Abramos la mirada
Resumen
Salí absolutamente triste de la escuela, desanimada, con bronca y dolor en la garganta, sintiendo una gran mezcla de sensaciones por estos pibes. Urgencia por ayudarlos, escucharlos y hacerles pasar un rato de alegría y juego donde puedan distraerse de sus problemas. Me propongo una y mil veces, cada año, con cada grupo no gritar, no gritarles. Yo odio que me griten, me paraliza, me aleja, me obliga a buscar un lugar seguro donde refugiarme lejos de ese grito. Mi voz no alcanza, no se escucha, no genera el rigor del grito (el código que mejor conocen), el ruido se potencia, los cuerpos y las tensiones no esperan para la golpiza, el empujón o el insulto. Sus actitudes son auténticas, admirable e inciertamente auténticas: te quieren – te abrazan, se aburren – se escapan, se enojan – se golpean, no hay lugar para las falsedades. Pero claro, tantas autenticidades juntas, sin tolerancia ni respeto ante la opinión del otro genera la imposibilidad de convivir, obligando a estar con más brazos que un pulpo buscando, atajando, separando y reintentando que la convivencia pueda ser posible.
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