Debates
Redes y sistemas sociales en el Trabajo Social. Aproximaciones teóricas
Social networks and systems in Social Work. Theoretical approaches
Escenarios
Universidad Nacional de La Plata, Argentina
ISSN-e: 2683-7684
Periodicidad: Frecuencia continua
núm. 38, e015, 2024
Recepción: 20 Octubre 2023
Aprobación: 14 Noviembre 2023
Publicación: 09 Agosto 2024
Resumen: El artículo propone reflexionar sobre el papel que juega la teoría en el conocimiento, comprensión e interpretación de la realidad social poner a discusión una serie de ideas que le permitan a los estudiantes de licenciatura y del posgrado en trabajo social realizar adecuados acercamientos y diagnósticos de los problemas en los que van a actuar, incidiendo en la subjetivación política de los sujetos. Plantea la necesidad de resignificar las categorías sistemas sociales y redes sociales en la elaboración y diagnóstico de problemas sociales desde el trabajo social para construir modelos y proyectos que contribuyan a la eventual solución de problemas y necesidades en un contexto de grandes desigualdades sociales.
Palabras clave: Trabajo social, redes sociales, sistemas sociales, realidad social.
Abstract: The article proposes to reflect on the role that theory plays in the knowledge, understanding and interpretation of social reality, to discuss a series of ideas that allow undergraduate and graduate students in social work to make adequate approaches and diagnoses of the problems in which they are going to act, influencing the political subjectivation of the subjects. It raises the need to re-signify the categories of social systems and social networks in the elaboration and diagnosis of social problems from social work to build models and projects that contribute to the eventual solution of problems and needs in a context of great social inequalities.
Keywords: Social work, social networks, social systems, social reality.
Planteamiento y justificación inicial
El objetivo central del presente artículo consiste en realizar una serie de reflexiones sobre el papel que juega la teoría en el conocimiento, comprensión e interpretación de la realidad social. Si de entrada entendemos que eso que llamamos realidad social, como espacio producido por los seres humanos, está constituido por un conjunto de procesos fenómenos y relaciones sociales que incluyen una amplia variedad de actores y grupos sociales y que dicha realidad social tiene las características de ser compleja, dinámica, heterogénea y conflictiva, resulta imprescindible la existencia de un instrumental teórico-metodológico que, dando cuenta de esa complejidad, nos permita realizar ejercicios de aproximación empírica para construir, desde el trabajo social, un conjunto de estrategias de intervención e involucramiento de los actores sociales, entre los que se encuentran los modelos de intervención o los proyectos sociales, para intervenir propositiva y creativamente sobre ella, considerando siempre que los actores sociales tienen capacidad de agencia y que son sujetos históricos y sociales.
El presente artículo surge de una serie de inquietudes intelectuales derivadas de mi experiencia docente tanto en la licenciatura como en el posgrado de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México donde impartí durante 12 semestres la asignatura Seminario de Teoría de los Sistemas Sociales que se imparte en el primer semestre en la Especialidad en Trabajo Social en Modelos de Intervención con Mujeres (y en algunos semestres la impartí conjuntamente en el programa de Modelos de Intervención con Jóvenes), las materias Análisis del Estado Mexicano y Situación Internacional Contemporánea, durante 15 años, así como la asignatura Democracia y Participación Ciudadana en la actualidad. En dichos cursos he notado una seria dificultad en los estudiantes sobre el manejo y comprensión de conceptos y categorías de análisis que provienen de las distintas teorías de las disciplinas científicas sociales[1] afines y coadyuvantes como la sociología, la ciencia política o la psicología, así como del propio trabajo social, que les impiden realizar adecuadas aproximaciones a la realidad social que pretenden conocer y en la medida de lo posible transformar.
Dichas dificultades se derivan, entre otros factores, de una concepción que tienen algunos estudiantes de la profesión del Trabajo Social como una disciplina eminentemente práctica que los orilla a restarle importancia a los elementos teóricos que subyacen a toda práctica profesional. De la misma manera, en mi experiencia docente he notado en particular una mayor dificultad por comprender los conceptos fundamentales de la teoría de los sistemas sociales que pueden tener, sin embargo, utilidad en la elaboración de distintos instrumentos o estrategias de intervención, particularmente en el caso de los Modelos de Intervención.
Otro fenómeno que he podido corroborar en los distintos cursos que he impartido es la poca importancia y utilización que tiene el análisis y la teoría de redes sociales como herramientas poderosísimas en el diagnóstico y conocimiento de las distintas problemáticas a las que intenta dar solución el especialista en trabajo social, así como en la elaboración, implementación y evaluación de su estrategia de intervención e involucramiento con los actores sociales propiciando su inclusión y subjetivación política y social.
El artículo tiene, a su vez, la intención de poner a discusión una serie de ideas que le permitan a los estudiantes de licenciatura y del posgrado en trabajo social realizar adecuados acercamientos y diagnósticos de los problemas en los que van a intervenir como licenciados, maestros o especialistas en modelos de intervención en trabajo social –ya sea con mujeres, jóvenes o adultos mayores– y que tienen el objetivo de aminorar las desigualdades sociales, partiendo de la idea de que no se puede construir un modelo –como estrategia específica de intervención desde el trabajo social– sin realizar un diagnóstico pleno y objetivo del conjunto de interacciones y elementos que subyacen al fenómeno a estudiar (sea violencia, migración, desintegración familiar, etc.) considerando el supuesto de que todos los problemas sociales tienen una multicausalidad que los determina; de la misma manera, se debe considerar que no se puede diagnosticar sin conocer adecuadamente ese problema social que –si bien existe en la realidad social– se debe construir también mental y analíticamente con elementos teóricos que impliquen la utilización de abstracciones y categorías de análisis que nos permiten su comprensión. Sólo después se puede volver a problematizar y a elaborar una posible estrategia de intervención que tome en cuenta la posición y el involucramiento de los actores.
Precisamente en este pleno conocimiento objetivo de la realidad, en su necesaria comprensión, así como en su intervención y eventual transformación es donde revierten, desde mi punto de vista, particular importancia tanto la teoría de los sistemas sociales como la teoría de redes sociales en la práctica del trabajo social como instrumentos útiles e imprescindibles en el quehacer profesional de los trabajadores sociales.[2]
Dar una visión general de las posibilidades y ventajas del uso de la teoría de sistemas sociales y la teoría y el análisis de redes sociales en el conocimiento de la realidad social y en la construcción de estrategias de intervención desde el trabajo social permitirá a los alumnos situar los problemas sociales –y sus posibles estrategias de intervención– en la multiplicidad de factores que definen la realidad social. Estos cuerpos teóricos, sin embargo, no deben ser los únicos abordados en las distintas especialidades del posgrado, por el contrario, también se debe abrir una discusión sobre la necesidad de incluir –en el plan de estudios actual– otras opciones como los enfoques radicales del trabajo social que permitan a los alumnos tener diversas opciones de acuerdo con sus intereses, a la especificidad del problema y a las necesidades de la intervención que tiene que estar basada en las propuestas de los sujetos.
Por último, otra razón de peso que dio origen al presente trabajo la constituye mi inquietud intelectual y profesional por acercarme cada vez más al trabajo social –disciplina de la cual no provengo, pero en la cual ejerzo parte de mi práctica docente desde hace 20 años– para conocer su especificidad acercándome al estudio de su (s) objeto (s) de estudio, su (s) método (s) y su (s) teorías (s) que la construyen no sólo como una profesión sino que la proyectan como una disciplina científica en constante desarrollo y en búsqueda de su consolidación. Esta razón se encuentra estrechamente ligada a mi permanente deseo de actualización que me permita ir mejorando mi práctica docente complementando mis estudios y mi formación sociológica y politológica con el conocimiento y la práctica del trabajo social, disciplina que considero, dicho sea de paso, una de las más dignas, humanas y por demás necesaria en estos tiempos marcados por amplios procesos de injusticia y desigualdad social.
El conocimiento de la realidad social: complejidad, dinamismo y conflictividad
La gran complejidad que existe y se genera en las sociedades contemporáneas no sólo nos permite observar el gran dinamismo y conflictividad que existe entre los elementos que la componen, sino que representa, en términos estrictamente científicos, un reto para su adecuado conocimiento, debido a que los científicos sociales tenemos que construir un instrumental teórico-metodológico que nos ayude a comprenderla en su justa dimensión.
Por ello, si tomamos en cuenta que el universo –como totalidad de elementos existentes en la realidad y cuyos fenómenos son susceptibles de ser observados e investigados por el ser humano– está compuesto, en términos analíticos, por una realidad natural y una realidad social podemos decir que el universo es el sistema más extenso y complejo que existe dentro del cual la realidad social es sólo un microsistema más. Pero la realidad social es también, a su vez, un sistema complejo y extenso en relación con los elementos que lo conforman (subsistemas), de ahí la necesidad que tenemos de contar con cuerpos teóricos que nos permitan reducir esa complejidad para tener mejores elementos no sólo para comprenderla y conocerla mejor sino, sobre todo, para intervenir transformadoramente sobre ella.
La realidad social como el conjunto de fenómenos y procesos sociales que realizan los seres humanos en su necesidad de vivir en sociedad y que genera un conjunto infinito de relaciones, prácticas, estructuras, interacciones, funciones y sistemas sociales tiene un conjunto de características que se convierten a su vez en elementos imprescindibles de su análisis. Así, podemos decir que la realidad social tiene las características de ser compleja, dinámica, diversa, heterogénea y conflictiva y que por lo tanto si pretendemos conocerla e interpretarla para actuar transformadoramente sobre ella necesitamos valernos de conceptos y categorías de análisis para reducir su complejidad y conociendo las múltiples dimensiones en las que la diversidad de actores sociales interactúa en un entorno determinado.
La complejidad de las relaciones humanas, de sus conflictos y de sus posibles soluciones parece estar en el centro del quehacer humano y en el centro de los debates actuales en las disciplinas científicas sociales (Morin, 2004). La complejidad hace referencia al
[…] tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares que constituyen nuestro mundo fenoménico. A primera vista es un tejido de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados, que presentan la paradójica relación de lo único y lo múltiple. Así es que la complejidad presenta con los cargos perturbadores de la perplejidad, es decir, lo enredado, lo inextricable, el orden, la ambigüedad y la incertidumbre (Deyta, 2011, p. 21-22)
Para Luhmann (1996) la complejidad moderna puede ser descompuesta –para que cuente con mayor nivel analítico– en los conceptos de elemento y relación, esta distinción permite observar los distintos elementos que componen un sistema social uniendo sus relaciones y considerando sus diversidades, su dimensión temporal y su inestabilidad. De esta manera, se llega a un concepto multidimensional de complejidad permitiendo que un sistema pueda ser más complejo que otro en una dimensión, mientras que el otro más complejo en otra (p. 139).
La diversidad propia de las sociedades actuales es un componente importante de esta complejidad, pues para Díaz-Polanco (2006) la sociedad no sólo es diversa, sino que es una constante productora de diversidad, su composición y dinamismo permiten no sólo que se expresen todas las diversidades, sino que su convivencia y conflictividad producen nuevos tipos de diversidades que requieren y construyen nuevas relaciones e interacciones sociales. En ese sentido, uno de los retos de las disciplinas científico sociales es encontrar instrumentales teóricos y metodológicos que nos permitan entender este mundo lleno de contradicciones, lleno de caos, equilibrio y armonía, de búsqueda de unidad en la diversidad, de tensiones, divisiones sociales e intereses contrapuestos que genera siempre incertidumbre y avivan la contingencia de los fenómenos y conflictos sociales.
Tenemos que entender que la incertidumbre entre las expectativas sociales de los sujetos (individuales y colectivos) y las posibilidades de alcanzarlas generan conflicto. Existe en la actualidad, por ejemplo, una tensión entre las necesidades sociales y los derechos, entre la forma de construirlos y exigirlos por parte de los ciudadanos y su reconocimiento y garantía por parte de los Estados y sus gobiernos. En resumen, la realidad social puede ser definida como la suma total del conjunto de interacciones, redes y sistemas sociales que ha creado y sigue construyendo la humanidad y que generan gran conflictividad por su dinamismo y heterogeneidad.
Parte de los efectos de esa conflictividad que deriva de la diversidad de actores y de la diversidad de intereses que persiguen se expresa en los procesos de marginación, exclusión y segregación social que viven muchos grupos sociales. De la misma manera, la pobreza, la desigualdad y la precarización de la vida social humana son parte de los efectos que la complejidad y conflictividad de la realidad social generan y que se convierten en objeto de estudio y de intervención desde el trabajo social.
Ante esa realidad compleja, diversa y conflictiva la ciencia sigue siendo una actividad humana fundamental para su interpretación y comprensión, para la construcción de conocimiento de ese mundo real. Particularmente las disciplinas científicas sociales –dentro de las que incluyo por supuesto al trabajo social– deben seguir desarrollando sus instrumentos científicos para dar cuenta con mayor precisión y credibilidad de esa complejidad totalizadora que abarca todos los aspectos de la vida social, desde los fenómenos micro sociales hasta los macrosociales pasando por los diversos niveles meso sociales.
La realidad social es dinámica, se encuentra en constante movimiento, sus problemas son multicausales y generan nuevo dinamismo y conflictividad. Así, la realidad social y el concepto de sociedad designan “una forma histórica de construcción de la realidad social”, disciplinas como el trabajo social o la sociología nos brindan una explicación de los comportamientos humanos derivados del hecho de vivir en sociedad. “La sociedad se vuelve autoconsciente, cobra vida propia, su naturaleza permite estudiar sus mecanismos, sus formas y, lo más importante, su autoconservación y movimiento” Roitman (2002)
La sociedad es pensada como resultado natural y configuración de estructuras cambiantes, cuyo fin es realizar la autoconservación, reproducción y desarrollo de sí misma […] La sociedad adquiere una racionalidad donde el cambio, el conflicto, el disenso y consenso social son parte de una explicación que se haya inmersa en la definición que proyectan las acciones de los individuos en su dinámica social. (p.97)
A esa complejidad, heterogeneidad, diversidad, dinamismo y conflictividad de la realidad social se enfrenta el trabajador social buscando dar explicaciones y construyendo colectivamente eventuales soluciones. Para ello, el enfoque sistémico y el análisis de redes sociales le son de gran utilidad para la difícil tarea de comprender y transformar este mundo de lo social. A esa realidad social que es a la vez un conglomerado de sistemas sociales en interacción y una densa maraña de redes sociales vinculándose interminablemente causando conflictos y desigualdad social es a la que quiere dar cuenta el oficio de trabajador social, su teoría y su práctica. Por ello, una primera aproximación a lo que vamos a entender como realidad social desde la perspectiva sistémica y el análisis de redes sociales nos la da Ander-Egg (2001) cuando afirma que:
[…] la realidad es sistémica, los elementos que la componen se hallan entre sí en relación funcional, configurando un todo en donde se da la interdependencia de las partes entre sí. Los problemas que afrontamos en la realidad son sistémicos, por lo tanto, el modo de abordarlos, ya sea para conocerlos o bien para actuar transformadoramente sobre ellos, debe ser sistémico. La idea de interrelación es la que fundamenta la necesidad que tenemos de pensar en términos sistémicos […] Cualquier problema de la realidad social sobre la que trabajamos o con la que actuamos debe ser comprendida dentro de un contexto más amplio al que pertenece (Ander- Egg, 2001, pp. 7-8).
Lo mismo sucede con la teoría de redes sociales que al conceptualizar al sistema social como una amplia red de relaciones sociales lo que hace es resaltar la importancia del elemento relacional y la idea de interrelación como fundamento constitutivo de lo social. Y esto es trascendental para el trabajo social toda vez que, según Tello (2000):
“[…] más que un atributo, es un contexto, un medio ambiente, es el medio natural en el que los seres humanos somos eso precisamente. Y no es más que un sistema de interacciones en el que los actores sociales orientan recíprocamente sus acciones dando lugar a una trama de significados, expectativas y direcciones” (p. 59).
La teoría de sistemas y el análisis de redes sociales proponen un conjunto de conceptos y categorías de análisis que tienen la intención de manipular analíticamente la complejidad de la realidad social. Para Luhmann (1996) el concepto de complejidad “[…] surge para indicar la relación entre sistema y entorno que debe llevarse a cabo mediante reducción de complejidad” (p. 141). El trabajo social como profesión que se plantea entre sus objetivos “[…] contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida de la población y al aumento del bienestar social de las personas y comunidades […]” (Alayón, 2010: p. 10) tiene, en el conocimiento y transformación de esta complejidad de la realidad social, no sólo un reto sino la posibilidad de construir campos de intervención y de propuestas de activación de los sujetos que contribuyan a transformarla. tiene, en el conocimiento y transformación de esta complejidad de la realidad social, no sólo un reto sino la posibilidad de construir campos de intervención y de propuestas de activación de los sujetos que contribuyan a transformarla.
La extremada complejización de la sociedad actual alcanza también al propio trabajo social como disciplina científica social lo cual nos obliga a repensar sus facetas y ámbitos de actuación, intervención y subjetivación de los actores. En este sentido, la teoría como guía y orientación de la praxis del trabajo social es una herramienta de la cual no puede prescindir el trabajador social si pretende hacer no sólo intervenciones efectivas sino eficaces y eficientes. La constante reconceptualización del trabajo social y el continuo debate sobre su objeto (s) de estudio, su (s) teoría (s) y su (s) método (s) sigue siendo un ejercicio imprescindible que debe ir dándole al trabajo social su especificidad y su lugar en el conjunto de las disciplinas científicas sociales.
Considero que aún y cuando el trabajo social se nutra de otros objetos de estudio, teorías y metodologías ha ido construyendo su propia cientificidad en aras de su crecimiento y profesionalización, la cual debiera tener como único fin la construcción de conocimiento con amplio rigor científico que sirva para la comprensión de la realidad social y que, eventualmente, tenga una utilidad práctica en la solución de los problemas sociales. El trabajador social debe ser, en consecuencia, un profesionista –vale decir un científico social– crítico, creativo y propositivo con amplia capacidad para utilizar adecuadamente los conceptos y categorías de análisis para el análisis y la comprensión de la realidad en la que va a intervenir.
Trabajo social, teoría y modelos de intervención social
Como hemos mencionado el trabajo social se erige en los albores del siglo XXI como una disciplina científica social. Si bien joven y en constante construcción y desarrollo el trabajo social necesita obligatoriamente retomar su proceso de discusión para encontrar los elementos que le den mayor especificidad a su quehacer profesional. El trabajo social debe seguir buscando una identidad propia que lo fortalezca y le permita tener sólida presencia en estos tiempos donde la inter, multi y transdisciplinariedad son la característica fundamental en la producción del conocimiento. Esto le permitirá a su vez no diluirse en las teorías, métodos y objetos de estudio propios de otras disciplinas con mayor tradición y existencia y abrirse a las ciencias sociales a partir de una integración coherente y fundamentada entre su objeto (s), su método (s) y su teoría (s).
Si bien es difícil hablar con claridad del objeto (s) de estudio de una ciencia, debido precisamente a la dinámica y complejidad de la realidad social y a que la propia disciplina se encuentra en transformación, es importante definir la parcela de la realidad que se convierte en su especificidad, que le da identidad y que le permite construir sus métodos y sus teorías, sin perder de vista la totalidad. El trabajo social contemporáneo se sigue debatiendo hoy en día sobre cuál puede ser su objeto (s) de estudio. Para unos el objeto central son las necesidades y problemas sociales donde puede intervenir mientras que para otros es la intervención social en sí misma su objeto central, aunque esta idea de intervención requiere ser cuestionada en la medida en que es necesario reconocer al menos tres puntos: que los actores tiene agencia y pueden construir procesos de subjetivación política; que no son agentes pasivos y objetos de intervención lo que puede generar posiciones paternalistas o que prioricen el conocimiento científico y la intervención profesional como las más importantes demeritando o invisibilizando conocimientos, prácticas y saberes de los sujetos; que los sujetos no son seres ahistóricos, antes bien tienen conciencia de su momento histórico y del papel que juegan en el conflicto social. De ahí que además de intervención se deba pensar siempre en la acción (tanto del trabajador social como de los sujetos sociales) y en la interacción y reciprocidad.
Por supuesto existen las visiones que asumen que tanto los problemas y necesidades sociales como la intervención sobre ellas, para la solución de conflictos, son los elementos que delinean su especificidad dándole coherencia y sentido a su práctica, a sus procesos de creación de conocimiento y a su práctica profesional. El asunto central en este artículo es, sin embargo, que además de “el o los objetos de estudio” que definan al trabajo social su consolidación como disciplina científica y su práctica cotidiana debe ir acompañada por la teoría o el conjunto de teorías que le permiten interpretar esos campos de la realidad social que define como propios, aunque no exclusivos.
De la misma manera, si bien en lo metodológico el trabajo social ha avanzado mucho, en lo teórico aún tiene mucho camino por recorrer, aunque también hay aportaciones teóricas significativas desde el propio trabajo social (Payne, 1995; Miranda, 2015). Considero que el motor que debe impulsar tanto la utilización y la apropiación de otras teorías de disciplinas científicas sociales afines como la construcción de sus propias teorías es su crecimiento y fortalecimiento como disciplina científica y el hecho de saber que, aún cuando el trabajo social se considere una profesión eminentemente práctica, jamás puede prescindir de la teoría, pues ésta subyace a los propios problemas, necesidades y estrategias de intervención que pretende conocer e implementar. En este sentido, Viscarret menciona que:
“El trabajo social, al igual que el resto de profesiones, prefiere observarse como profesión basada en una teoría. Pero, paradójicamente, si hay algo que caracteriza a la disciplina del trabajo social y que pone de acuerdo a todos los autores de las diferentes épocas que reflexionan sobre la misma, es su carácter eminentemente práctico y la necesidad de generar su propia base epistemológica” (Viscarret, 2007: p. 15).
Giddens (2002), es todavía más enfático al plantearnos que aún en investigaciones eminentemente prácticas o empíricas es necesario un planteamiento teórico, ya que, “Todas las decisiones prácticas requieren ciertos supuestos teóricos subyacentes” (p. 25). Considero que estas aseveraciones deben ser tomadas en cuenta por los trabajadores sociales en su proceso de formación. De la misma manera, los maestros tenemos que ser enfáticos en la necesidad de construir un pensar teórico y un pensar epistémico como antecedente para una adecuada práctica, vale decir, para una adecuada, eficiente y eficaz intervención, que sea colaborativa e incluyente y no impositiva y excluyente. En esta misma lógica, Viscarret (2007) menciona que es claro que:
“Si el trabajador social quiere actuar de forma competente y útil en las situaciones prácticas, necesita tener un conocimiento de qué es lo que está ocurriendo y por qué, lo cual significa que necesita pensar teóricamente […] aquellos que piensan teóricamente, son aquellos que mejor llevan a cabo sus orientaciones profesionales y su compromiso personal” (p. 20).
La teoría está en la base de la interpretación, surge de la propia práctica de los sujetos y de la reflexión que los científicos sociales –y en muchas ocasiones los propios actores sociales– hacemos de ella, pero en un momento determinado nos ayuda a la comprensión de la realidad social compleja, diversa, dinámica, heterogénea y siempre conflictiva.
En este sentido, la construcción de propuestas teóricas y metodológicas dentro del trabajo social –aún y cuando tengan origen en presupuestos teóricos de otras disciplinas científicas que aborden lo social– contribuye a la configuración de nuevos marcos de referencia para nuestra disciplina añadiendo en términos de Luhmann (1998) mayor complejidad y diferenciación. Esto le permite a su vez, siguiendo a Viscarret (2007) generar un cuerpo teórico y práctico más diverso, rico y diferenciado con el que se incentiva el surgimiento de nuevos perfiles profesionales que le permiten al trabajador social crear nuevas propuestas para la solución de los nuevos problemas y necesidades sociales que son cada vez, en mayor medida y complejidad, multicausales y multifactoriales.
Una de las principales tareas de las disciplinas científicas sociales como el trabajo social es cuestionar el conocimiento obtenido a través del simple sentido común. Examinar con rigor lo que parece común a nuestros ojos para tener una evidencia real sobre los fenómenos sociales. Para ello, el trabajador social debe realizar una serie de preguntas fácticas o de hecho que le permitan relacionar distintos contextos sociales contrastando casos. Por su arte, mediante preguntas teóricas el trabajador social se adentra en el conocimiento de la realidad teniendo mayores elementos para saber cómo ocurren las cosas. Estas preguntas teóricas sirven para describir, explicar e interpretar correctamente los hechos sociales descubriendo sus causas y sus múltiples determinaciones.
En esta perspectiva, “Las teorías implican la construcción de interpretaciones abstractas que pueden utilizarse para explicar una amplia variedad de situaciones empíricas” (Giddens, 2002). Implican un nivel de generalización que nos ayuda a comprender situaciones, fenómenos y relaciones sociales en diversos contextos y realidades. “Sólo podemos desarrollar enfoques teóricos válidos si somos capaces de contrastarlos mediante el estudio empírico” (Giddens, 2002). Teoría y práctica, lo mismo que conocimiento científico y conocimiento empírico van de la mano. Ambas dicotomías antes que ir separadamente van por el mismo camino que nos deja comprender el conjunto de prácticas y relaciones sociales que subyacen a los problemas de la sociedad.
En estricto sentido, una teoría es un conjunto de proposiciones lógicamente articuladas que tiene como fin la explicación y predicción de las conductas de un área determinada de fenómenos (Pardinas, 1977), las teorías son a la vez sistemas de conceptos, postulados y categorías de análisis que constituyen una estructura explicativa, es decir, una construcción simbólica y conceptual que ha logrado trascender los hechos de la experiencia para relacionarlos mediante abstracciones lógicamente interrelacionadas (Pérez, 2003). La capacidad de abstracción es, por tanto, una de las habilidades del pensamiento que más debe desarrollar el trabajador social. Atrevernos a pensar y a reflexionar más allá de las cuestiones empíricas, pero incluyéndolas también en una reflexión teórica nos contribuirá a la comprensión mental de la multiplicidad de factores implícitos en las diversas problemáticas de la realidad social.
Ese pensamiento abstracto permite al trabajador social complementar lo que los sentidos y una aproximación directa al problema le dicen empíricamente sobre una situación social contribuyendo a darle sentido a su práctica, sabiendo que siempre debe estar vinculada a un pensar teórico. La importancia práctica del trabajo social consiste, entre otras cuestiones, en que permite a los sujetos sociales –sujetos, pero a la vez actores, de su intervención– la comprensión de sus situaciones sociales al hacerlos comprender de una forma más clara o adecuada que antes una situación social contribuyendo a la elaboración de políticas sociales, modelos de intervención, proyectos sociales, modelos, entre otras estrategias, que permitan la eventual solución de sus problemas.
Con un pensar teórico y práctico –que se relaciona dialécticamente– el trabajador social puede proponer soluciones a partir de la idea de que el conocimiento pleno y objetivo de un problema implica gran parte de su solución. Pero ese conocimiento se construye con un pensar teórico que delinea en gran medida una práctica, es decir, una intervención social acompañada de un método y de técnicas de investigación y recolección de información. Como estudioso de una disciplina científica de lo social el trabajador social –de una manera similar al sociólogo– permite a los grupos sociales con los que va a intervenir tener mayor conocimiento de ellos mismos y de su comunidad, de sus condiciones, su funcionamiento, sus conflictos, su capacidad de influir y determinar sus acciones y su propio futuro. De la misma manera, el trabajador social permite que los sujetos adquieran “conciencia” de las diferencias culturales permitiéndoles ver el mundo social desde diversas y diferentes perspectivas culturales (multiculturalidad e interculturalidad) y tener así un mejor conocimiento, por ejemplo, de los cambiantes valores culturales y de las prácticas que producen.
El trabajador social sólo puede convertirse en un verdadero agente de cambio si logra él mismo, en primera instancia, entender, comprender e interpretar los problemas en los que están inmersos los sujetos sociales para que éstos logren convertirse a su vez en agentes de cambio. A partir de contar con una formación sólida en los elementos teóricos y metodológicos que le permitan posteriormente construir una intervención exitosa el trabajador social se posiciona como un actor que ve a los sujetos sociales con capacidad de agencia y conscientes de su momento histórico. Además, el conocimiento de la realidad social –de la cual también forma parte de varias formas el trabajador social– es un factor importante que obliga incluso moralmente a los trabajadores sociales a conocer sistemáticamente esa realidad. El conocimiento adquirido en las aulas debe tener un significado real incluso en la práctica cotidiana de los trabajadores sociales. Sería extraño que los trabajadores sociales, los sociólogos, los politólogos, los economistas, etc., no tomarán posición sobre las cuestiones prácticas, y sería tan ilógico como poco práctico intentar prohibirles que recurrieran a sus conocimientos sociológicos y del trabajo social al hacerlo como apunta Giddens (2002).
Por el contrario, pienso que la posición ontológica de un trabajador social frente a la realidad que quiere transformar y que también eventualmente padece o sufre cotidianamente es fundamental para su formación y para el sentido ético que su práctica profesional requiere. Considero que el trabajo social puede y debe ser objetivo –científicamente hablando– al utilizar adecuada y rigurosamente el instrumental teórico metodológico para realizar su quehacer profesional pero jamás podrá ser neutral al elegir temas y al tomar una postura ética e incluso en ocasiones militante ante los problemas que la realidad social le presenta.
El trabajo social es una disciplina científica en construcción y fortalecimiento en la medida que implica: métodos de investigación sistemáticos; el análisis de datos: el examen de teorías a la luz de la evidencia empírica; y una discusión lógica. En esta relación dialéctica entre pensar teórico y práctica o intervención debemos tomar en cuenta que, a diferencia de los objetos de la naturaleza, los seres humanos son seres autoconscientes que confieren sentido y finalidad a lo que hacen, lo que le confiere un carácter teleológico. Por ello, en el trabajo social el problema de la objetividad implica: estudiar el mundo social sin prejuicios; buscar la imparcialidad; usar métodos de observación y discusión; así como el hecho de que al ser públicas las conclusiones de un estudio se someten a la crítica y a la falsación (Giddens, 2002). El trabajador social no debe perder nunca su lado humano, pues en esencia eso es lo que lo caracteriza, pero ese amor al hombre y a la mujer debe ir acompañado de un sistematizado rigor científico para combinar el sentido humano de su práctica con la ciencia que, dicho sea de paso, es una de las máximas creaciones de la humanidad.
Hablando específicamente de la sociología, Roitman (2002) afirma que es una disciplina científica que nos permite delinear, a partir de un instrumental teórico-metodológico, las bases para un mejor proceso explicativo de la realidad social. Dicha definición la podemos (y debemos quizá) hacer extensiva al Trabajo Social, pues esta disciplina científica se dedica también al estudio de la vida social humana, de los grupos y sociedades, de las relaciones sociales y el comportamiento de los seres humanos poniendo particular énfasis en las problemáticas y necesidades humanas en tres campos posibles de actuación, a saber, la vida social individual, la grupal y la comunitaria. En este sentido, “La tarea del sociólogo[3] es ayudar a entender este mundo y su futuro probable” (Giddens, 2002).
Hay que tomar en cuenta, por otro lado, que cuando se realizan aproximaciones a lo social desde el trabajo social se puede fácilmente incurrir en los dos errores fundamentales que nos impiden tener un conocimiento adecuado del objeto de nuestra investigación e intervención-interacción: por un lado, en ocasiones se sobredimensiona la práctica sobre la teoría; mientras que por el otro, se tiende a sobredimensionar la teoría sobre la práctica, en este sentido lo que cabe es el justo medio aristotélico en la medida en que ambas dimensiones (la teoría y la práctica) son fundamentales a la hora de construir problemas sociales para la intervención y la interacción con los sujetos.
Es menester que el trabajo social encuentre ese justo medio, pues una adecuada intervención va antecedida por una problematización precisa que construimos a partir de conceptos que contrastamos con la realidad y en donde los saberes populares o sociales son fundamentales. Con ello, realizamos diagnósticos y aproximaciones a un problema específico, rehacemos el problema y planteamos una estrategia de intervención-acción. El problema surge cuando en la actualidad:
El hacer, la práctica cotidiana, aún aparece como un elemento secundario, estandarizado […] de la teoría que intenta dar explicaciones generales a problemas, circunstancias y situaciones fuertemente singulares y muchas veces alejadas de la vida cotidiana de aquellos sobre quienes se interviene (Carballeda, 2010, p. 48).
El trabajador social tiene que ser, por tanto, un profesionista que incentive el uso y la construcción de la imaginación sociológica (Mills, 2004) para desarrollar un pensamiento crítico, abstracto, creativo y propositivo que le permita salir de la rutina para poder ver a lo cotidiano como algo nuevo, como algo diferente y, por lo tanto, como algo que hay que conocer sistemáticamente. El trabajador social debe ser capaz, además, de utilizar materiales, modelos y teorías tanto de la sociología, la antropología como de la historia o la psicología, entre otras disciplinas científicas, poniendo énfasis en nuestras posibilidades para construir el futuro. Aunque su práctica vaya dirigida a una situación específica, perfectamente delimitada en un espacio-tiempo, la reflexión y el pensamiento teórico es un asunto imprescindible que nos permite situar esa especificidad en un conjunto más amplio de fenómenos en los que se incluyen sistemas y redes sociales.
El trabajo social –como profesión por demás necesaria en sociedades tan complejas, conflictivas y desiguales como la mexicana– sigue siendo una disciplina joven y en constante construcción en el siglo XXI. Con todas sus vicisitudes y problemas en la actualidad el trabajo social ha logrado un desarrollo importante que le ha permitido ir fortaleciendo un conjunto de metodologías y elemento teóricos con los cuales construye sus estrategias de intervención para incidir en la solución de los problemas sociales. En ese sentido, el trabajo social ha ido avanzando en la imperiosa necesidad de consolidarse como una disciplina científica en la medida que: construye y específica uno o varios objetos de estudio dentro de la compleja realidad social; utiliza y desarrolla una serie de métodos –unas veces tomados de otras disciplinas científicas otras veces más propios, construidos a partir de su práctica profesional–; y, por último, aplica y utiliza una serie de conceptos y categorías de análisis derivadas de cuerpos teóricos, –de igual manera, unas veces propios y otras veces adoptados y adaptados de otras disciplinas–.
La cientificidad del trabajo social más que aspirar a la comparación y el intento de ser como otras disciplinas sociales con trayectorias históricamente diferentes como la sociología o la ciencia política debe aspirar a una rigurosa utilización de métodos y teorías adecuadas a su especificidad (Miranda, 2015) que le permitan: comprender e interpretar adecuadamente la realidad social en la que va a intervenir; construir adecuadamente sus problemas de investigación e intervención; y proponer estrategias efectivas de intervención que coadyuven al aminoramiento de las desigualdades sociales. En este último punto se debe tomar en cuenta que los modelos, si bien han probado su utilidad práctica, son sólo una estrategia más de intervención entre las muchas posibilidades con las que cuenta el trabajo social. En este punto considero urgente también un debate entre los trabajadores sociales y sus disciplinas auxiliares con la finalidad de definir en un primer momento qué se entiende por intervención y cuáles son sus implicaciones teórico-metodológicas y en un segundo momento establecer nuevos criterios sobre las diversas estrategias y métodos de intervención, acción e interacción recíproca con los sujetos.
Redes y sistemas sociales en la construcción de problemas de intervención
Construir adecuadamente problemas sustentados en elementos teóricos constituye una tarea fundamental para construir estrategias de intervención que vayan en función de contribuir a la solución de los problemas sociales. Según Pérez (2003) “Para formular correctamente un ‘problema de investigación’, se requiere un ejercicio intelectual de ‘focalización’ de un fenómeno y su abstracción de entre un conjunto de elementos sistémicos de los cuales indisolublemente forma parte” (p. 48). Desde la perspectiva sistémica […] puede explicarse la construcción (causalidad) de un fenómeno social por las partes ligadas e interactuantes (sic) entre sí que lo conforman, así como por la interacción de todas ellas como un bloque unitario frente a su entorno o medio ambiente” (Pérez, 2003: p. 49).
Ahora bien, el estudiante en trabajo social debe comprender que una cosa es el “problema real”, es decir, la situación problema que se presenta de manera objetiva en la realidad social como la pobreza, el desempleo, la violencia o la migración y que es independiente del observador. Y otra cosa, muy diferente, es el “problema construido conceptual y teóricamente” que parte de un proceso intelectual del sujeto cognoscente (en este caso del trabajador social u observador) por medio del cual se abstraen un conjunto de elementos de un todo (sistema) para hacerlo objeto de conocimiento a partir de una rigurosa delimitación que nos permita conocer las principales interacciones de dichos componentes teóricamente construidos.
Este proceso de abstracción que permite convertir un fenómeno de la realidad social en un “problema de investigación” y eventualmente de intervención, acción e interacción social no deja, a decir de Pérez (2003), de formar parte ni de estar “contaminado” o influido por la presencia, interacción o interpenetración de elementos causales y efectos que se interrelacionan de manera más o menos profunda y compleja con él (p. 50). En suma, la construcción conceptual de un problema es un ejercicio un tanto arbitrario del intelecto humano que permite abstraer un conjunto de elementos de un fenómeno (entendido como una totalidad) de la realidad social para conocer sus determinaciones, interrelaciones, causas y efectos a partir de un conjunto de conceptos derivados de una construcción teórica.
La teoría de redes sociales lo mismo que la teoría de los sistemas sociales nos permiten realizar aproximaciones a lo social tomando en cuenta las dimensiones o niveles de análisis macro y micro sociales que nos permiten encontrar y comprender las dimensiones estructurales y subjetivas de la acción social en la que se originan los problemas sociales. Para Carballeda (2010) una sociedad desigual es una sociedad fragmentada, el trabajo social tiene que voltear a estos procesos que la fragmentan, la intervención social es así, el lugar de encuentro entre lo micro y lo macro, entre el contexto y la cotidianidad. Esos fragmentos o parcelas de la realidad social se convierten en elementos sistémicos que forman parte de los fenómenos sociales que el trabajador social pretende conocer objetivamente para intervenir transformadoramente en todos sus elementos.
El conocimiento de las relaciones sociales que van de las relaciones comunes y corrientes de la vida cotidiana de las personas, incluso de los elementos de sentido común, hasta las relaciones internacionales debe ser, por tanto, de la competencia de los trabajadores sociales en la medida que en ese amplio abanico se construyen e interactúan un conjunto amplio de sistemas y redes sociales que determinan el dinamismo de la realidad social y el cambio en las sociedades contemporáneas. Esta amplitud de posibilidades y de espacios, que constituyen la realidad social, debe constituirse en campos de intervención, acción e interacción del trabajo social en la medida en que en todos hay relaciones desiguales que ocasionan desventajas a grupos sociales diversos que ven truncadas sus posibilidades de acceder a una vida más digna.
En este sentido, considero que no debe existir una autolimitación en el trabajo social que lo constriña a espacios reducidos de intervención, por el contrario, la intención es que el trabajador social sea capaz de realizar intervenciones partiendo del conocimiento amplio de una situación-problema, en el caso de la teoría de sistemas y de redes sociales, desde los micro sistemas a los macro sistemas pasando por los meso sistemas y desde las redes primarias y de apoyo hasta las redes complejas de carácter internacional que se alejan aparentemente del entorno del problema o de la situación social original.
Esos espacios sociales en donde se construyen las relaciones sociales desiguales que dan lugar a los problemas sociales son fundamentales para la teoría y la práctica del trabajo social ayudándonos a definir la dimensión social de la realidad prefigurando el campo y los objetivos de la intervención. Para Tello (2000) “[…] subrayar lo social como rasgo específico de los ‘modelos de intervención’ de Trabajo Social es señalar la dirección hacia la que estos modelos deben apuntar independientemente del problema concreto que se pretenda atender. De ello se desprende que aún en contra de los paradigmas dominantes, Trabajo Social tiene como exigencia intrínseca a su naturaleza, ubicar contextualizadamente (sic) la problemática y buscar en la interacción problema-contexto los dinamismos de transformación que permitan atender la problemática” (p. 60).
Cabe señalar que desde el enfoque sistémico el problema puede ser visto como un sistema en función de los múltiples factores que lo causan y lo constituyen, de la misma manera, la institución desde donde se interviene y los modelos o estrategias para la intervención también pueden ser consideradas un sistema. De esta manera, el trabajador social como un “sistema agente de cambio” es el profesional encargado de crear un conjunto de sistemas de interacción –en donde se incluyen a las instituciones interventoras y a sus modelos– para, con base en una situación o problema determinado, construir una propuesta de intervención, acción e interacción que ponga en funcionamiento un conjunto diverso de sistemas y redes sociales para solucionarlo (Payne, 1995)
Las aproximaciones a lo social desde la teoría de redes sociales y la teoría de los sistemas sociales son, entonces, enfoques que nos permiten aproximarnos a la compleja realidad social entendiendo que todos los fenómenos que la constituyen son producto de una multiplicidad de factores y causas en las que se manifiestan infinitas y dinámicas relaciones sociales que mantienen a los componentes de los sistemas en constante interacción y en un proceso de interdependencia. A estas teorías –y a su potencial en el trabajo social– dedicaremos las siguientes páginas de este artículo.
Como ya mencionamos la realidad es sistémica en la medida en que los elementos que la componen se hallan entre sí en relación funcional, configurando un todo en donde se da la interdependencia de las partes entre sí. Los problemas sociales que afrontamos en la realidad son sistémicos, en este sentido, la manera de abordarlos ya sea para conocerlos o bien para actuar transformadoramente sobre ellos, debe ser sistémica. Para Ander Egg (2001)
“Ningún elemento se puede entender aisladamente, porque forma parte de un sistema”, debido a que el enfoque sistémico es un modo de abordar los problemas sociales y un método de estudio de la realidad. En este sentido, “Cualquier problema de la realidad social sobre la que trabajamos o con la que actuamos debe ser comprendido dentro de un contexto más amplio al que pertenece” (p.8).
Desde la perspectiva sistémica se parte de la idea de que “Existiendo interacción entre los problemas existe también interacción entre las soluciones”, por ello, “El enfoque sistémico ofrece un modelo estructurante y globalizador para el análisis de los problemas sociales y para la búsqueda de soluciones a los mismos, a través de los métodos de intervención social” (Ander-Egg, 2001, p. 8). Para Bertalanffy (2000), “[…] un sistema es un conjunto cuyos elementos están en interacción”. Según Ander-Egg (2001) de esta simple y precisa definición, podemos reducir el concepto a tres aspectos principales: conjunto o totalidad; elementos o partes; e interacción. Los sistemas son conjuntos de elementos que guardan estrechas relaciones entre sí, que mantienen al sistema directa o indirectamente unido de modo más o menos estable y cuyo comportamiento global persigue, normalmente, algún tipo de objetivo (teleología).
Esas definiciones que nos concentran fuertemente en procesos sistémicos internos deben, necesariamente, ser complementadas con una concepción de sistemas abiertos, en donde queda establecida como condición para la continuidad sistémica el establecimiento de un flujo de relaciones con el ambiente. Del mismo modo, se entiende a todo sistema social como una totalidad, con todas sus partes y elementos, de tal manera interrelacionados, que cualquier variación o cambio en una de sus partes afecta a cada uno de los elementos restantes. Un problema social es sistémico en la medida en que está constituido por un conjunto de factores o elementos en constante interacción que lo definen y permiten que se modifique en el tiempo y en el espacio.
La idea de cambio es fundamental en el enfoque sistémico toda vez que lo dinámico de la realidad social permite entender que existe una permanente relación dialéctica entre los componentes del sistema y sus relaciones con otros sistemas y el entorno y que si bien pueden existir relaciones de colaboración también pueden ser relaciones de disputa o competencia que permiten, según sea el caso, condiciones de estabilidad o permanencia, por un lado, o condiciones de inestabilidad, cambio o incluso conflicto, por el otro. Así, a partir de la perspectiva sistémica es posible identificar tres elementos centrales de todo fenómeno o proceso social, a saber: los actores; el entorno o ambiente; y las interacciones
Un tipo específico de sistema que nos permite observar la forma en que las relaciones sociales forman parte de los problemas sociales, pero también de su posible solución la constituyen las redes sociales. Bajo esta lógica una red, en estricto sentido, es un conjunto de nodos interconectados y constituye un sistema ya que se puede entender como “un conjunto cuyos elementos están en interacción e interdependencia” Bertalanfy (2000). Las redes pueden definirse en términos de interdependencias y conexiones que se construyen a través de relaciones de intercambio. Crovi et. al. (2009) definen a las redes como “[…] una estructura sistémica y dinámica que involucra a un conjunto de personas u objetos, organizados para un determinado objetivo, que se enlazan mediante una serie de reglas y procedimientos. Permiten el intercambio de información a través de diversos canales y su representación gráfica proporciona una visualización de cómo se articulan o relacionan, mediante aristas o arcos, sus elementos denominados vértices, nodos o actores sociales” (pp. 12-16).
Es importante seguir aquí las ideas de Manuel Herrera (2000) para quien la red no es solamente un conjunto de individuos o grupos entre sí, sino que es ante todo “el conjunto de sus relaciones sociales”. El autor agrega que “Con el concepto de red no sólo se intenta poner de manifiesto que los individuos existen en un contexto de relaciones, es decir que tienen ligámenes referenciales y estructurales entre sí, sino que ‘existe una relación entre estos ligámenes’ o sea, que lo que sucede entre dos nudos de la red influencia las relaciones entre los otros nudos, bien sean las más próximas (que tienen relaciones directas, bien sean las más distantes (que tienen relaciones indirectas)” (Herrera, 2000, p.67).
Como individuos, grupos o sociedades no sólo nacemos y crecemos en redes y sistemas sociales, sino que constantemente estamos construyendo nuevas formas de organización y sociabilidad extendiendo y complejizando el vasto entramado de relaciones sociales que en su conjunto forman nuestro dinámico, complejo, diverso, heterogéneo y conflictivo tejido social. El que un individuo o grupo tenga cierta pertenencia de origen a redes sociales y sistemas sociales específicos pareciera generar una especie de determinismo social que lo ata o amarra a un tipo de relaciones sociales prefiguradas, sin embargo, el propio dinamismo de la realidad social potencia la existencia de un conjunto casi infinito de posibilidades de interacción social y, por lo tanto, de pertenencia a distintas redes y sistemas debido a que siempre se encuentra presente el carácter contingente de los fenómenos sociales que pueden prefigurar a sus vez un conjunto indeterminado de interacciones y procesos sociales.
Como seres sociales los humanos siempre estamos en constante interacción con los demás, pertenecemos a ciertos grupos sociales y construimos formas diversas de organización social. La capacidad de generar vínculos con los demás nos permite el intercambio y la posibilidad de influenciarnos y moldearnos unos a otros a partir de los procesos de internalización y socialización. La capacidad de interconexión de los seres sociales permite entender al ser humano a partir del conjunto de sus interrelaciones y su capacidad de ser con los otros y en los otros (Chadi, 2000, p. 24).
De ahí que, toda relación humana -entendida como sustento de la convivencia social- está basada en vínculos sociales que pueden medirse por su grado de intensidad y necesita, por añadidura, el elemento de la correspondencia y la reciprocidad para lograr que los miembros del colectivo social se sientan comprometidos con el todo y realicen sus funciones para lograr un fin común, ello permite lograr un conjunto de relaciones “complementarias” y “simétricas” que permitan al sistema social en su conjunto mantenerse en los umbrales del equilibrio y la estabilidad.
Cabe señalar que la funcionalidad de una red social depende en gran medida de que la colaboración entre sus miembros respete el accionar interdependiente de cada componente y que el intercambio de recursos sea recíproco y valorado. La dinámica de una red social está completamente influenciada por el contexto social en el que se desarrolla y por la capacidad de sus miembros de aprovechar las oportunidades y revertiré las restricciones o dificultades que le presenta el medio o entorno. Víctor Batta (2008), por su parte, afirma que la noción de:
“[…] sistema se aplica a un conjunto de redes de relación es de gran magnitud que puede incluso abracar a todo el mundo. La terminología permite un escalonamiento organizativo que responde fielmente a una realidad contemporánea, porque el mundo presenta hoy grados progresivamente complejos de micro y macroestructuras, así como micro y macro sistemas” (p. 11).
La sociedad puede ser entendida, desde esta perspectiva, como un gran sistema en la medida en que pone en relación un conjunto de elementos o subsistemas que constituyen una totalidad mayor. Mientras que para Arroyo (1999)
“[…] es común encontrar como sinónimos del término estructura, el de organización o el de sistema. No puede hablarse de sistema sin mencionar su estructura. Una de las características principales de la estructura y del sistema es la connotación de totalidad. Un sistema se define como una totalidad estructurada” (citado en Batta, 2008, p. 11).
Así, el concepto de sistema resulta de una división de la realidad en sistema y su medio o entorno, incluyendo las influencias y determinaciones recíprocas de sus interacciones y cambios.
Relacionándolo con el concepto sociedad civil que también adquiere relevancia para el trabajo social, Felix Requena (2008) menciona que
“El proceso de formación de ciudadanía se produce por la pertenencia progresiva a un variado número de redes sociales que también son redes civiles. Este proceso es el que crea y fortalece a la sociedad civil. Concebida de esta forma, la sociedad civil está formada por un vasto conjunto de redes sociales en el que las personas y las instituciones se implican y son implicadas en un complejo entramado social” (p. 11).
Este autor enfatiza además que:
Las redes inundan nuestro mundo. Actualmente el concepto de red es uno de los más poderosos en el análisis de la realidad social. De hecho, la realidad social se entiende mejor si la consideramos como un entramado de redes sociales: la estructura social es como una red […] El análisis de redes sociales es una forma de comprender los procesos sociales. Es un punto de vista que se enfoca sobre los vínculos más que sobre las características de los actores (p. 1). Mientras que para Castells (2008)
“La sociedad red es el tipo de organización social resultante de la interacción entre, por un lado, la revolución tecnológica basada en la digitalización electrónica de la información y comunicación y en la ingeniería genética y, por otro lado, los procesos sociales, económicos, culturales y políticos del último cuarto del siglo XX […] uno de los rasgos definitorios de la sociedad red es su existencia en un ámbito global” “[…] en la última década la sociedad red se ha constituido en la estructura social característica de nuestro tiempo y se ha extendido a todo el planeta, de forma segmentada, a través de las redes globales que constituyen la infraestructura básica de la vida cotidiana” (Castells, 2008, p. VI).
Una red social es un conjunto o grupo de personas o grupos sociales con alta capacidad de generar vínculos e interconexiones que potencian el intercambio de información, bienes o recursos con el objetivo de aportarse una ayuda real y duradera bajo el sustento de relaciones recíprocas que permitan contribuir a enfrentar sus contingencias, superar las adversidades y sumar esfuerzos en los asuntos comunes que requieran de la colaboración y la suma de voluntades. Para Dabas (1998)
“[…] la noción de red social implica un proceso de construcción permanente tanto individual como colectiva. Es un sistema abierto, multicéntrico, que a través de un intercambio dinámico entre los integrantes de un colectivo (familia, equipo de trabajo, barrio, u organización, tal como la escuela, el hospital, el centro comunitario, entre otras) y con integrantes de otros colectivos, posibilita la potencialización de los recursos que poseen y la creación de alternativas novedosas para la resolución de problemas o la satisfacción de necesidades. Cada miembro del colectivo se enriquece a través de las múltiples relaciones que cada uno de los otros desarrolla, optimizando los aprendizajes al ser éstos socialmente compartidos” (citado en Núñez, 2008, p. 53).
El trabajador social tiene que ser capaz de rastrear y conocer las redes para hacer diagnósticos adecuados y para potenciarlas en la solución de los problemas a través de las estrategias de intervención social. Las redes sociales representan una forma específica en la que se pueden dar los vínculos y las interacciones sociales entre los individuos a partir de un variado tipo de formas de agrupación y organización social en donde los principales parámetros para su construcción y descripción son: los grados de cercanía o distancia de los miembros de la red; sus grados de independencia o dependencia; y las posibilidades de inclusión o exclusión (Chadi, 2000, p. 28).
Mónica Chadi (2000) establece una clasificación de las distintas redes sociales a las que puede pertenecer un individuo o una colectividad y las cuales están en estrecha vinculación e interdependencia, estas son: las redes primarias, las redes secundarias y las redes institucionales. Cabe señalar que dichas redes, en las cuales se puede estar en distintos momentos de la vida ya sea de manera aislada o en varias a la vez, pueden ser consideradas también como sistemas de pertenencia. Varias son las formas en que los trabajadores sociales pueden utilizar la teoría de los sistemas sociales y la teoría de las redes sociales para construir sus problemas de investigación e intervención, tanto desde la realidad como desde sus abstracciones mentales, sin embargo, sirva el siguiente ejemplo sólo para ilustrar una forma general de abordar un problema social encontrando las relaciones inter sistémicas entre sus componentes y la utilidad de las redes sociales en su solución.
En un problema social como el caso de la violencia contra las mujeres, las personas más próximas a la mujer violentada (que en su individualidad física, psíquica y fisiológica es un sistema en sí mismo), es decir, su familia (esposo e hijos) son el sistema con el cual la mujer se involucra y convive cotidianamente, a esta interacción se le denomina microsistema. En dicho microsistema se pueden rastrear, desde una perspectiva de red,[4] una serie de vínculos y relaciones sociales que le permiten al trabajador social saber cuáles son algunas de las causas del problema a partir de situaciones como la forma en que se tratan, las reglas que establecen y la proximidad o lejanía en la forma de dialogar para solucionar sus problemas o apoyarse mutuamente.
A medida que el trabajador social va incursionando en la pertenencia de la mujer violentada a diversos microsistemas como la familia ampliada o los parientes más próximos, la escuela, el trabajo, el grupo de amigos, el centro recreativo, etc., que en términos estrictos forman parte del entorno del microsistema primario de interacción (la familia), siendo a su vez otros microsistemas de interacción, el trabajador social va construyendo para su diagnóstico y futura intervención lo que algunos autores denominan mesosistema que estaría conformado por todas las interacciones entre estos distintos microsistemas en los que la mujer se desenvuelve (Núñez, 2008, p. 56).
En este mesosistema el trabajador social, de igual manera, tiene que rastrear no sólo el conjunto de interacciones que la mujer tiene con los distintos microsistemas a los que pertenece sino sobre todo las interacciones y redes sociales que se pueden tejer entre elementos o nodos de los diversos microsistemas. Por ejemplo, la existencia de una persona que conviva con la mujer violentada y que pertenezca al microsistema escuela y que conozca o tenga algún vínculo con otra que pertenezca al microsistema trabajo puede permitirle al trabajador social construir sinergia entre ambos elementos o nodos para coadyuvar en el diagnóstico y en la intervención-acción permitiendo que los microsistemas se reactiven como parte del mesosistema. De esta manera, “El abordaje en red, a menudo, acarrea la activación del mesosistema institucional y abre nuevos canales de cooperación, los cuales es deseable que se mantengan al finalizar la intervención” (Núñez, 2008, p. 57).
En esta lógica de exposición el siguiente nivel lo constituye el exosistema que es aquella porción del entorno más próxima a la mujer violentada en el que interactúan sistemas y microsistemas cuyos insumos (inputs) afectan a la mujer aún y cuando no participe directamente en ellos. Por ejemplo, un programa social municipal o delegacional contra la violencia intrafamiliar que active la intervención de algún elemento del mesosistema incluso aún en contra de la voluntad de la mujer violentada, como puede ser el caso de una amiga cercana (elemento o nodo del microsistema amigos) que intente acercar a la mujer a una institución pública de asistencia o que intente acercar al personal de alguna institución pública, derivada de ese programa delegacional, a la propia mujer violentada. O la intervención de una maestra del microsistema escuela que note, por ejemplo, golpes a la mujer violentada o la baja de su rendimiento escolar y que pretenda acercarla a los servicios psicológicos del plantel.
Por último, en este esquema el nivel sistémico más amplio o abarcativo en el cual todos los otros sistemas interactúan unos con otros y cooperan entre sí se denomina macrosistema. El cual incluye los valores culturales que condicionan la actuación de los sistemas y que se expresa en la religión, los valores morales, las leyes, el poder político y el económico y que hacen referencia a otros sistemas como el sistema político, el sistema jurídico o el sistema cultural de una sociedad (macrosistema social). “El macrosistema se refiere a las correspondencias en forma o contenido, de los sistemas de menor orden (microsistema-mesosistema-exosistema), que existen o podrían existir, al nivel de una subcultura o de una cultura en general, junto con cualquier sistema de creencias o ideologías que sustente estas correspondencias” (Núñez, 2008, p. 57).
El macrosistema puede ser considerado también como la parte del entorno más lejano del microsistema familia cuyos insumos (inputs) lo afectan directamente. Por ejemplo, la promulgación de una ley (elaborada por el sistema jurídico-legislativo que a su vez es un subsistema del sistema político) que prohíba y castigue la violencia contra la mujer incide directamente en la situación familiar aún y cuando los elementos de la familia (microsistema) la desconozcan. Otro ejemplo sería los insumos (inputs) que el sistema religión (la iglesia como sistema) introduzca en, por ejemplo, el esposo violentador como pueden ser el principio del amor al prójimo y que provoquen un cambio de actitud del esposo y se genere otra forma de convivencia.
Como se puede apreciar el uso de la teoría de sistemas y de la teoría de redes constituyen herramientas teóricas y metodológicas útiles en la comprensión e interpretación de los problemas de la realidad social, al tiempo que nos dan elementos para determinar la multiplicidad de causas de un problema que se manifiesta en diferentes sistemas de interacción, pero también nos ayuda a identificar las redes que eventualmente nos permitirán proponer una estrategia de intervención, acción e interacción recíproca. Una red problemática se puede convertir, en esta perspectiva, en una red de apoyo o una red que contribuya a la identificación plena y objetiva del problema y a su solución. El trabajador social es, en gran medida, el profesional que puede identificar y construir esas redes que interacción dentro de un amplio conjunto sistémico.
De esta manera, el trabajador social tiene que ser un buen observador de los problemas sociales para ser capaz de captar y describir las diferencias de un sistema determinado que él mismo ha construido a partir de la focalización, lo que le permitirá no sólo conocer más objetivamente el problema, sino tomar decisiones sobre su intervención. Al ser la observación la base de la comunicación y al estar ésta en la base de lo social y, lo social en la base del trabajo social, “[…] el observar está contenido en la forma constitutiva de lo social en la medida en que es la sociedad (¡la comunicación!) quien (sic) ante toda observación particular se entiende a sí misma como el observador” (Torres Nafarrate, 1996, p.17) Esto significa que los sistemas sociales (particularmente la sociedad) pueden construirse sólo como sistemas que se observan a sí mismos para tener la capacidad de auto reproducirse, de lograr la autopoiesis, “[…] Un sistema social debe decidir por sí mismo, si en el curso de su historia sus estructuras han cambiado tanto que él ya no es el mismo” (Luhmann, 1996, p. 29). Aunque, en ello, el trabajador social tiene mucho que aportar.
La complejidad y el alto nivel de abstracción que tiene la teoría de sistemas sociales de Luhmann la convierte, por un lado, en una teoría de difícil comprensión y, por el otro, de poca utilidad para la interpretación de los problemas cotidianos que el trabajador social elige como objetos o fenómenos de estudio, investigación e intervención. De esta manera, surge la necesidad de la existencia de las llamadas por Merton (1965) teorías de alcance medio (middle range) que posibilitan la investigación empírica a partir de la existencia de categorías de análisis que permitan una descripción teórica coherente de los problemas de la sociedad contemporánea. En este terreno las aportaciones en el campo del trabajo social de teorías de alcance medio derivadas del enfoque sistémico se remontan a los estudios pioneros de Pincus y Minahan (1973) y en la actualidad se pueden encontrar, por ejemplo, en las obras de Malcolm Payne (1995) y en las propuestas metodológicas de Carrión (2002) o de Vizcarret (2007).
El intento de hacer de la teoría de sistemas una macro teoría que diera cuenta de la mayoría de los fenómenos que componen la realidad (social y natural) va estrechamente ligado a su alto nivel de abstracción que en ocasiones la hace poco entendible y, por lo tanto, poco utilizable sobre todo en el ámbito de las ciencias sociales. En la crítica a la teoría de los sistemas sociales debemos considerar que si bien la teoría de sistemas no se propone tomar partido (posición ontológica) para transformar el estado de cosas existente en la humanidad sino que se conforma con una fidelidad en las observaciones para tener un mayor conocimiento de la complejidad y así comprender los altos niveles de incertidumbre y la contingencia de lo social en la sociedad contemporánea lo que se necesita desde el trabajo social, ello es también una toma de postura frente a los problemas sociales y frente a la necesidad de su solución, en la cual el trabajo social tiene mucho que hacer a partir de su profesionalización y su rigurosidad científica. En el enfoque sistémico la única verdad ontológica que se puede expresar sobre la sociedad es su complejidad y a su conocimiento a través de abstracciones se aboca la compleja teoría de sistemas (Torres Nafarrate, 1996, p. 18), sin embargo, de igual manera desde el trabajo social no nos podemos quedar en el nivel de la complejidad cuando de lo que se trata es de entender que esa complejidad genera conflictos los cuales, a su vez, generan grandes desigualdades sociales que se encuentra en el origen y la necesidad de la existencia del trabajo social.
Incluso, el mismo Luhmann afirma que su teoría “No se trata pues de un rechazo o de una aceptación de la sociedad, sino de un mejor entendimiento de sus riesgos estructurales, de sus autoamenazas, de sus improbabilidades evolutivas” (Luhmann, 1996). Ante ello, una crítica al enfoque sistémico que nos ayuda a mediar también su utilidad en el trabajo social es la expresada por Roitman (2002) quien concluye que:
La sociología institucional ha pasado de ser una ciencia que estudia la sociedad y las acciones de los individuos en su intersubjetividad a convertirse en una ciencia cuya función queda reducida a explicar la organización del sistema social. Organización autorregulada que permite eliminar del campo de estudio la contradicción entre naturaleza y orden social. La existencia y vida de los sujetos es desplazada por la existencia y vida del sistema social (p.15)
Además, Luhmann separa lo social y humano de la sociedad y lo pone en el entorno, sin embargo, para Maturana (1995) ello constituye un error en la medida en que separar lo humano y dejarlo como parte del entorno desvincula la noción de lo social de la vida cotidiana y de cuestiones como el origen del lenguaje que forman parte del origen de lo humano. Incluso para Luhmann (1973):
La sociología tendrá que redefinir la racionalidad de acción como racionalidad de sistema y referirla a su concepto de sistema. En consecuencia, regiría como racional todo experimentar constitutivo de sentido y todo hacer en tanto contribuya a la solución de problemas de sistema y, de tal modo, al mantenimiento de estructuras reductivas en un mundo extremadamente complejo (p. 122).
De cualquier forma, el debate sigue abierto, pensar en términos de redes y sistemas sociales sigue siendo válido y necesario para construir instrumentales teóricos y prácticos desde y para el trabajo social y, con ello, seguir contribuyendo a entender este mundo para hacerlo más humano.
Reflexiones finales
El objetivo central del presente artículo consistió en realizar una serie de reflexiones sobre el papel que juega la teoría en el conocimiento, comprensión e interpretación de la realidad social. Entendiendo a la realidad social como un espacio producido por los seres humanos que está constituido por un conjunto de procesos, fenómenos y relaciones sociales que incluyen una amplia variedad de actores y grupos sociales y que tiene las características de ser compleja, diversa, dinámica, heterogénea y conflictiva, por lo que resulta imprescindible la existencia de un instrumental teórico-metodológico que, dando cuenta de esa complejidad, nos permita realizar ejercicios de aproximación empírica para construir, desde el trabajo social, un conjunto de estrategias de intervención, acción e interacción recíproca, entre los que se encuentran los modelos, para intervenir propositiva y creativamente sobre ella.
La teoría de los sistemas sociales y la teoría de redes sociales son, como pudimos comprobar de manera general, dos propuestas o enfoques teóricos de gran utilidad para el trabajo social, sin embargo, también tienen sus limitaciones. Lo importante, en todo caso, es rescatar la importancia de la teoría y la necesidad de replantear las perspectivas teóricas que se abordan en los problemas propios del trabajo social para que los estudiantes cuenten con mejores instrumentos a la hora de construir sus problemas y sus estrategias de intervención. El trabajo social es una disciplina científica que se enfoca al estudio de los problemas y necesidades sociales para proponer estrategias de intervención con el involucramiento de los sujetos, si bien se encuentra en constante construcción y fortalecimiento, es importante señalar que ha tenido considerables avances en la medida que construye métodos de investigación sistemáticos que le permiten el análisis de problemas sociales ayudado por teorías que contrasta con las evidencias empíricas de la realidad a partir de una discusión lógica y rigurosa. El trabajo social ha justificado ser una profesión imprescindible en sociedades tan complejas, conflictivas y desiguales como la mexicana. La importancia que revierte la teoría en el quehacer del trabajo social es un elemento que debe ser tomado seriamente en cuenta si se pretenden hacer aproximaciones más efectivas a la realidad social y sobre todo si se quieren realizar intervenciones efectivas y exitosas que contribuyan a aminorar las grandes desigualdades sociales.
En ese sentido, el trabajo social ha ido avanzando en la imperiosa necesidad de consolidarse como una disciplina científica. Sin embargo, considero que la cientificidad del trabajo social más que aspirar a la comparación y al intento o pretensión de ser como otras disciplinas sociales con más arraigo histórico y relativa consolidación y especificidad en cuanto a su objeto (s), teoría (s) o método (s) como la sociología o la ciencia política debe aspirar, como ya lo hemos anotado, a una rigurosa utilización de métodos y teorías adecuadas a su especificidad que le permitan: comprender e interpretar adecuadamente la realidad social (Miranda, 2015) en la que va a intervenir; construir adecuadamente sus problemas de investigación e intervención; y proponer estrategias efectivas de intervención-acción-interacción, como los modelos, que coadyuven al aminoramiento de las desigualdades sociales. Corresponde a los propios trabajadores sociales seguir construyendo y desarrollando su disciplina para darle cada vez mayor cientificidad a partir de estudios rigurosos que den cuenta de sus avances teóricos y metodológicos, que abonen en discusiones teóricas y epistemológicas y que fortalezcan los marcos conceptuales y de referencia para la intervención-acción-interacción. Debe seguir siendo una prioridad sistematizar y escribir las experiencias de las prácticas y de intervenciones exitosas, pues en ellas se encuentran gran parte de los saberes cotidianos de los actores sociales los cuales, junto con los conocimientos científicos, constituyen dos fuentes imprescindibles que contribuyen al fortalecimiento de esta noble profesión y disciplina científica. La recuperación de esas experiencias permitirá al trabajo social contrastar la forma en que está utilizando los instrumentales teóricos y metodológicos –tanto los propios como los que pertenecen originalmente a otras disciplinas, pero de los que se haya apropiado o adecuado– con la finalidad de seguir reflexionando sobre su objeto (s) de estudio y sobre el papel que juega y debe jugar en el ámbito mayor de las disciplinas científicas que tienen a lo social –en sus múltiples dimensiones–, como su principal objeto de reflexión y eventual intervención-acción en donde se genere una interacción recíproca entre profesionistas y actores sociales.
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Notas