricoeur, 2013).

Convoca una actitud interpretativa y una explicación significativa que se arraiga en nuestra disposición a comprender (Heidegger, 2009). Allí radica su potencial, pues comprender constituye un modo de ser en el mundo, un atributo ontológico que nos ayuda a situarnos en múltiples contextos, al ir fundiendo, enriqueciendo y expandiendo horizontes de sentido entre lenguajes y registros (textos si se les quiere llamar en términos generales).

Comprender no implica sólo tomar conocimiento o darse cuenta de lo que sucede, es ante todo una actitud que nos compromete con la realidad. Eso, con miras a desmantelar sus fundamentos de base y proyectar posibilidades para su transformación, tanto en el orden de la cotidianeidad como en macro-estructuras de la sociedad, desde las que se van colonizando mundos de vida (Habermas, 2010).

La comprensión de lo social es también una posibilidad de incidir ahí. En el caso de Trabajo Social, aporta en el desarrollo de sus procesos de investigación e intervención, a través de mediaciones y comunicaciones no sólo con sujetos sino, además, con archivos, instituciones y/o dispositivos sociopolíticos, legales, econométricos, culturales, históricos, etc., desde los que se producen y reproducen los efectos de la cuestión social[1].

Hablamos de hallar intersticios carentes de significación, por falta de palabra o pérdida de validez en su representación. Son espacios en que se fijan vacíos que es necesario llenar, en la tarea de deconstruir la realidad para superar pobrezas, violencias, desigualdades y, en términos amplios, cualquier forma de discriminación, injusticia y atropello a los derechos humanos fundamentales.

Así, por ejemplo, objetivar el acontecer de lo cotidiano (como datos interpretables) supone traducirlos en evidencia reflexiva, problematizándolos desde su historicidad, sus relaciones internas, sus contradicciones con el ordenamiento societal, etc., para, a su vez, explicar sus condicionamientos y las marcas que dejan en las trayectorias seguidas por las ciudadanías, pues vemos en ellas una forma de vida política connatural al ser humano y no sólo una condición legal (Cortina, 2009).

Aludimos a interlocutores/as válidos/as, sin marginación de edad, origen, clase, idiosincrasia, género, etc., que en diversos contextos de referencia y enunciación, tomen la palabra, interroguen y creen luchas discursivas, a partir de sus diversas maneras de entender y comunicarse, lo que en estos días conlleva tanto tensiones como dinamismos que reclaman replantear “[…] el quehacer de la interpretación” (Heidegger, 2010: 38)

En este marco, el punto de inflexión para la disciplina sería comprender, desde un prisma intersubjetivo, los mecanismos de domesticación y sobre-adaptación a realidades configuradas por discursos hegemónicos sobre el poder, el Estado, la clase, la riqueza, el saber, las oportunidades, el tener, etc. invita a salir de la naturalización y la normalización que conllevan los meta-relatos, por ejemplo, sobre la tradición, el sujeto ahistórico, los objetos cartesianos, la transparencia de la ciencia, el conocimiento objetivo, la ley que dice no, el poder desinteresado; pero ¿para qué?, para renunciar a la pretensión fundamentalista de la verdad (Vattimo, 1992, 1995, 2010).

Recordemos que la hermenéutica no ansía llegar a la verdad, sino a fungir perspectivas, cuyas pretensiones de validez sean capaces de reformular tesis y proposiciones, que es donde Hans Georg Gadamer, otorga al círculo hermenéutico carácter de regla (2010: 275)

La relación entre lo general y lo particular, el colectivo y el individuo, la historia y las biografías, la sociedad y el diario vivir, se van configurando por contradicciones de sentido, que son el principio explicativo del diálogo discursivo, pues “el espacio de la hermenéutica es el del cuestionamiento de todo, sin excluir la ciencia moderna y sus consecuencias, para las que no hay más respuesta que seguir preguntando” (Romo, 2010: 19).

LO SOCIAL COMO DERROTERO DE COMPRENSIÓN PROFESIONAL.

“Lo social (socialis) es un adjetivo, pues califica, designa y cualifica los atributos del sustantivo sociedad” (Yáñez, 2021: 269). No es una propiedad material, no pertenece al Estado, ni a dispositivos de producción del capital. Sus contemporáneas expresiones se caracterizan por antinomias y paradojas, en un mundo donde se globalizan las posibilidades de acción, a la vez que se desgastan las identidades territoriales. Su marco es una sociedad altamente racionalizada, cuyo representante es el homo-económicus y no la comunalidad.

Nos encontramos atrapados en lo que Immanuel Wallerstein (2004) denomina sistema-mundo capitalista, macro-estructura donde las relaciones económicas atraviesan la multiplicidad de esferas de la vida en sociedad, formando un círculo de dependencia entre países desarrollados y subdesarrollados, basados en la histórica explotación de los primeros a la mano de obra y los recursos naturales de los segundos.

Hoy, lo social entrecruza dimensiones económicas, políticas, ideológicas y culturales. Involucra la búsqueda de sentidos que, por un lado, las ciudadanías otorgan a sus mundos de vida, cotidianidades y modus vivendi, así como por otro, sostienen relaciones contradictorias entre composiciones societarias abstractas e instituciones reales. Ahí se forjan tramas, tras las que se interpelan y perviven principios de diversidad y pluralidad, vínculos materiales y simbólicos que se performan entre estructuras y subjetividades, inmersas en las fauces de una ascendente complejidad funcional.

La “invención de lo social” (Donzelot, 2008) o, si se quiere, la “emergencia de lo social” (Arendt, 2016), vuelve gobernable las sociedades modernas, cada vez más expuestas a procesos de modernización neoliberal capitalista, aparejados de la homogenización y mercantilización de la vida. La labor productiva convierte a las ciudadanías en propietarias del consumo, incluso, haciendo de lo privado algo público y, viceversa, como consecuencia de las formaciones socioeconómicas imperantes[2].

Como postula Jorge Alemán (2021), vivimos en una época signada por el neoliberalismo, que engendra la economía del goce (Alemán, 2021:17), la desafección política y el distanciamiento de la ética, representadas por sujetos/as subyugados/as al mercado, atados/as al deseo de éxito y compulsión por el consumo, como constante reproducción del ciclo capitalista. Se aclama la libertad subjetiva arrojada al rendimiento mercantil, haciendo florecer lo que Herbert Marcuse (2016) llamó el hombre unidimensional, cuya vida se juega entre valor de uso y valor de cambio, objetivándose como continua competitividad y falsa conciencia social[3].

Para Alemán (2016) los dispositivos simbólicos del neoliberalismo son el rendimiento y el goce, tras los que la persona se concibe como un empresario de sí y, por lo mismo, se ve rebasada en sus propias posibilidades. De ahí que se confunda la felicidad con el confort y el bienestar con el buen vivir. Ya no se trata de alienación (en sentido clásico), pues el régimen neoliberal disputa la producción de subjetividades, logrando un disciplinamiento que trasmuta la integridad social como culpa personal.

En nuestra región latinoamericana, dicha subordinación al salvaje sistema capitalista se ve reforzada por democracias frágiles, líderes narcisistas y gobiernos incapaces de hacer frente a las apremiantes problemáticas que afectan a amplias poblaciones desposeídas, mostrando desde finales del siglo XX y principios del XXI la imperiosa necesidad de refundar el Estado (De Souza Santos, 2010) y reinventar lo social (Yáñez, 2022) como se citó en (Baqueiro, 2020)

Entonces, las matrices de comprensión son indispensables para desmantelar discursos hegemónicos, reproductores de esquemas de análisis general y marcos de referencia homogéneos acerca de lo social, orientados a apuntalar el crecimiento económico y la desigualdad, usufructuando del cálculo y la medición de indicadores que distan mucho de ofrecer garantías a los derechos propios de la condición humana. En el Cono Sur, aquello se agudiza en un clima político donde se cuestiona el realismo del bienestar y la integridad de lo público, en escenarios ideológicos que privilegian la eficiencia de los procedimientos y la privatización de la responsabilidad social.

Eso inquiere la inserción de Trabajo Social en aquellos asuntos que se manifiestan, por un lado, como agravios o humillaciones a la dignidad y, por otro, como luchas por el reconocimiento, la redistribución y la representación ciudadana, que adquieren sentido sólo al “preguntarnos por su significado” (Heidegger, 2009: 157).

Hemos de responder a una condición interrogativa y de cuestionamiento, sobre las maneras como los/as ciudadanos/as se definen y, conjuntamente, clasifican a los/as demás en torno a criterios de utilidad y necesidad, sostenidos al interior de estructuras de control social (Romero et al., 2002) .

Ahí se llega urdiendo lenguajes, memorias y registros, poniendo la palabra frente a ideologías y experiencias, en una tensión de horizontes entre comprensión y mundo, tras una política de la libertad de interpretar el acaecer de la realidad (Vattimo, 2014: 32). Es una apuesta sociopolítica y no técnica, que exige entender, por ejemplo, la pobreza, la bioética, la dinámica migratoria, el desclasamiento, etc. como fenómenos y no como datos puros. Insta a leer las respuestas macro-sociales que, basadas en regímenes contractualistas, se esmeran en imponer la estandarización de lo cotidiano.

La reinvención de lo social requiere quebrajar estructuras afianzadas en el fundamento de lo miserable, las carencias y la dependencia, cuyas oscuridades “nunca se agotan por completo, [su comprensión] remite a otro aspecto pendiente por descifrar” (Beuchot, 2004: 143). La hermenéutica despertaría nuevos modos para problematizar la cuestión social, mediante conjeturas a sus condiciones, efectos y límites, no sólo materiales, además simbólicos, creando ciudadanías que día a día se topan con conflictos socioambientales, narcotráfico, violencia sistémica, inseguridad pública, delincuencia organizada, hasta la constante amenaza nuclear.

En consecuencia, es una apuesta por repensar nuestras misiones profesionales, pues “[…] Trabajo Social no se ocupará de cualquier problema, ni mucho menos de cualquier modo” (Karsz, 2013: 14). Ha de entrar en los intersticios de lo social, donde recae la experiencia trágica que debemos esforzarnos en deconstruir. “Los intersticios son hendiduras, cavidades entre partes de un mismo cuerpo” (Yáñez, 2021: 188) que, según Ricoeur (2008), su función es hacer aparecer significados diversos, a través del acto político de comprender.

La cuestión social almacena y transporta brechas entre lo universal y lo singular, cuyos impactos pueden traducirse en objeto de investigación e intervención para la disciplina. No hablamos sólo de inflación, hambruna, desintegración, inequidad de género, emergencia climática o racismo, también, de la mala calidad de servicios sociales, la baja promoción de gobernanza vecinal, la insuficiencia de pensiones y prestaciones médicas, la falta de acceso a protección social para personas mayores, la inadecuada conciliación familia y trabajo que afecta preferentemente a mujeres, el aumento de empleos informales que absorbe población indocumentada, entre muchos otros asuntos.

Eso concita entender que los problemas y las condiciones que les definen no pueden separarse de sus consecuencias concretas, posibles de rastrear mediante argumentos y narraciones sobre distintas luchas ciudadanas e intergeneracionales. Lo social históricamente discurre como un discurso político que involucra la formación del/a ciudadano/a, llamándonos a develar su dominio de lo cotidiano, así como las formas de relación instituidas entre Estado, mercado y sociedad civil.

Traducirlo exige entrar en los contenidos de múltiples luchas discursivas, “[unidas] a una tradición, a una memoria, a una raíz” (Ricoeur, 2012: 23). El desafío para Trabajo Social es democratizar la convivencia colectiva, armar puentes para tomar la palabra, donde las ciudadanías rescatan posiciones políticas que los ponen en presencia, les ubican en un espacio público de interlocución y de negociación en un mundo común-compartido. No son procesos contra el Estado o sus instituciones, sino de confrontación a un orden que totaliza el bien común, superponiendo el vivir bien, más no el bien vivir.

“[…] No basta la reivindicación de derechos, es preciso formar ciudadanos virtuosos, hacia una mejor civilidad […]” (Cordero-Ramos, 2011: 95) Eso, muestra la imposibilidad razonable de lógicas instrumentales para la profesión, incluso, en sus alternativas más operativas. No es el funcionamiento de programas o la ejecución de proyectos lo que define sus posibilidades de incidencia, sino el rearme teórico, político, ético e ideológico de categorías con las que ha de trabajar, como son la inclusión y la justicia social.

Debemos facilitar el diálogo y la controversia para hallar y formular palabras donde existe falta de ellas, tanto para comprender, nombrar y recrear lo social como también, para fundamentar nuestras tomas de partido. Así por ejemplo, en los actuales contextos sociopolíticos de América Latina, es indispensable revisitar la crisis del Estado de Derecho, agudizada ya hace más de 20 años, al estar rodeada de altas autoridades procesadas por corrupción, acceso al poder de las franjas fascistas, aumento del crimen organizado, expansión del hiato ricos – pobres, mayor tendencia al crecimiento que al desarrollo social, entre tantos otros males.

En rigor, es necesario aportar a la realización ciudadana, rescatar nuestro ser Latinoamericano en disonancia con las democracias protegidas. La hermenéutica nos ayuda a comprender, como en la polimatía de Van Gogh, que nuestros continentes son más sublimes de lo que se ve. Para eso, es necesario fortalecer miradas prudentes y profundas sobre imágenes y retóricas catastróficas, que usan la metáfora del progreso como fundamento de la humanidad.

Nos libera del imaginario que las sociedades de América Latina son incapaces de mejorar, arremetiendo contra la figura de la absoluta dependencia ante el occidente industrializado. Eso, sin duda marca un sino para los contemporáneos procesos de investigación e intervención en el Trabajo Social del sur.

LENGUAJES EN LA INVESTIGACIÓN E INTERVENCIÓN DEL TRABAJO SOCIAL CONTEMPORÁNEO

La realidad es en sí misma un texto (como lo pensaron medievales y renacentistas) y, por tanto, sus contenidos son susceptibles de comprensión y de representación. Se escenifica en lenguajes mediante palabras dicientes (Gadamer, 2012) que, por un lado, performan y perturban lo social, así como por otro, inspiran el potencial de interpretar sus sentidos y explicar sus significados. Cada realidad posee una pretensión de decir su ser auténtico (Heidegger, 1995), es fuente de saber sobre el mundo y cómo habitamos en él, cuya enunciación es el punto de partida a la comprensión.

El mundo se reanuda por el discurso, tanto en el orden macro-social como en la construcción de lo cotidiano. No es extraño que el nacismo, la guerra, el terrorismo, la estructura económica, los sistemas culturales, la solidaridad, la integración, entre muchos otros, operen como referente de prácticas concretas en que la dinámica social inconscientemente se reproduce como diario vivir. Eso es posible tras una continua actualización de la Historia y las historias, desde las que se forjan cosmovisiones y narrativas, en “[…] un orden en el que lo posible sigue aún pendiente […]” (Vattimo, 1992: 56).

Eso reclama y justifica el esfuerzo político de comprender, como voluntad humana por distinguir y reconciliarnos con la realidad y sus complejidades, rebasando planos materiales y entrando en universos simbólicos e ideológicos, así como procesos intersubjetivos donde se haya la significación social. Ahora bien, frente a nuestros contemporáneos desafíos contextuales y epocales, “[…] el comprender no puede fundarse en un puro procedimiento metódico” (Mancilla, 2013: 188), se incrusta en lo social tras fenómenos que puestos en contexto traducimos como situaciones particulares, mediante expresiones lingüísticas apostadas en discursos que aluden a ellas.

Así los procesos de investigación e intervención en Trabajo Social pueden hacer hablar la realidad, enunciando lo justo y lo injusto, pero, además, haciendo hablar lo incierto y lo presuntamente imposible (Autés, 2013). Claro, esto implica poner en ruptura tradiciones arraigadas en una distorsionada noción de lo práctico, asumiendo un trabajo teórico regularmente tensionado con las dificultades de lo real-concreto, pues las problematizaciones conceptuales son un puente entre el hecho y su interpretación. Ahí, “[…] la relación «hermenéutica» entre facticidad y teoría es decisivo” (Gadamer, 2010: 313).

No lograremos elucidar las diversas vulneraciones enfrentadas por las ciudadanías, si no desplegamos un meticuloso análisis comprensivo a los obstáculos estructurales que atrofian el ejercicio de sus derechos, imponiendo mecanismos de adaptación normativa. Lo teórico y lo práctico por sí solos no alcanzan a producir un saber que desmantele los impactos generados por las modernas categorías de progreso y modernización, con su consecuente proliferación y diversificación de falsas necesidades, mediante el aprendizaje del consumo así como de nuevas formas de explotación, opresión y subyugación.

Ahí, entre teoría y práctica “debería hablarse de un límite analógico o proporcional” (Beuchot, 2004: 35), donde el punto de encuentro sea lo social, como espacio de representación y puesta en escena, en que la investigación e intervención formen redes para disputar la significación de significantes tendencialmente vacíos (Laclau, 2005). Hablamos de luchas por descifrar y deconstruir “la ambivalencia del discurso sobre lo social” (Vattimo, 2014: 29), configurando implicancias prácticas promotoras de ciertos registros teóricos e ideológicos, donde transitan ontologías vacías (Yáñez, 2021), objetos insurrectos, improbables, móviles. Donde las palabras adquieren elocuencia y las categorías ofician como opciones de entendimiento; si se quiere, como tomas de partido.

Ocuparnos de lo social implica, ante todo, trabajar procesos de reconstrucción del potencial ciudadano/a, armando circuitos de participación que reposicionen discursos subyugados, pero, sin aislarlos del discurso del Estado, el mercado y las sociedades, para contribuir a quebrantar el despotismo blando asentado en la mercantilización de la vida cotidiana. De hecho, hacer hablar la noción de democracia implica recuperar la capacidad de resistencia de las ciudadanías, alimentadas por subjetividades políticas capaces de provocar “en la historia narrada un cambio de fortuna” (Ricoeur, 2009: 36).

No olvidemos que en las ciudadanías es donde se contienen memorias y testimonios de inclusión y exclusión. Responder a demandas ciudadanas exige un análisis histórico y político que nos permita comprender sus representaciones discursivas sobre lo social, a la vez que estimular una mirada interrogativa a las proposiciones que sustentan su propia práctica colectiva y su régimen de apropiación a ella.

Un trabajo de compresión hermenéutica nos ayudaría a descubrir lo que efectivamente tienen de real, a través del “[…] hecho mismo de indicar, pronunciar y proyectar la existencia de algo en un todo” (Gadamer, 2010: 496). Así pues, cada investigación e intervención se satura por la exigibilidad sociopolítica de resguardo y restitución a derechos que han sido vulnerados, provocando una brecha entre el estado de realización de relaciones sociales y sus efectos económicos, políticos, ideológicos y culturales, objetivados en múltiples episodios de lo cotidiano.

En esas tensiones se reproducen subjetividades y se confrontan materialidades como a su vez se proyectan discursos y narrativas cuyos cánones delimitan posibilidades de entendimiento y reinterpretación al acceso a la salud, la pérdida de empleo, la deserción escolar, el endeudamiento crediticio, la infracción a ley, el embarazo adolescente, las pensiones insuficientes, la falta de subsidios, la inseguridad barrial, etc. Discursos y narrativas que comportan consignas, señales de una política de vida y de un compromiso ético con la praxis humana, en torno a las cuales podemos comprender fenómenos trasversales pues, como diría Vattimo (2014), en ellas radica la hermenéutica de los débiles y, por consiguiente, la resonancia de sus voces.

Eso exige desmitificar categorías sociales que sobre-determinan a las ciudadanías, sus registros de comprensión y sus méritos. No es lo mismo hablar de viejos que de personas mayores, de dueñas de casa que de jefas de horas, de víctimas de violencia que de sobrevivientes, de vagos que de jóvenes en situación de calle, por dar unos ejemplos. Las intervenciones han de abrir el diálogo discursivo, que es piedra angular en la construcción de lo intersubjetivo, así como de la discusión sobre el lugar que ciudadanos/as ocupan y/o el papel que desempeñan en nuestras sociedades.

Eso nos exige pensar lo social en términos de complejidad, sin anticipar respuestas ni superponer procedimientos. Trabajo Social es relacional y también su intervención, lo que nos llama a vitalizar la conciencia colectiva que fortalece el lenguaje político de las ciudadanías. Aquí las mediaciones se vuelven asunto relevante, ya que los lenguajes se ponen al servicio de la comprensión. De hecho, los procesos de investigación e intervención jamás son obvios ni evidentes, vienen cargados de lo imprevisto y por lo general enfrentan el azar, el error, lo fortuito.

Reflejan fuerzas dialécticas entre la palabra expuesta (verbo exterior) y lo que se quiere llevar al lenguaje (verbo interior), gestadas por saberes incompletos y comunicables, mediante diálogos discursivos que les insertan en una suerte de historia efectual (Gadamer, 2010: 554) . Eso les dota de relevancia y valor social pues abre disensos y consensos, donde los involucrados muestran diciendo.

Cuando las ciudadanías toman la palabra nunca lo hacen cargadas de puras pérdidas, son portavoces de maneras de vivir la vida, cuya puesta en presencia convoca cuestionamientos y persigue hallazgos de sentido.

Allí, la comprensión hermenéutica nos llama a revelar el imperio del dualismo estructura y agencias, la colonización de dispositivos binarios así como la insuficiencia de los sincretismos tecnocráticos, que relegan lo social a preceptos normativos, legales o técnicos, cuando no morales. Ahora bien, para Trabajo Social eso reclama preguntarnos ¿cuál es la lógica de intervención que se hace prevalecer?

PRISMAS HERMENÉUTICOS EN LA INTERVENCIÓN DE TRABAJO SOCIAL.

La disciplina debe abogar por un decir legítimo, como expresión de sus modos de comprender y traducir la cuestión social mediante dispositivos que superen la representación de un objeto creado por órdenes dominantes y la imposición de imágenes sobre cómo deben ser las formas de vida en una determinada sociedad. “[…] Las representaciones de la sociedad que acompañan a esta visión se ordenan en una concepción de progreso social y crecimiento económico, [en] la ruptura de consensos entre un proyecto de producción y de cohesión social” (Autés, 2013: 23).

De ahí que la intervención nos inserta en lugares concretos donde existen códigos vacíos de representación, discursos y narrativas subyugados por afirmaciones de un macro-sujeto: el Estado, el mercado, la globalización, la industrialización, el libre comercio, etc., desde los cuales se instaura una suerte de personalidad de base con que se caracterizan, tipifican, identifican los procesos de producción y reproducción de relaciones sociales, superponiendo la premisa del sujeto libre de competencia en el mercado a la de ciudadanas deliberativas e incidentes.

Por definición, la intervención de Trabajo Social requiere dialogar con diversos sistemas de interpretación, configurando luchas discusivas que aun cuando partan en lugares concretos, siempre, deben ser entendidas en correlato con realidades sociales más amplias, que afectan subjetividades y las permean por fuerzas de producción y estructuras ideológicas. Es la procura por desmantelar el sello de reglas hegemónicas y moralizantes sobre la sociedad que muchas veces arrogan la complejidad de los problemas sociales a un espectro privado en la vida de las ciudadanías.

Eso se vislumbra, por ejemplo, en fundamentalismos institucionales, agendas políticas parcializadas, competencias profesionales altamente tecnificadas, conservadurismos científicos, etc. Sin embargo, más allá de ellos, a través de la palabra de ciudadanos/as podemos descubrir hasta qué punto tales configuraciones bloquean proyectos vitales, imponiendo metas programáticas en pro del bienestar y/o la integración social.

No perdamos de vista que si bien Trabajadores y Trabajadoras Sociales intervienen, preferentemente, en la esfera privada y en zonas de intimidad cotidiana, esa inserción pierde legitimidad si se desdeñan los mecanismos de subjetivación mediante los que se naturaliza la marginación, el desplazamiento y/o la desafiliación social, posibles de atender sólo en la esfera pública. Allí radica un inclaudicable esfuerzo de desciframiento a lo injusto y lo insuficiente que por lo demás ha de ser testimoniado en nuestros informes sociales, modelos de análisis, planificaciones, investigaciones, diagnósticos, evaluaciones, sistematizaciones, registros de oficina, pericias, propuestas, por nombrar algunos ejemplos.

La intervención se moviliza por intercambios lingüísticos, mediante “[…] signos que no son cosas, sino que valen por cosas” (Ricoeur, 2009: 33). En ellas se reproducen patrones histórico-culturales y sociopolíticos, visiones de mundo que surgen en la disputa entre formas de ver, tematizar y problematizar la realidad, poniendo lenguajes dentro de una malla discursiva que a la vez posee un carácter creador y/o regulador. Eso pues al nombrar la realidad comunicamos la apertura o sutura en nuestros registros de interpretación, de asimilación y de apropiación del/a otro/a y lo otro.

Cada ciudadano/a es portavoz de saberes particulares que aunque nos sean incomodos debemos legitimar en sus propios márgenes. No se trata de asumirlos como verdades absolutas e inmediatas sino como proposiciones y posiciones dignas de crítica y controversia. Son formulaciones discusivas y campos narrativos que debemos trabajar acorde a objetivos que en las intervenciones se negocian y se persiguen alcanzar.

Recordemos que las palabras hacen emerger la interlocución y la interpelación, pues “la acción del verbo tiene poder para producir un efecto” (Ferrater, 2004: 72). Nuestras denominaciones ponen en correspondencia objetos sociales con lógicas de sentido, así en los procesos de intervención podemos hacer distinciones o designaciones, tras las que se instauran dependencias o autonomías.

Por ejemplo, en Chile aún opera el privilegio de pobreza[4] como beneficio asignado por ley o sentencia judicial, que encierra una semántica paradojal pues coloca la carencia monetaria como un mérito, o, quizá como una ventaja, encubriendo su detrimento al principio de igualdad de oportunidades que junto con asegurar una efectiva redistribución en la estructura económica, debe garantizar una fuerte eticidad institucional, ya que la pobreza no es en sí misma una prerrogativa deseable o una aspiración social.

Las legislaciones, las políticas públicas, así como las intervenciones no deben pensarse unívocamente, requieren de un acto de interpretación colectiva cuya eficacia simbólica e ideológica supere la tendencia a homogenizar la realidad social. Eso justifica el cultivo de un “[…] pensamiento débil de lo nuevo y de lo diverso” (Vattimo, 1992: 181), desacralizando y desnaturalizando ordenes totalizadores, “[…] que en efecto son una configuración de los fenómenos y representan un centro organizador de la comprensión” (Gadamer, 2010: 76).

En países como Chile, eso se justifica en el hecho que aún en estos días la jefatura de hogar femenina se concibe y atiende como una desventaja, en vez de ser reconocida como modus vivendi pese a que según datos del último Censo (2017) se evidencia que del total de hogares (5,45 millones), el 39,4% (2, 15 millones) declara una mujer en su jefatura llegando a un 41,6% de la población, donde además el 85% son monoparentales, con tendencia a la menor fecundidad y un creciente número de mujeres sin hijos[5].

Lo mismo vale para el surgimiento, rescate o reutilización de categorías con que se generan oportunidades sociales, ya que no es igual trabajar con beneficiarios del programa “barrio en paz residencial”[6] que con la gobernanza de vecindarios donde los/as pobladores/as son concebidos/as como ciudadanos/as con capacidad de agencia. Aquello marca rutas, despeja caminos distintos de intervención que no pueden pensarse directamente proporcionales a los medios materiales, técnicos y administrativos con los que las instituciones y servicios cuentan. Allí se juega la hermenéutica del sujeto que por cierto involucra a los/as profesionales.

En tales luchas discursivas transitan relaciones de poder, tendientes a la obtención de intereses y propósitos de variada índole, asentadas en “decisiones socio-ideológicas explícitas o implícitas” (Karsz, 2013: 67), que conllevan efectos en diferentes contextos de interpretación. Implica una toma de posición y partido ante una misión social en que se busca transparentar los mecanismos de colonización a los mundos de vida, en el marco de sociedades donde se instauran modelos morales, sistemas normativos y legales, cosmovisiones sobre la libertad y el ejercicio de derechos, concepciones sobre la justicia y la democracia (Rawls, 2013).

La vida cotidiana se comprende a la base de narraciones y archivos sobre aquello que no está dicho en los discursos oficiales. Allí los lenguajes de la norma, la ley, las políticas, los programas pueden ser resignificados, recodificados y por tanto resituados mediante nuestros análisis comprensivos. Incluso, detrás de las infraestructuras, los andamiajes materiales y operativos con que las instituciones cuentan existen composiciones simbólicas e ideológicas que sostienen su uso y su utilidad, así como además organizan su sentido social.

Históricamente, Trabajo Social actúa sobre construcciones simbólicas e ideológicas con que se organizan mundos de vida y modus vivendi, en espacios cotidianos donde se producen, replican y confrontan los condicionantes macro-estructurales de la sociedad. En esas zonas personas y colectivos apuestan por sus maneras de vivir la vida, incluso de sobrevivir a través de diferentes estrategias y mecanismos de interacción e intercambio social, para hacer frente a los obstáculos que les impiden realizar sus capacidades ciudadanas y oportunidades de desarrollo.

En consecuencia, hemos de potenciar la construcción de subjetividades ya que los problemas son vividos, conocidos, ignorados, criticados por ciudadanos/as reales que enfrentan situaciones concretas en sus vidas diarias. Movilizan palabras empujadas por un esfuerzo de enunciación a ciertas cuestiones imposibles de reducir a una dimensión material. Allí la intervención ha de promover luchas discursivas que propenden a una visión más vasta, rica y profunda sobre los impactos de la cuestión social, mediante un trabajo acucioso de desciframiento, desnaturalización y transformación social.

CONCLUSIONES

La hermenéutica desestabiliza aquellas lógicas legatarias del siglo de Prometeo (Verjat, 2012) que a partir de la época renacentista y su crítica al cristianismo se ancló como soporte a las utopías y metafísicas modernas, al surgimiento del positivismo, la filosofía de la conciencia y las nuevas éticas del sujeto que desde el siglo XX se vieron enfrentadas a una serie de rupturas, tanto en sus definiciones como en sus proposiciones.

En este marco, a Trabajo Social e interesa cómo la hermenéutica aporta una esfera de saber, una comprensión que otorgue sentido a nuestros procesos de investigación e intervención en lo social, ayudándonos a acceder a los significados que estos tienen para las ciudadanías con que trabajamos, así como para las instituciones sociales y para nosotros/as mismos/as como profesionales.

Comprendemos más y mejor si nos abrimos a perspectivas que no se encierran en la inercia de esencialismos, formalismos y dogmas. La hermenéutica nos invita a rebasar los límites que imponen los dualismos, nos permite un más hondo entendimiento sobre aquellas deudas que en vidas cotidianas va dejando la sociedad y sus estructuras mandantes, para deconstruir intersticios, brechas y vacíos dejados por la cuestión social donde se acumulan y mantienen desigualdad, injusticia y exclusión.

Hablamos de una lógica mediada por el desarrollo epocal del conocimiento, a partir de la comprensión de la historia, la tradición y la memoria, poniendo en escena el lenguaje y traduciéndolo en algo quebradizo, por tanto en algo renovable en el diálogo discursivo sobre lo social, donde “[…] nunca es<<posible>> decir todo cuanto es <<probable>> decir” (Gadamer, 2001: 87).

Desplegar matrices de comprensión “designa una tarea, implica un desafío”, (Cruz, 2011: 12), inquiere a que en Trabajo Social se exalte el acto político del ejercicio de interrogar las evidencias, desmantelando mecanismos de dominación y control, así como develando el contenido oculto en relatos donde lo social se hace ordinario.

Nuestra investigación e intervención debe reanudar problematizaciones donde no las hay, tomar la palabra a sabiendas que siempre se parte desde alguna posición, ante la que hay que aportar criterios de distinción para volver a observar, evaluar y nombrar realidades, en atención a ciertas condiciones socio – históricas. Eso exige un trabajo teórico-conceptual en el que la comprensión fructifique, irradie categorías in vivo y promueva opciones fundamentadas para incidir en lo social.

En nuestras investigaciones e intervenciones se erigen nombres y al nombrar se conjugan tentativas de conceptualización, de ideología y de episteme, para dar sentido y no para instaurar preceptos indiscutibles. Estos procesos trabajan sobre la base de conjeturas que deben ser refutadas y ahí la hermenéutica se constituye en una lógica que fundamenta prácticas intelectuales y políticas contra-hegemónica, adentrando a la disciplina en la tarea de repensar lo social.

Trabajo Social no surge como enunciado de la regla, su apuesta es el cambio y la transformación social, no mantener el funcionamiento normativo. Por consiguiente hemos de evitar que “[…] los manipuladores de símbolos simplifiquen la realidad reduciéndola a imágenes abstractas […]” (Autés, 2013: 227). Es así que debemos convocar la comprensión y el diálogo entre interlocutores válidos, otras disciplinas, diversas ciudadanías, múltiples instituciones, servicios y políticas públicas, con los que es posible confrontar saberes e interrogaciones.

Es una invitación a asumir un maduro compromiso con la incidencia en el espacio sociopolítico, rebasando el soporte a sistemas de bienestar y protección social que permiten al Estado y al mercado mantener un cierto orden ideológico. Debemos dejar ver las pugnas por los derechos propios de la condición humana, más allá de la propiedad de derechos civiles y sociales, arremetiendo contra el statu quo de la mera integración normativa.

En rigor tenemos que reflexionar sobre el posicionamiento de la disciplina en apuestas por el integro desarrollo de la sociedad, pero sin alejarnos de lo real, lo concreto, lo cotidiano, que es donde se cruzan condiciones de existencia con universos culturales de apropiación y reproducción social, no sólo para subsistir sino ante todo para reaprender a vivir.

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Notas

[1] Cualquier posibilidad de comprender surge en un parámetro de conocimiento previo y a disposición, desde el que emanan expectativas de sentido dentro de un marco de lenguaje compartido.
[2] Nos referimos a marcas que a nivel mundial y mellas que, especialmente, en América Latina, va dejando la lógica neoliberal tanto en proyectos sociales y maneras de vivir la vida como, además, en los cuerpos. Eso, se expresa en la fuerte tendencia hacia la globalización económica, la masificación del consumo, la fragilidad en la política democrática, el declive de las utopías, el conflicto de la institucionalidad religiosa, el calentamiento global y el cambio climático, la arremetida de la era informática, científico-tecnológica y de la innovación, entre muchos otros fenómenos.
[3] Lo intersubjetivo y lo colectivo se repliegan ante lo individual y las condiciones sociales de producción económica.
[4] El privilegio de pobreza se instaura en la Constitución Política de Chile, además se encuentra consagrado en el Título XIII del Libro I del Código de Procedimiento Civil, en sus artículos 129 y siguientes, como un beneficio concedido por ley, o, en algunos casos a través de sentencia judicial. Favorece a personas en situación de pobreza para acceder en forma gratuita a los servicios judiciales (corporaciones de asistencia judicial, clínicas jurídicas dependientes de universidades, defensoría pública, procuradores o receptores judiciales, etc.) que les permitan hacer valer sus derechos.
[5] Para mayor información revisar: http://www.censo2017.cl/
[6] “Barrio en Paz Residencial” es un programa público chileno, impulsado por el Ministerio del Interior y Seguridad Pública desde el año 2011, con la finalidad de reducir los factores de riesgo socio-delictual que inciden en la victimización por delito efectivo de 50 barrios vulnerables del país, que además registran altos índices en la sensación de inseguridad de sus poblaciones. Esta iniciativa integra la intervención psicosocial, la prevención situacional (tanto de la conducta delictual como en el ejercicio de la violencia), la promoción de la convivencia comunitaria y la justicia local, el acompañamiento para la reinserción social y el desarrollo de estrategias para diseño urbano en cada barrio, siempre en la lógica de arriba hacia abajo, pues se opta por el tipo de participación instrumental.
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